"El Evangelio no se defiende desde la trinchera: se vive caminando juntos" Sor Lucía Caram: "Si veis cristianos emocionados, pero no comprometidos, si no sirven… no son cristianos. Porque el cristiano que no sirve, traiciona"
"Jesús no se quedó en el templo; se fue a la periferia. No hizo retiros para sentirse bien y desconectarse de la realidad: Él tocó al leproso. Caminó con los últimos"
"Me preocupa —y lo digo con dolor— ver multitudes de jóvenes cantando a Jesús, pero no verlos donde Jesús realmente está: en las colas del banco de alimentos, en los comedores sociales, en los pasillos de los hospitales, en los centros de acogida, en los campos bombardeados de Ucrania, en los pasos fronterizos donde las madres lloran porque tienen que entregar a sus hijos para salvarlos"
Estos días hemos celebrado la fiesta de Todos los Santos, y hemos recordado a los que nos han precedido en el camino. Hemos rezado por nuestros difuntos, por quienes ya descansan en los brazos de la misericordia. Y, como cada año, el Evangelio nos ha puesto delante una verdad frente a la cual no podemos hacer teatro: Jesús se identifica con el hambriento, con el sediento, con el preso, con el desnudo, con el enfermo, con el migrante, con el abandonado (cf. Mt 25). No dice “estoy como ellos”, dice: soy yo. Todo lo que hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis.
No hay escapatoria ni interpretación piadosa que suavice esto. El Evangelio no es un adorno. No es incienso. No es una emoción bonita al calor de un canto. El Evangelio es carne, es historia, es sangre, es herida, es pan compartido, es mano tendida. Jesús no se quedó en el templo; se fue a la periferia. No hizo retiros para sentirse bien y desconectarse de la realidad: Él tocó al leproso. Caminó con los últimos.
Últimamente escucho decir que hay un resurgir de la fe. Ojalá. Pero me permito dudar cuando lo que más crece es una espiritualidad intimista, que emociona, que hace llorar, que levanta las manos… pero que no mueve los pies, ni las manos, ni el corazón para ir hacia el hermano.
La fe que no se hace compromiso es un eco vacío. La fe que no sirve, no sirve.
Me preocupa —y lo digo con dolor— ver multitudes de jóvenes cantando a Jesús, pero no verlos donde Jesús realmente está: en las colas del banco de alimentos, en los comedores sociales, en los pasillos de los hospitales, en los centros de acogida, en los campos bombardeados de Ucrania, en los pasos fronterizos donde las madres lloran porque tienen que entregar a sus hijos para salvarlos.
Cuando hacemos un llamado para voluntarios, ¿dónde están? Cuando pedimos mantas para los que pasan frío en una guerra que el mundo prefiere olvidar, ¿quién responde primero? No suelen ser los “movimientos eclesiales” ni los grupos juveniles llenos de cantos, ritmo y banderines. La mayoría de las veces son personas sencillas, sin discursos, sin teología, sin escenario. Y eso, por lo menos, nos tendría que inquietar.
La carta de Santiago lo dijo sin titubeos, sin rodeos y sin maquillaje:
“Muéstrame tu fe sin obras, y yo por mis obras te mostraré mi fe.” (Sant 2,18)
La fe de Jesús se encarna. La fe de Jesús se contagia en la calle. La fe de Jesús abre el bolsillo, abre la casa, abre el tiempo, abre la vida. Si no toca el bolsillo, si no nos incomoda, si no nos descentra, si no nos hace salir, no es fe. Es autoayuda disfrazada de religión
La fe de Jesús no es teoría, ni es experiencia emocional, ni es refugio para evitar el mundo. La fe de Jesús se encarna. La fe de Jesús se contagia en la calle. La fe de Jesús abre el bolsillo, abre la casa, abre el tiempo, abre la vida. Si no toca el bolsillo, si no nos incomoda, si no nos descentra, si no nos hace salir, no es fe. Es autoayuda disfrazada de religión.
Los santos no fueron perfectos, pero fueron valientes. Y tuvieron claro que creer en el Evangelio era ponerse de rodillas ante Dios, pero también ponerse de pie ante el sufrimiento del hermano.
Por eso, cuando hoy hablamos de fe, no podemos dejar de preguntarnos: ¿Dónde está Cristo hoy?
Y otra pregunta aún más peligrosa:¿Dónde estoy yo?
Si otros ven las cosas de manera distinta, lo respeto. Cada cual hará su discernimiento y dará cuenta de su vida ante Dios. Este es mi punto de vista, y lo digo desde lo que veo, lo que vivo, y lo que me rompe el corazón cada día.
Pero si alguien piensa diferente, que lo diga, que lo comparta, que lo pongamos en diálogo.
Porque el Evangelio no se defiende desde la trinchera: se vive caminando juntos.
Si veis cristianos emocionados, pero no comprometidos, si no sirven… no son cristianos. Porque el cristiano que no sirve: traiciona.