Heridas que no se pueden cauterizar, cicatrices para siempre
Queridos amigos, conocidos y personas de buena voluntad
Todos aquellos que quieren escuchar y que creen que más vale aportar que quejarse.
A los que creen en las utopías y no están dispuestos a que nada ni nadie les pueda robar la ilusión o matar la alegría.
Escribo con la confianza de encontrar corazones disponibles y de que seamos muchos los que nos decidamos a aportar lo mejor de nosotros mismos para que otros puedan vivir con dignidad.
Llevamos ya muchos años sufriendo. La crisis que comenzó siendo dura, hoy además es dramática. Ha puesto a muchas personas al límite y lo peor es que esta situación se ha cronificado ganando terreno en muchas vidas e historias personales y familiares, abocando a la desesperación a hombres y mujeres a los que hoy se les cierran los caminos para vivir con dignidad y a los que resulta imposible garantizar a sus hijos un futuro con oportunidades y dignidad.
Me preocupan más que las cifras de la pobreza infantil en España, los rostros de cada uno de esos niños y los de sus padres. Las estadísticas son muy frías, pero pueden ser crueles si sabemos ver detrás de cada dato aquellos detalles que van abriendo una herida, que va truncando una vida, que va robando una oportunidad, que va ahogando en el llanto desesperado de padres y madres que ya no pueden más y solo ven promesas incumplidas portazos en sus narices y currículos elaborados con sacrificio en las papeleras sin ser apenas considerados.
Me pregunto por qué hemos llegado a esta situación, por qué hay gobernantes que continúan empeñados en mentir y esconder la realidad; por qué no nos despertamos y reaccionamos de una vez, por qué nos empeñamos en perseguirnos, descalificarnos, odiarnos, ignorarnos, cuando si cada uno da algo de sí, todo puede ser más fácil para todos.
Hace unos días me preguntaban cuál era el objetivo de mi vida. No lo dudé ni un momento: “que la gente con la que trabajo, que los que hoy sufren, sean felices, tengan esperanza, puedan vivir una vida digna de vivirse. Que los humillados sean ensalzados y que los empobrecidos tengan oportunidades”. Mi interlocutor me dijo que era una ilusa y que vivir pensando en que todos son buenos y que eso será una realidad, es una utopía que no entra ni en los sueños de los más realistas.
Sé por experiencia que no es fácil que todo esto cambie, porque lo veo, pero sé que los que lo padecen, ya no pueden más y que las cosas pueden ser de otra forma.
Es muy difícil romper el círculo perverso del egoísmo y de los propios intereses. Siempre todos quieren ganar y quieren que “los míos” “lo mio””lo personal” sea lo primero. Hace tiempo renuncié a ello. Amo mis causas más que mi vida y sé que el precio es la soledad, porque en esto muchas veces te quedas sola, hay demasiados cálculos mezquinos alrededor, y son pocos los que anteponen el bien común al personal.
Llevo meses experimentando cómo hablar desde la libertad incomoda, y sufriendo que incluso de entre los de mis filas de la fe, no se entienda y cuestione el no anteponer NADA a las personas, al bien de todos, especialmente al de los más pobres.
Por fin he entendido lo que es el Evangelio, y esa es mi norma, mi casa y mi vida. Jesús es el referente de mi vida y Él dijo con entereza: “A mi nadie me quita la vida, la doy por que quiero”.
Por esta causa es por la que lucho, y que nadie quiera ver otras intensiones. “A mi que me registren”. Como mujer y como creyente, no puedo descansar mientras haya tantas personas empobrecidas que gimen de dolor.
Mis días tienen pocas horas de descanso, y no me cansaré nunca de buscar personas que quieran implicarse, mojarse y trabajar para que la justicia social sea una realidad.
Lo único que pido, es que el ego, se quede fuera, que quien quiera ganar su vida, esté dispuesto a darla y a compartirla.
Podemos hacer una comunidad de vida al servicio de las personas. No nos cansemos de ser buenos y hacer el bien. Entre todos podemos hacer que el dolor sea más llevadero, que no pocas heridas dejen de sangrar, y sobre todo que la gente deje de sufrir sin esperanza.
Si quieres ayudarnos a ayudar, escríbenos, visítanos, apúntate, haz algo. No dejes pasar esta oportunidad. ¿Cómo?
Visita www.fundaciorosaoriol.org
O www.todosdontralapobrezainfantil.org
Envía un SMS al 28024 con la palabra AYUDA
La Caixa ES43 2100 3093 0722 0031 6970
Dinos cómo puedes colaborar: tiempo, disponibilidad, formación, intereses… escríbenos info@fundaciorosaoriol.org
Todos aquellos que quieren escuchar y que creen que más vale aportar que quejarse.
A los que creen en las utopías y no están dispuestos a que nada ni nadie les pueda robar la ilusión o matar la alegría.
Escribo con la confianza de encontrar corazones disponibles y de que seamos muchos los que nos decidamos a aportar lo mejor de nosotros mismos para que otros puedan vivir con dignidad.
Llevamos ya muchos años sufriendo. La crisis que comenzó siendo dura, hoy además es dramática. Ha puesto a muchas personas al límite y lo peor es que esta situación se ha cronificado ganando terreno en muchas vidas e historias personales y familiares, abocando a la desesperación a hombres y mujeres a los que hoy se les cierran los caminos para vivir con dignidad y a los que resulta imposible garantizar a sus hijos un futuro con oportunidades y dignidad.
Me preocupan más que las cifras de la pobreza infantil en España, los rostros de cada uno de esos niños y los de sus padres. Las estadísticas son muy frías, pero pueden ser crueles si sabemos ver detrás de cada dato aquellos detalles que van abriendo una herida, que va truncando una vida, que va robando una oportunidad, que va ahogando en el llanto desesperado de padres y madres que ya no pueden más y solo ven promesas incumplidas portazos en sus narices y currículos elaborados con sacrificio en las papeleras sin ser apenas considerados.
Me pregunto por qué hemos llegado a esta situación, por qué hay gobernantes que continúan empeñados en mentir y esconder la realidad; por qué no nos despertamos y reaccionamos de una vez, por qué nos empeñamos en perseguirnos, descalificarnos, odiarnos, ignorarnos, cuando si cada uno da algo de sí, todo puede ser más fácil para todos.
Hace unos días me preguntaban cuál era el objetivo de mi vida. No lo dudé ni un momento: “que la gente con la que trabajo, que los que hoy sufren, sean felices, tengan esperanza, puedan vivir una vida digna de vivirse. Que los humillados sean ensalzados y que los empobrecidos tengan oportunidades”. Mi interlocutor me dijo que era una ilusa y que vivir pensando en que todos son buenos y que eso será una realidad, es una utopía que no entra ni en los sueños de los más realistas.
Sé por experiencia que no es fácil que todo esto cambie, porque lo veo, pero sé que los que lo padecen, ya no pueden más y que las cosas pueden ser de otra forma.
Es muy difícil romper el círculo perverso del egoísmo y de los propios intereses. Siempre todos quieren ganar y quieren que “los míos” “lo mio””lo personal” sea lo primero. Hace tiempo renuncié a ello. Amo mis causas más que mi vida y sé que el precio es la soledad, porque en esto muchas veces te quedas sola, hay demasiados cálculos mezquinos alrededor, y son pocos los que anteponen el bien común al personal.
Llevo meses experimentando cómo hablar desde la libertad incomoda, y sufriendo que incluso de entre los de mis filas de la fe, no se entienda y cuestione el no anteponer NADA a las personas, al bien de todos, especialmente al de los más pobres.
Por fin he entendido lo que es el Evangelio, y esa es mi norma, mi casa y mi vida. Jesús es el referente de mi vida y Él dijo con entereza: “A mi nadie me quita la vida, la doy por que quiero”.
Por esta causa es por la que lucho, y que nadie quiera ver otras intensiones. “A mi que me registren”. Como mujer y como creyente, no puedo descansar mientras haya tantas personas empobrecidas que gimen de dolor.
Mis días tienen pocas horas de descanso, y no me cansaré nunca de buscar personas que quieran implicarse, mojarse y trabajar para que la justicia social sea una realidad.
Lo único que pido, es que el ego, se quede fuera, que quien quiera ganar su vida, esté dispuesto a darla y a compartirla.
Podemos hacer una comunidad de vida al servicio de las personas. No nos cansemos de ser buenos y hacer el bien. Entre todos podemos hacer que el dolor sea más llevadero, que no pocas heridas dejen de sangrar, y sobre todo que la gente deje de sufrir sin esperanza.
Si quieres ayudarnos a ayudar, escríbenos, visítanos, apúntate, haz algo. No dejes pasar esta oportunidad. ¿Cómo?
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