Angy




Angy era una perrita pitbull, que a pesar de su fiero aspecto miraba con una tristeza en sus grandes ojos que daba pena a cualquiera, sola en la perrera de Madrid, cuando se dio cuenta de que sus dueños la habían abandonado. Porque los perros también son criaturas de Dios, lo que significa que no son torpes, sino despiertos y sentimentales.



Sor Consuelo vio a Angy en un periódico digital, y allá que fue a Madrid a por ella, para evitar además que la sacrificasen pasado cierto tiempo. En Madrid nadie la había reclamado. Se hacía difícil que una familia con niños pequeños adoptara a Angy, aunque fuera muy buena, por su sañuda apariencia de pitbull.

Pero nada era imposible para sor Consuelo. Se trajo a Angy a Albera y convenció a unos jóvenes ecologistas para que montaran una perrera de asilo municipal, empezando por Angy, donde buscaban familias de adopción y estaba prohibido el sacrificio.

Un buen agricultor se quedó con Angy para que cuidara su casa de campo. Allí había más perros. Angy fue mamá y estuvo muy ocupada con su camada de siete cachorros. Cuando sor Consuelo fue a visitarla, del rostro de Angy ya había desaparecido la tristeza.
Volver arriba