Lucilda




Lucilda había sido una importante cantante y actriz hacía décadas, que hizo galas y películas, de joven hermosa, en todas las importantes plazas de Europa y América. Pero hacía ya tiempo que Lucilda estaba retirada y olvidada. Ahora era Lidia Martínez, una anciana anónima que llevaba otra vida, sola en un pisito suburbial de Madrid.



Lucilda no era mayor que sor Consuelo, pero se había abandonado, la cabeza le regía poco, apenas recibía visitas, ni de familiares, y su pisito se había convertido en una cueva de desperdicios a lo síndrome de Diógenes.

Sor Consuelo la vio unos minutos por la tele, en una de esas secciones de "¿Qué fue de... Lucilda?", en este caso. Para sor Consuelo, desde su juventud, Lucilda había sido una estrella admirada. Ahora quedaba la persona real... o lo que quedaba de ella.

Ni corta ni perezosa, sor Consuelo se plantó en Madrid, en el pisito de Lucilda, quien apenas recordaba su pasado de estrella en el cine y la canción. Las basuras rodeaban a Lucilda en su mecedora, y el olor era fuerte. Sor Consuelo le tomó las manos y le dijo:

-¿Quieres venir a Albera conmigo? Allí tenemos una residencia grande donde tendrás muchas compañeras y podremos ser amigas en los años venideros.

Lucilda asintió.
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