La perrita




Sor Consuelo no tenía perro, hasta que se enteró de que un vecino de Granada había dejado ciega a su perrita y le había roto la mandíbula. Entonces la monja viajó a Granada, reclamó la perrita y no paró hasta que le concedieron la custodia.



El dueño, un tal Perico, tenía el problema del alcohol y por eso era tan violento. Estuvo detenido un tiempo y la cosa quedó en una multa. Mas, como seguía bebiendo, un sábado noche se estrelló en la carretera.

En el convento María Auxiliadora de Albera no estaban permitidos los perros... hasta el momento. Sor Consuelo acabó convenciendo a sor Amparo, la madre superiora.

Desde entonces, sor Consuelo vivió con la perrita en su celda. El animalito la seguía a todas partes, por el olor, cuando la monja no la llevaba en brazos.

La llamó Angelita. Era como su ángel de la guarda. Cuando a sor Consuelo le daban vahídos por su excesiva actividad, Angelita lo notaba, ladraba y alertaba a las otras monjas. A cambio, Angelita fue la perrilla mejor cuidada y mimada de España, si no de Europa.
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