Lo poco y lo mucho que vale la vida

El lunes, mientras esperaba en urgencias del Hospital acompañando a una hermana, vimos cómo una chica -de unos 23 años a la que acompañaba un joven más o menos de la misma edad- salía llorando de manera desconsolada de la consulta. Estaba desencajada y en su rostro se veían tristeza, ¡mucha tristeza! Inmediatamente supimos que le acababan de comunicar que había perdido a su hijo.

Explicaba que a pesar de ser un embarazo de pocas semanas, éste hijo se había convertido ya en el centro de sus esperanzas y en el motivo de sus alegrías. Ni ella ni el padre de la criatura parecían tener consuelo.

Mientras esto ocurría, a mis espaldas sucedía un hecho radicalmente opuesto: Otra pareja, más o menos de idéntica edad que la anterior, mantenía una conversación que podía escucharse claramente en la sala de espera. Ella le comentaba a “su chico” “-¡cómo le dirían a la doctora que querían que les sacara “eso que llevaba en la barriga”. Ella reconocía alegremente y sin ningún tipo de trauma que se había dejado estar y que ya había superado las semanas en las que “era lícito” “sacárselo” –abortar-, con lo que buscaba alguna “bola para engañar a la doctora”. Se lamentaban de que en este Hospital, seguramente lo tendrían difícil o imposible, “¡por culpa de los curas!” que había en él.

La espera se prolongaba y la conversación también. El colmo llegó cuando ella le dijo: “-Yo quise quedar embarazada para no perderte. Te veía distante y pensé que si quedaba preñada te podría retener”.

Yo, no daba crédito a lo que estaba oyendo, pero el diálogo continuaba: “- Ahora que sé que me amas, “esto que llevo dentro, ya no tiene razón de ser.”

El compañero callaba como un muerto, como si la cosa no fuera con él.

Yo, no sé si alucinaba en colores, o si flipaba pepinillos, y en la sala todos nos mirábamos sin atrevernos a abrir los labios intentando creer que no era verdad lo que veíamos y oíamos. Estábamos bajo el impacto de la tristeza y frustración de la primera madre, mientras oíamos algo que superaba la ficción.

¡Me dio tanta pena! Confieso que no acabo de recuperarme y me digo: -¡a dónde hemos llegado!, ¿es posible que un hijo sea utilizado, incluso antes de nacer, como moneda de cambio para suplir la inseguridad afectiva y el egoísmo de una madre?

¿Qué nos está pasando que tenemos que recurrir a lo más débil e indefenso para “chantajear” los afectos y lo que no somos capaces de conseguir con nuestra capacidad de amar?

El llanto amargo por un hijo no nacido era la otra cara de la moneda de nuestra sociedad en la que conviven los que aman la vida y los que la desprecian; los que creen en el amor y los que sólo piensan en sí.

No sé si educación en la fe, educación para la convivencia, un poco de humanidad, o una dosis de cada una, es lo que hemos de transmitir a las nuevas generaciones, pero creo que es urgente que entre todos hagamos algo para construir una sociedad más humana. Y sobre todo para que nuestros niños y jóvenes maduren y no sean unos eternos irresponsables que solo piensen en pasárselo bien al precio que sea.

Ojala que no lleguemos demasiado tarde y que entre todos cuidemos y respetemos la vida..

Ojala los cristianos salgamos de las trincheras en las que nos refugiamos al sentirnos heridos y atacados, y con madurez y respeto sepamos dialogar con nuestros contemporáneos para anunciarles la Buena Noticia que hemos recibido y que es para todos.

Deseo vivamente que dejemos de lado todo lo que nos divide, que entre nosotros no haya ambiciones de dominio, y que dedicándonos a lo único necesario podamos hacer "algo" para que nuestro mundo vaya un poco mejor.
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