El contenedor

Hacía una figura curiosa sor Consuelo, caminando con un cachorro de mastín en cada mano, por la brumosa noche aún invernal de Albera.



Un vecino, al soltar la basura, había oído los llantos y ladridos de los cachorros dentro del contenedor, pero no hizo nada. Otro vecino también los oyó y llamó a la policía, mas no se presentaron para ese bajo menester. En esto pasó junto al contenedor sor Consuelo, camino del convento tras realizar las obras de piedad de la jornada.

Iba pensando la monjita en qué nombre ponerles a la pareja de pequeños mastines y a qué familia dárselos, para que los tratasen con cariño y respeto. Sentía una gran piedad por ellos, pues los halló acurrucados en el fondo del contenedor, mojados y muertos de miedo.

También pensaba en quién pudo abandonarlos. No era habitual tener una hembra de mastín por los alrededores. Al día siguiente preguntó a los veterinarios del pueblo por sus archivos. Un tal Jiménez tenía una hembra de mastín en su casa de campo. Sor Consuelo se presentó allí: iba a denunciarle por maltrato animal. Jiménez le dijo:

-Devuélvame mis cachorros.

-Ya tienen dueño -replicó la monja.
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