Redención

Como a sor Consuelo le encantó leer Jarrapellejos y Cuentos ingenuos, de Felipe Trigo, repasó su rica vida en Internet. Y descubrió que, a pesar de su familia, su éxito literario y su vida acomodada, Felipe Trigo se suicidó en 1916.



Con el poder que Dios le dio, sor Consuelo viajó por Internet al sábado 2 de septiembre de 1916, hasta Villa Luisiana, en la calle Arturo Soria de Madrid. Debía llegar antes de las once y diez de esa mañana, cuando Trigo aún paseaba con sus perros en el hermoso jardín de su lujosa casa, y antes de que el insigne escritor volviera a su despacho para encerrarse por dentro, escribir una nota de perdón a su familia y dispararse con su pistola un tiro en la sien derecha.

El maduro escritor, que contaba ya 52 años, se sorprendió al ver a una monjita en su jardín, sonriente y con hábito azul como el cielo.

-Qué raro -dijo-. Los perros siempre ladran a los desconocidos.

Sor Consuelo acarició la cabecita de los animales y dijo:

-Ya sé por qué quieres irte. Eres un médico marxista, que sólo cree en la ciencia. Piensas que nada puede parar tu neurastenia. Pero no es así. Tú mismo, con la ayuda de Dios, puedes paliarlo en el futuro. Sólo tienes que creer.

El delgado y bien vestido escritor abrió aún más los ojos.

-Explíqueme eso -dijo.

Estuvieron un buen rato hablando. Cuando sor Consuelo tornó a desaparecer por Internet hacia el siglo XXI, Felipe Trigo entró en el despacho de su casa.

Su mujer, que también se llamaba Consuelo, se acercó extrañada.

-Felipe, ¿qué haces con la puerta abierta? Nunca quieres que te molesten.

El prolífico escritor estaba retrepado en su sillón, con los pies sobre la mesa.

-Hoy no se me ocurre nada que escribir -dijo-. Llama a los chicos, vamos a pasar el día de picnic en la Pradera de San Isidro. Y mañana iremos a misa.
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