El cielo




Sor Consuelo acarició la cabeza inerte de la perrita.

-Cuánto debió de sufrir la pobrecilla -dijo.



Clemente Gascón, el Jefe de la Policía de Albera, preguntó:

-¿Los perros van al cielo?

La monjita se volvió y le miró a los ojos.

-Lo que puedo asegurarle es que esta perrita no era basura.

La bolsa de basura, negra y vulgar, reposaba también sobre la losa de mármol, ahora rajada y abierta. Gascón comprendió que había dicho una tontería.

-Perdone, madre. No hemos podido salvarla. Cuando usted la trajo, aún respiraba, pero la pobre estaba ya ciega y sorda. Quizá la abandonaron por eso. Pondremos anuncios en todas partes. Intentaremos localizar a esos desalmados.

Sor Consuelo salió con las manos juntas para ir a orar a la iglesia de san Pablo.
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