Simplificar para vivir

Lejos de mí la crítica destructiva del sistema y de cualquier cosa que no ayude a mejorar la vida de los mortales.

Lejos, muy lejos de mí el afán de desestabilizar las cosas cuando vemos que todo se tambalea, y que quizás hace falta dejar que muchas estructuras y macro organizaciones y organigramas caigan por su propio peso y por su mes absoluta inutilidad.

Lejos de mí la desesperanza y cualquier comentario que pueda hacer aumentar el desencanto y la sensación de fracaso y de impotencia y frustración de los ciudadanos. Pero también lejos de mí el conformismo alienante de los que cierran los ojos para no ver la realidad, o de los que se conforman con lavarse las manos mirando para otro lado, como si la gravedad del momento presente no fuera con ellos.

Hay algo que debe cambiar de forma urgente en el monstruo de la administración y en el macro engranaje de la complicada y pesada burocracia que nos hemos inventado en tiempo de bonanza económica, o en el tiempo en el que era posible engordar funcionariado para que los amigos o los parientes tuvieran un lugar asegurado.

Me preocupan bastante las grandes estructuras y un sistema que no acaba de ser ágil en las administraciones estatales. Una auténtica mole que parece que está creada para ahogar al ciudadano, y que nos hace sentir que el sistema nos criminaliza, nos persigue y maltrata ante cualquier trámite que queremos realizar, ya sea para crear un negocio, para obtener una certificación, para hacer unas obras o para poner en marcha una iniciativa social.

A menudo los funcionarios y técnicos de las administraciones, son presentados como personas acomodadas que viven del “*cumplimiento” –cumplo y miento-, que cumplan un horario pero no sirven a los ciudadanos, sino que, con la silla fija, se inmutan por poca cosa trabajando bajo mínimos. Creo que se injusto meter en todo el mundo en el mismo saco, porque hay de todo, como en todas partes. Si los escucháramos, ellos nos dirían que es el sistema, y no ellos, los que dificultan la agilidad de las cosas; y que ellos también son “víctimas” de la impotencia y de las exigencias de los ciudadanos, que hartos de los estorbos y palos a la rueda del engranaje administrativo, descargan su impotencia ante quien tienen detrás de una ventanilla.

Dicho esto, también hay que decir una cosa que es bien cierta y que a menudo nos hace enfadar: que en la administración –que todos pagamos- con demasiada frecuencia se hace lo que nunca se haría en una empresa privada, dónde se cuida mucho más la silla y dónde los expedientes y asuntos circulan a un ritmo que garantiza el correcto funcionamiento de la empresa y sus negocios. También es verdad que en las oficinas públicas son muy pocos los que cuidan los gastos de luz, de la calefacción, de papel, etc.... Cosa que no pasa en la empresa privada. Parece que el Estadio, es un señor intangible que hace invisibles las obligaciones e inalienables los derechos de los trabajadores de la administración. Los otros, los ciudadanos usuarios del sistema, sólo tienen deberes, obligaciones y más obligaciones.

Y hoy yo me pregunto, hasta cuándo los ciudadanos continuaremos siendo víctimas de la maquinaria mastodóntica de la administración donde nada se mueve, donde todos pagamos cada una de sus piezas y, dónde nos sentimos tanto maltratados, porque el tiempo se hace eternidad y porque en lugar de facilitarnos la vida, nos pone nerviosos con tantísimos requisitos y papeleos que no llevan a ninguna parte.

No es trata ya de políticos de turnos, -que también- que a menudo poco pueden hacer con los feudos que se han montado. Se trata de que cada uno haga su trabajo, que lo haga con agilidad, con eficacia, y si se posible con amabilidad.

No sé, pero cada vez que me toca empezar un trámite con la administración, nunca puedo poner fecha para empezar!... Siempre hace falta paciencia y una buena dosis de fe para creer que algún día todo llegará, que los papeles se moverán de algún cajón, y que el funcionario de turno se preocupará de que todo funcione correctamente.

Y lo que digo hoy de la administración estatal, no pocas veces podría aplicarse a los ámbitos eclesiales, pero como con la Iglesia no quiero topar, por hoy lo dejo aquí, mientras sueño que todo ministerio es un servicio y que llegará un día en el que todos buscaremos el bien de los otros y seremos generosos a la hora de cumplir nuestras obligaciones y ejercer nuestros derechos.

Escribo esto esperando no desesperarme y deseando que el cambio llegue antes de que se me acabe la paciencia.

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