"Experiencias de Familias en la Misión", en la Semana de Misionología La misión no se reduce a curas y monjas, también es cosa de familias

(Luis Miguel Modino).- La misión, inclusive aquella que hace referencia a la dimensión ad gentes, es algo que nace del bautismo, una respuesta a una llamada de Dios. En el subconsciente de mucha gente, inclusive de muchos católicos, está todavía presente la idea de que ser misionero en tierras lejanas es algo propio de curas y monjas.

La mesa redonda que ha llevado por título "Experiencias de Familias en la Misión", encuandrada dentro de la programación de la 70 Semana Española de Misionología, que está teniendo lugar en la Facultad de Teología de Burgos, de 3 a 6 de julio, ha sido una prueba de que la misión se puede llevar a cabo también como familia.

Lo que para muchos puede ser una locura, para quien ha sido misionero como familia no es otra cosa que "querer vivir el Plan de Dios" o respuesta a una llamada, pues "es imposible guardar el amor para uno mismo".

Tres familias, Rubén Fernández y Teresa Sarabia, padres de cinco hijos, misioneros de Ekumene en México, durante tres años; Israel Peralta y Begoña de Castro, padres de dos hijas, misioneros de MISEVI, durante cinco años en Mozambique y Marcos García-Ramos y Irene Sánchez-Prieto, que no se ha podido hacer presente, miembros del Camino Neocatecumenal, que esperan su noveno hijo y han sido misioneros en Taiwan, a quienes una grave enfermedad sólo les permitió estar nueve meses en la misión, han respondido a las preguntas de José Manuel Madruga, Delegado de Misiones de Burgos.

Todos ellos han regresado de la misión ad gentes, pero sienten que continúan siendo misioneros, pues como señalaba Israel Peralta, hoy se siente "más misionero que nunca". Todos ellos destacan la importancia de la familia a la hora de llevar a cabo la misión. No sólo los padres son y sienten misioneros, pues sus propios hijos han asumido esa dimensión misionera en sus vidas.

Ser misionero no es fácil, resulta difícil asumir las situaciones de pobreza con las que uno se va encontrando, como relataba Rubén Fernández, ya que una cosa es la teoría, que uno cree conocer, y otra muy diferente la práctica del día a día, en la que se van desmontando tus esquemas y teorías, añadía su esposa Teresa.

No es fácil ir a la misión con hijos pequeños, vivir al día, señalaba Marcos, pero al mismo tiempo es gratificante ver como Dios fue transformando las sombras en luz y haciendo de ellos testigos de familia, de amor desinteresado entre aquellos que no conocen a Dios.

En la misión uno aprende a descubrir una nueva forma de entender la vida y la fe, en opinión de Begoña de Castro, a sentir que la eucaristía es una fiesta, en la que nadie mira el reloj durante las dos horas de celebración a cuarenta grados, a recibir agradecido lo que es compartido con alegría por gente que no tiene casi nada, a disfrutar con la sonrisa abierta de los niños, con la alegría permanente de la gente, a ver como nos agobiamos con absolutas tonterías, pues en la misión, completaba Israel, uno vive con la libertad de saber que estás haciendo lo que Dios quiere.

Las suyas han sido experiencias misioneras durante algún tiempo, pero el hecho de volver les han hecho replantearse su vida, han tenido que readaptarse a una realidad diferente a la que dejaron al irse. En ese sentido, Rubén reconocía que uno se siente desubicado cuando vuelve, sobre todo cuando escucha que eso aquí no encaja, que eso aquí no se puede hacer, pero sobre todo cuando se encuentra con una Iglesia que no se quiere convertir y una sociedad en la que todo mundo vive sin tiempo, añadía Teresa.

Volver y experimentar que Dios reconduce sus vidas, aunque uno se encuentre de cara con el dolor de la enfermedad, en la que se experiementa la fuerza de la oración de mucha gente. Volver sin nada y experiementar que Dios provee y no deja faltar cosa alguna. Volver y ver como muchos te preguntan como te ha ido, pero a los treinta segundos ya han dejado de escucharte.

La misión ha abierto el pensamiento de estas familias, que han descubierto que la Iglesia es mucho más que aquella que camina en la vieja Europa, una Iglesia que no consigue avanzar porque piensa más en las glorias del pasado que en las esperanzas del futuro, sin descubrir que es necesario pasar de una Iglesia de borregos, donde todo se hacía por obligación y porque estaba mandado, a una Iglesia de discípulos, que vive desde la alegría del Evangelio.


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