Parroquias, congregaciones religiosas, y asociaciones, ante el incremento de las peticiones de ayuda Entidades de la Iglesia refuerzan en Valencia el reparto de alimentos y productos básicos a cientos de personas en las “colas del hambre” por la pandemia

Colas del hambre en la paroquia de San Josemaria Escrivá, de Valencia
Colas del hambre en la paroquia de San Josemaria Escrivá, de Valencia Alberto Saiz

Hay personas que esperan a que se acabe la cola para pedir alimentos. No están en los listados de la asociación, ni tienen cartilla, ni un número asignado ya que la entrega de papeles se hace una vez al año, en noviembre, pero igualmente necesitan ayuda para comer

“Muchas personas han podido recuperar sus trabajos y lógicamente se han retirado de esta prestación, y en cambio están pidiendo ayuda otras familias de clase media que han quedado en el paro o en los ERTES”, explica el párroco Jorge Molinero

Entidades de la Iglesia en Valencia, entre ellas parroquias, congregaciones religiosas y asociaciones, están incrementado el reparto de alimentos y productos básicos de primera necesidad en las llamadas “colas del hambre”, como consecuencia de la crisis económica derivada de la pandemia.

La “pobreza y la escasez, siempre ha existido” pero las dificultades por la crisis sanitaria están agudizando muchas situaciones”, según expresan.

Entre otras entidades que han redoblado esfuerzos figura la Asociación Amigos de San Antonio, que continúa con el legado que dejó el religioso capuchino Fray Conrado, fallecido hace ya 5 años.

En el convento de los capuchinos de Valencia, en la céntrica calle Cirilo Amorós, la Asociación Amigos de San Antonio entrega, todos los martes primeros de mes, alimentos a unas 200 personas.

Antes de las 15 horas, cuando empieza el reparto, ya se acercan personas necesitadas con sus carros de la compra y se van poniendo unos detrás de otros, muchos de ellos se conocen y se saludan.

Colas del hambre en la paroquia de San Josemaria Escrivá, de Valencia
Colas del hambre en la paroquia de San Josemaria Escrivá, de Valencia Alberto Saiz



Feli Martínez, la voluntaria que está en la puerta, les pregunta cómo están, mientras otros voluntarios van llenando sus carro con frutas, patatas, pollo y carnes, leche, aceite, legumbres, zumo, yogures y alimentos no perecederos.

Una de las personas que hace las “colas del hambre” es Pili, tiene 52 años y es soltera. Ha vivido siempre con sus padres hasta que estos fallecieron y se mantiene gracias a la pensión que le ha quedado. “Yo me administro la comida para que me dure, pero a veces tengo que pedir a mis hermanas”, explica. Igualmente, Raquel, que vive en el Cabanyal, de 38 años y cinco hijos de 16, 15,14,10 y 9 años, acude al convento a por ayuda.

Este reparto de alimentos lleva haciéndose desde hace más de 20 años, aunque en los últimos tiempos la Asociación Amigos de San Antonio ha registrado "más peticiones y mucha más gente española”.

Hay personas que esperan a que se acabe la cola para pedir alimentos. No están en los listados de la asociación, ni tienen cartilla, ni un número asignado ya que la entrega de papeles se hace una vez al año, en noviembre, pero igualmente necesitan ayuda para comer.

Como Rosa que tiene 70 años y dos hijos solteros de cuarenta y tantos viviendo con ella. “Somos muchos los que esperamos a que termine la cola para que nos den lo que quede. Yo ya he llegado al límite”, dice Rosa, mientras nos enseña los papeles de su pensión que asciende a un 295,26 euros. Aún así no pierde su sentido del humor. “Me he quitado el colesterol andando”, dice riendo cuando nos cuenta que vive en Mislata.

“La situación está muy delicada”, confirma Fernando Sánchez , el presidente de la asociación, que asegura que permanecen fieles al espíritu de su fundador de “no negarle la comida a nadie”.

Colas del hambre
Colas del hambre Alberto Saiz



“Ha venido gente que jamás ha tenido que depender de ayudas, pero no se tienen que avergonzar sino solucionar su situación”, indica Sánchez, que recuerda que fray Conrado les llamaba “los vergonzantes”, pero también decía que “los que tienen las necesidades más grandes no son las personas que están en las colas, sino los que se quedan de puertas para adentro de su casas y no piden ayuda”.

La parroquia de San Josemaría Escrivá, reparte también alimentos, entre otras

En la parroquia de San Josemaría Escrivá, ubicada junto al Hospital Arnau de Vilanova, también reparten alimentos los martes. Comenzaron hace ahora un año a entregar alimentos a los usuarios del Centro Social de la parroquia ya que las necesidades tras la crisis sanitaria, el confinamiento, las restricciones y los ERTES “se notaron pronto entre los más vulnerables”.

Los 11 voluntarios que se encargan de los repartos, de la organización y la logística, están muy pendientes de las personas que se acercan a pedir ayuda. Conocen los nombres de todos los usuarios, sus apellidos y cómo son, preguntan por ellos, y normalmente el párroco, Jorge Molinero, también sale a saludar personalmente a todos ellos.

“Nuestra misión no es solo darles los alimentos, sino ofrecerles una caña y enseñarles a utilizarla. Los cursos de formación son una herramienta muy importante en nuestro afán de sacar a la gente de su situación de pobreza”, explica Aurora Cano, coordinadora del Centro Social de San Josemaría.

A través de los cursos, se generan contactos y una pequeña bolsa de trabajo. “Ellos tienen muy buena voluntad y si se forman encuentran fácilmente empleo, por su propios méritos”, afirma Cano.

Gracias a la ayuda del Banco de Alimentos, a las donaciones de numerosas empresas, como Patatas Aguilar, Naranjas Martí Navarro, Platos tradicionales, Anitín, Cárnicas Serrano, Eurocebollas, Dadyma, Garda o Carrefour Express, y de los feligreses de la parroquia, esta iniciativa continúa, un año después, repartiendo alimentos a 300 usuarios cada semana.

“Muchas personas han podido recuperar sus trabajos y lógicamente se han retirado de esta prestación, y en cambio están pidiendo ayuda otras familias de clase media que han quedado en el paro o en los ERTES”, explica el párroco Jorge Molinero.

Colas del hambre en la paroquia de San Josemaria Escrivá, de Valencia
Colas del hambre en la paroquia de San Josemaria Escrivá, de Valencia Alberto Saiz


Aunque el reparto de alimentos se realiza desde hace años en muchos lugares, ha sido a raíz de la pandemia sanitaria cuando se han disparado las peticiones de ayuda. Eso lo saben bien en muchas parroquias de la diócesis que en aquellas semanas se vieron desbordadas.

Así ocurrió en las parroquias Nuestra Señora de los Dolores y Sagrada Familia, de Valencia, cerca del jardín de Ayora, donde se formaron “grandes colas de gente necesitada”. “Llegamos a atender a 1.400 familias y gastamos más de 6.000 euros de los fondos de la parroquia en alimentos de primera necesidad. Fue una situación de emergencia”, explica José Luis López, párroco de ambas.

Ahora la atención se ha reconducido al economato interparroquial y la situación se ha normalizado. “Ahora se lleva cierto orden y las familias se citan los jueves en el economato para que no se formen las colas”, añade el sacerdote.

Proyecto “Tocan a mi puerta”, en Mislata

Igualmente, a veces la situación es “tan dramática” que las familias no pueden ni siquiera acudir a los economatos, donde los precios de los productos son más bajos que en los supermercados normales. Esto ocurre con las personas atendidas en el proyecto “Tocan a mi puerta” de la parroquia San Miguel de Soternes de Mislata.

“Los más vulnerables, que no tienen empadronamientos, ni cuenta bancaria, ni papeles, no pueden acceder a ningún tipo de prestación ni ayuda, pero necesitan comer todos los días y debemos dar respuesta a la realidad que vivimos”, explica el párroco Olbier Hernández, delegado de Migraciones, que asegura que “la realidad nos desborda y los recursos que tenemos no responden a ella”.

El proyecto denominado ´Tocan a mi puerta`, impulsado por la delegación de Migraciones del Arzobispado y la Cáritas parroquial de San Miguel de Soternes de Mislata, ante las necesidades económicas como consecuencia de la pandemia, atendió durante 2020 a más de 726 personas en situación de exclusión social de 27 países diferentes. Por otro lado, en lo que llevamos de año 2021 ya han sido atendidas 313 personas de un total de 24 países.

“En verano la situación se había tranquilizado un poco pero a partir del mes de noviembre las necesidades volvieron a aumentar”, ha añadido Olbier Hernández.

El proyecto ´Tocan a mi puerta` cuenta con la colaboración de 16 voluntarios y de numerosas entidades, asociaciones, empresas y personas anónimas “que han hecho posible esta gran obra de amor”, según el párroco que destaca la “gran labor de los voluntarios de Cáritas que colaboran en la identificación y entrevistas a las personas que necesitan ayuda, que las derivan a los economatos que están abiertos o a Cáritas Diocesana, así como el trabajo de los delegados de Cáritas por zonas”.

Asimismo, entre el voluntariado de la parroquia figuran muchos miembros de familias que en estos momentos están siendo acogidas por la delegación de Migraciones del Arzobispado.

Por su parte, las religiosas de la congregación de Madres Desamparados y San José de la Montaña también realizan reparto de comida a las puertas de la iglesia de su Casa Generalicia en Valencia. Todos los días de la semana de lunes a viernes se acercan medio centenar de personas y reciben una bolsa con un bocadillo mínimo y en ocasiones viene acompañado de pieza de fruta también.

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