"No parece haber otra manera de conocer a Jesús que yendo a su casa" "Venid y veréis": Jesús no ofrece la geolocalización de su intimidad

"Venid y veréis"
"Venid y veréis"

"¡He aquí el Cordero de Dios!", dice Juan. Y Jesús sigue caminando. Y Juan no le detiene, no le bloquea, le deja ir al paso de sus pies

"Aquellos primeros discípulos de Jesús se sienten físicamente atraídos por el paso del hombre. No le hablan, no le piden que se detenga, simplemente van tras él. Nadie se detiene. Todos van"

"Le preguntan dónde está su casa, el lugar de su vida ordinaria, de su sueño, no de su enseñanza pública. Parecen querer entrar en la vida ordinaria de aquel maestro, en su relación inmediata con él"

Juan el Bautista estaba con dos de sus discípulos. El evangelista Juan los encuadra (Jn 1,35-42) cuando están a solas el uno con el otro. En un momento dado, Jesús entra en el campo de visión. No entra en escena como protagonista: simplemente "pasa de largo".

Pero el ojo de Juan lo encuadra. No se trata de una imagen fija, sino de un plano secuencia. La narración nos muestra la escena a través de la mirada del Bautista, cautivado por el hombre. Sus ojos le siguen, interrumpiendo todo discurso.

Sin embargo, Jesús pasa entre los demás y no hace nada para llamar la atención. Es el reconocimiento de lo divino: "¡He aquí el Cordero de Dios!", dice Juan. Y Jesús sigue caminando. Y Juan no le detiene, no le bloquea, le deja ir al paso de sus pies.

Los dos discípulos que estaban con el Bautista siguen entonces a Jesús, despegándose de Juan, pero movidos por sus palabras, por su reconocimiento relámpago. ¿Por qué le siguen? ¿Adónde van? No lo saben, pero aquellos primeros discípulos de Jesús se sienten físicamente atraídos por el paso del hombre. No le hablan, no le piden que se detenga, simplemente van tras él. Nadie se detiene. Todos van.

Venid y veréis

En un momento dado, Jesús se vuelve. Su mirada interrumpe ese flujo de movimiento. Pero quizás Jesús tampoco se detiene al verlos ir tras él. Les dice: "¿Qué buscáis?". La pregunta es seca, casi áspera, directa. Su mirada no los atrae hacia él. Es como si los mantuviera a distancia: "¿Qué buscáis?". Todo se detiene por un momento.

Los dos le responden llamándole "rabino", es decir, maestro. Es lo primero que dicen, pero es lo que declara a Jesús el sentido de lo que viene después de él. Lo consideran un maestro al que hay que seguir. Pero, en realidad, son palabras que no explican nada, que no ofrecen las motivaciones más profundas. En cambio, le hacen una pregunta: "¿dónde vives?". Responden a una pregunta con otra pregunta, en definitiva. No parece haber llegado aún el momento de las respuestas.

Le preguntan dónde está su casa, el lugar de su vida ordinaria, de su sueño, no de su enseñanza pública. Parecen querer entrar en la vida ordinaria de aquel maestro, en su relación inmediata con él. Jesús no ofrece la geolocalización de su intimidad: "Venid y veréis", responde. Les insta a caminar, a descubrir, a seguir sus pasos. Parece que sólo así es posible saber dónde está realmente Jesús: caminando sin más coordenadas que las móviles de sus propios pasos.

"Fueron, pues, y vieron dónde se hospedaba, y se quedaron con él aquel día; eran como las cuatro de la tarde", leemos en la narración evangélica. Unas pocas palabras para describir un acontecimiento que cambió su vida. El recuerdo del momento exacto de su encuentro registra un verdadero "acontecimiento". Los discípulos entran en su casa. ¿Qué se dijeron? La reunión permanece en el secreto de su encuentro. Las luces se apagan. La intimidad con el Cordero de Dios no puede ser violada.

Nos enteramos de que uno de los dos discípulos era Andrés, hermano de Simón. Después del encuentro con el Maestro, Andrés se reúne con Simón y le dice: "Hemos encontrado al Mesías". No hay duda ni incertidumbre en sus pocas palabras. Ni siquiera explicaciones. Andrés no dice nada a su hermano sobre su conversación con Jesús. Sin embargo, le conduce hasta él. No parece haber otra manera de conocer a Jesús que yendo a su casa.

En cuanto Jesús ve a Simón, le mira a los ojos y le dice: "Tú eres Simón, hijo de Juan; te llamarás Cefas", que significa "piedra". Le cambia el nombre, le confía una misión y lo involucra sin explicaciones.

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