Esperanza




Sor Consuelo felicitaba la Pascua de Resurrección a todos los vecinos de Albera con los que se encontraba. Uno de ellos era Pascual, de mediana edad, a quien veía poco porque tenía un buen negocio en Granada y vivía allí con su familia. Pascual la saludó, pero empezó a pedirle consejo y al final las lágrimas llenaron sus ojos.



A uno de sus niños le habían quitado un tumor, que podía reproducirse. Pascual había conseguido una esposa, formado una familia, creado un negocio... como tantas personas, empezando desde cero de joven, superando numerosas adversidades. Y ahora, cuando parecía tenerlo todo y estar establecido, la vida le hacía eso.

-Debes rezar mucho y confiar en Dios -le dijo sor Consuelo.

Pascual torció el gesto y dijo:

-Esto te hace plantearte muchas cosas.

Se estaba volviendo más escéptico y descreído por la amargura. La vida le pegaba en la línea de flotación, donde más duele, en la intimidad suprema de la descendencia.

Sor Consuelo le tomó las manos y le dijo:

-Rezaré por ti. Verás como todo saldrá bien.

Pascual se limpió las lágrimas y se despidió.
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