Poeta

Sor Consuelo, una monja más leída de lo que parecía, viajó de Albera a Córdoba esa lluviosa y fría mañana a mitad de enero. Había fallecido a los 96 años el decano de los poetas cordobeses, último testimonio del grupo Cántico.



La capilla ardiente con el frágil cuerpo estuvo toda la mañana en la sala principal del Ayuntamiento. Autoridades, poetas y ciudadanos de todo tipo desfilaron durante la jornada.

El entierro, en la iglesia de San Miguel, fue populoso. El traslado al cementerio del coche fúnebre y el sellado del nicho en la encapotada tarde invernal, transcurrieron más íntimos, con el pequeño círculo de la familia: los sobrinos y resobrinos.

No era poetisa sor Consuelo, mas sentía que allí estaba también un instante clave del alma de su época, y que de no asistir se lo perdería para siempre.

Antes de irse, la monjita intercambió unas palabras con uno de los resobrinos. Era un hombre de mediana edad, cortés y atento en tal momento sublime de sus vidas.

Cuando sor Consuelo se retiró del cementerio, en la brumosa tarde casi solitaria, iba emocionada pero contenta de haber cumplido su deber.
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