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Carta abierta a monseñor Argüello

Ruido

El joven David estaba soliviantado, sentado en una plaza de Albera. No paraba de oír noticias políticas en su móvil y de enviar mensajes agresivos.

Pasó sor Consuelo, camino de sus obras de piedad. David dijo:

-El país está fatal. ¡Hay que hacer algo!

Tenía el rostro crispado, con angustia.

Sor Consuelo se le acercó y, sin decir nada, señaló al cielo. Una bandada de pájaros volaba entre las nubes, iluminadas por el atardecer.

David observó en silencio. Comprendió. Apagó el móvil, abrazó a sor Consuelo y se marchó contento, silbando y brincando, con el rostro sereno.

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