El pueblo se inundó y Cáritas sufrió destrozos materiales y emocionales, marcando un antes y un después La humanidad detrás de un "gracias": solidaridad que va más allá de Paiporta, golpeada por la dana
La calle de San José, en Paiporta, no llama la atención a primera vista, pero guarda la memoria de la gran riada del 29 de octubre de 2024
En esta vía, justo al lado de la sede de Cáritas, en la fachada de una casa cercana, una palabra pintada en rojo recuerda a los peatones todo lo que se vivió: 'GRACIAS'
No es solo una palabra: es un resumen de todo un año de reconstrucción y de humanidad compartida
No es solo una palabra: es un resumen de todo un año de reconstrucción y de humanidad compartida
| Xavier Pete
(Agencia Flama).- La calle de San José, en Paiporta, no llama la atención a primera vista, pero guarda la memoria de la gran riada del 29 de octubre de 2024. Es una calle baja, que recogió el agua como si aún conservara la forma del barranco que había antes. En esta vía, justo al lado de lasede de Cáritas, en la fachada de una casa cercana, una palabra pintada en rojo recuerda a los peatones todo lo que se vivió: “GRACIAS”. No es un gesto decorativo; es un testimonio del apoyo, de la solidaridad y del esfuerzo compartido después de la dana.
Cuando el agua lo cambió todo
En el interior del edificio de Cáritas Paiporta, de varios pisos, pero con el corazón en la planta baja, la vida late con un movimiento constante. En el vestíbulo se amontonan cajas de Zara llenas de sábanas, edredones y toallas donadas por la multinacional. Familias jóvenes, con niños pequeños, esperan su turno mientras voluntarios entran y salen con gestos rápidos y eficientes. Es una rutina intensa, pero tenaz: la del día a día de una institución que ha aprendido a resistir. En un despacho, la directora de Cáritas Paiporta, Vicenta Ramón, habla con voz pausada, con la serenidad de quien todavía lleva dentro la imagen del agua avanzando por las calles.
“Yo estaba aquí, preparando las mesas para repartir alimentos”, recuerda. Y hace una breve pausa. “Mis compañeras ya se habían ido, y pensé en ir a casa, que está a dos minutos. Pero no llegué. En tres minutos, el agua ya me cubría las rodillas, unos sesenta centímetros. Solo pude colocar dos torres de ordenador sobre la mesa”.
Al poco, dentro ya había casi 3 metros de agua: “Esta es la zona más baja de Paiporta; antiguamente era un barranco, el desagüe de los acuíferos que pasan por debajo”, subraya Ramón. Sus manos, en el aire, parecen reproducir el movimiento de la corriente. “Las puertas del local quedaron en el suelo. Una habitación llena de alimentos se convirtió en un charco de barro. Los daños fueron dantescos. Y fue la primera vez que me vi como damnificada”, manifiesta.
Ramón, que dirige Cáritas desde 2021, conoce bien el trabajo diario de la ayuda social, pero tras la dana nada ha vuelto a ser igual. “Para mí sigue siendo lo mismo en responsabilidad y esfuerzo, pero las personas que llegan son diferentes. Antes eran personas que no llegaban a fin de mes por muchas circunstancias; ahora las necesidades son más duras. Ha cambiado la necesidad del prójimo”. Mientras habla, entra en el despacho Margarita Pastor, técnica de territorio, de quien Vicenta destaca la complicidad. “Sin personas como ella —reconoce—, especializadas en gestión y ayuda humanitaria, no habríamos llegado a tanta gente”.
La conversación deriva hacia el recuerdo de la solidaridad que siguió a la tormenta. “El ‘gracias’ para mí es la humanidad que vino de fuera de Paiporta: el sacrificio de personas que hicieron donativos, de comerciantes que ofrecían descuentos solo por decir que eras de aquí. Son gestos que ayudaron a paliar las pérdidas”. Se queda un momento en silencio. “Hay días que piensas que todo fue una pesadilla, pero cuando sales y ves las fachadas todavía dañadas, te das cuenta de que todo es real. El pueblo está mejor, pero sigue tocado”, lamenta.
El despacho está lleno de papeles, de cajas, de gestos que no se detienen. Vicenta Ramón habla con una serenidad que parece adquirida a fuerza de coraje. “He intentado que el día a día sea de superación”, dice. “No olvidar, pero sí apartar. Si no apartas, el paso se hace lento. Tienes que avanzar rápido para poder ayudar a los demás”, admite. El 29 de octubre, cuando se cumpla un año, no sabe cómo reaccionará: “No me alterará como otras fechas, como aquellas en las que he perdido seres queridos. Lo viviré con calma”. Afuera se escucha el movimiento del vestíbulo, el sonido de una caja que se abre, el murmullo de un niño que ríe.
“Nací en 1958, un año después de la gran riada de l’Horta. Mi familia la sufrió. Y ahora, casi setenta años después, me ha tocado a mí revivirlo. Pero de cada agua sucia, siempre acaba surgiendo una más limpia”, afirma. Sus palabras quedan en suspenso, como si se aferraran al aire.
El valor de una palabra: gracias
En la calle, la palabra “gracias”, escrita en rojo en una fachada, sigue brillando bajo la luz suave del atardecer. No es solo una palabra: es un resumen de todo un año de reconstrucción y de humanidad compartida. En esta palabra conviven el gesto de quien da y el de quien recibe, el dolor y la fuerza, la pérdida y la gratitud. En Paiporta, un año después de la dana, el “gracias” sigue siendo el color de la vida que vuelve.
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