San Marcos




El día de San Marcos se celebraba con una verbena a las afueras de Albera, junto a la vetusta iglesia de San Marcos. Hacía calor. Robustos mozos del pueblo llevaban al pequeño santo en procesión. Los vecinos comían y bebían junto a las espigas verdes del campo y las rojas amapolas. Niños traviesos saltaban a los huertos vecinos, por la aventura de obtener un pimiento o un tomate como trofeo.



Roque era un niño que no jugaba con los demás. De pequeño se había quemado el brazo y ahora tenía un buen trozo oscuro, lleno de vello salvaje, que no podía eliminar. Las niñas de clase no lo veían como a un futuro noviete, le remiraban con asco. Los otros niños le ponían malos motes, le despreciaban para que no jugase con ellos.

Ahora Roque estaba sentado en un poyo de piedra, mirando con tristeza, casi con rencor, a la gente y a los niños que jugaban y se divertían.

Sor Consuelo andaba por allí, se le acercó y le dijo:

-Estoy segura de que Dios te ha elegido para ayudar a los demás cuando seas mayor.

Roque la miró sorprendido.
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