MI CLAUSTRO ES EL MUNDO: El espacio de las grandes contemplaciones

El claustro del mundo, mi claustro, se ha hecho más grande, y tiene las dimensiones inalcanzables del afecto y el apoyo de tantas personas con las que en los últimos años estoy compartiendo el sueño de una humanidad reconciliada.

Nunca me habría imaginado que el latido de mi corazón de contemplativa estuviera en sintonía con tanta gente maravillosa, como la que me encuentro hoy y que lucha por el cambio de modelo social y por la instauración del Reino.

Algo me decía en mi corazón que tenía que decir en voz alta —por escrito— lo que resonaba en el silencio de mi celda conventual; en la abarrotada sala de la plataforma de los alimentos, en el corazón de la oración de cada día; lo que sentía cuando se estremecían mis entrañas ante el dolor y la indefensión de tanta gente...

Tenía que decir en voz alta cómo resonaba el mensaje siempre nuevo del Evangelio, que para mí contiene la clave y el secreto de la auténtica fraternidad, y tenía que decir cómo la figura y la persona de Jesús de Nazaret, aquél que hizo una opción por la humanidad, y que se hizo «uno de tantos» se ha convertido en la fuerza, el modelo y la pasión de mi existencia.

Lo digo y lo repito: soy muy, muy, muy afortunada. Y os lo explicaré.

Yo he hecho un voto y un compromiso de pobreza, pero soy muy rica: soy millonaria, de valores intangibles pero reales: tengo salud, amigos y amigas, personas con las que puedo compartir el entusiasmo y el trabajo por las causas de las personas más empobrecidas, de lo que no cuentan... Y por eso no me da pereza gastarme y desgastarme —si me permitís la expresión— para dibujar en este mundo y en el espacio en el que me muevo y que diariamente piso, oportunidades y sonrisas; para sembrar esperanzas, porque aunque a menudo sea duro remar en contra del
sistema y superar las dificultades, incluso experimentar el cansancio, veo que poco a poco he ido sumando complicidades y nuevas voces, y que son muchos los que juntos hacemos que se
escuche la voz de los que no tienen voz.

(Referencia al libro: Mi Claustro es el mundo, Plataforma editorial, 2012.)
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