Una bofetada a la dignidad

La semana pasada un diario económico publicaba que un directivo de la banca cobraba la friolera cifra de 800.000 euros al año. Se trata de un directivo de una entidad bancaria que tuvo que fusionarse para aguantar los impactos de la crisis teniendo que echar a la calle a una gran cantidad de trabajadores: unos con opción a prejubilarse y otros tantos sin derecho al pataleo. Una entidad bancaria que recibió una inyección de dinero por parte del Estado para salvarse.

Dicha noticia puntualizaba que en la operación de asignación del sueldo había habido un blindaje de tal directivo por parte del gobierno, de forma que cuando este mister se jubile cobrará 650.000 euros, si es que antes no se le sube el sueldo, cosa que haría que su jubilación fuera mayor aún.

Una noticia que me parece obscena, un sueldo escandaloso, y una realidad que es una bofetada a la dignidad de los trabajadores y de tantas personas
que están padeciendo la amenaza de desalojo de sus casas por parte de entidades financieras por la imposibilidad de pagar unas hipotecas trampas
creadas en los escritorios de quienes hoy son premiados con sueldos de escándalo.

Todo esto es un insulto a la sociedad que está debatiéndose a muerte por superar una crisis provocada precisamente por las entidades financieras.

Estamos a punto de una explosión social. La gente no tiene qué comer, y en este primer mundo del desenfreno y del progreso, mucha gente comienza
a vivir de forma infrahumana.

Estamos indignados, pero de habernos indignado tan tarde. Es necesaria una revolución social pacífica porque no cabe la impunidad cuando hechos como éste claman al cielo.

Necesitamos que alguien escuche el clamor por la justicia, y que el compromiso con ésta sea lo que valide o no a quienes aspiran a gobernar el país.

Desde la fe, y urgida por Jesús de Nazaret, que vino a instaurar un nuevo orden, en el que se anuncie la buena noticia a los pobres y la liberación a los que están oprimidos, creo que es inaplazable que se celebre un juicio pidiendo responsabilidad a los políticos que lo han permitido, y que como este directivo, ahora, una vez perdidas las elecciones van a retirarse con jubilaciones de oro, dejándonos una herencia en la que las víctimas son personas privadas de su dignidad. Los que vendrán, tampoco son ajenos al drama que estamos viviendo, y posiblemente, ¡hasta son cómplices! de lo que está pasando…

Hoy no puedo más que pedir, suplicar, gritar y reclamar en nombre del Evangelio: sentido común, compromiso con las personas, y que de una vez por todas se acabe con la farsa de una crisis que una vez más está siendo pagada a precio de sangre, la de los más pobres que siempre acaban pagando los errores, las infamias y las estafas de aquellos «ladrones de turno» que con guantes blancos y todos los honores, cada día nos están robando: el dinero, las oportunidades y el derecho a la justicia social.
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