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"La palabra privada de su sentido se convierte en sonido"
Cuando en el metro ves a una persona hablando en un idioma que no conoces, siempre es un espectáculo. Oyes sonidos y acentos desconocidos que salen de su boca, vocales y consonantes a granel. Pero ni se te ocurre entenderlos: sabes que no puedes. Por supuesto, tienes que tener cuidado de no mirar demasiado, no sea que le molestes y bloquees así ese misterioso flujo de palabras sin sentido.
Pero si además cierras los ojos, es aún mejor: te concentras en las inflexiones y los ritmos, la melodía y los tonos. Si te fijas bien, verás cómo se ilumina u oscurece la cara, cómo se entrecierran o se abren mucho los ojos. Comprenderás los sentimientos, percibirás los estados de ánimo y la temperatura de las relaciones. Verás la alegría, la frustración o el aburrimiento. Y todo ello siguiendo el hilo de un discurso sin sentido, los pliegues de un argumento que te convence aunque no lo entiendas. La palabra privada de su sentido se convierte en sonido. Y es el éxtasis de la empatía, que supera el discurso y lo hace sin razón.
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