Después

Después del drama era casi peor. Todos volvían a sus quehaceres, incluidos los familiares, amigos y compañeros. Los padres se quedaban con el recuerdo del hijo. El mundo seguía rodando. La gente continuaba yendo a su trabajo. Las fiestas pasaban con normalidad. Los días, las semanas y los meses.



El mundo no se hundía. Ni se inmutaba. Se volvía algo extraño y retorcido.

Pero sor Consuelo no lo olvidaba. Cuando todos se habían ido, ella seguía visitando a los padres con frecuencia. Siempre les llevaba algún detalle: fruta fresca, frutos secos de la temporada, el periódico del día... Les contaba alguna anécdota, conversaban, comentaban las noticias del día, sentados en la penumbra del salón.

Los padres se quedaron como zombies o fantasmas en este mundo. El duelo sería muy largo. La herida no cerraría en mucho tiempo.

Ni siquiera le preguntaban a sor Consuelo el "porqué". Ni estaban enfadados con Dios. ¿Para qué? Y sor Consuelo no se metía en metafísicas. Sabía que su compañía bastaba, más el paso del tiempo y una piadosa sonrisa.

Y los padres se lo agradecían. No lo decían, pero se notaba.
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