Don Alfonso era un ilustre vecino de Albera, que pasó por el trance de enterrar a un hijo. Fue a hablar con sor Consuelo en el convento.
-Me creía muy fuerte en la vida... y ahora esto. Parece que, a quienes lo tenemos "todo", Dios nos golpea en los hijos.
Son Consuelo le sonrió y le dijo:
-Nada de eso. Es sólo que su hijo era muy querido para Dios y ya les está esperando en el cielo, preparando la celeste eternidad.
Esas palabras aliviaron un tanto el infinito dolor de don Alfonso.
-Usted siempre tan serena y esperanzada. Yo eso lo he perdido para siempre.
-No tengo nada especial -dijo sor Consuelo-. Sólo confiar en Dios.
Don Alfonso se fue mejor de lo que había llegado. De eso se trataba.