El osezno

Sor Consuelo había recogido una cría de oso pardo atropellada en la carretera a las afueras de Albera. El osezno tuvo suerte: Parecía estar bien, aunque la monja se dio cuenta de que no veía por el ojo derecho, andaba todo dolorido y su madre había desaparecido.



La monjita le cuidó y le alimentó con leche y arándanos en el convento, hasta que el osezno se recuperó. Andaba solo, veía bien y seguía a sor Consuelo a todas partes.

Entonces lo devolvió al bosque, en el mismo punto de las afueras de Albera, y se aseguró de que regresaba con su madre. Pues sor Consuelo era consciente de que no era un osito de peluche, sino un animal salvaje, que debía vivir en libertad.

A su vuelta al convento, sor Amparo, la madre superiora, le preguntó:

-¿Por qué lo haces?

-Yo me debo a los que más sufren -dijo sor Consuelo-. Sean quienes sean.
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