"El llanto es el primer acto de verdad después de la traición y dentro del fracaso" "Hay un rechazo total, no solo de la relación, sino de la identidad. Es la tercera negación de Pedro"

Lágrimas de Pedro
Lágrimas de Pedro

La escena se desarrolla abajo, en el patio del palacio. Allí está Pedro. ¿Desde dónde lo estamos mirando? ¿Desde arriba? ¿Desde abajo? Marcos (14, 66-72) no nos lo dice. Pedro también busca una posición desde la que observar, pero al mismo tiempo busca calor y refugio. Ya no está con Jesús en el juicio, pero tampoco está lejos de él. Se encuentra en un espacio intermedio, suspendido en un umbral infranqueable.

Una joven al servicio del sumo sacerdote lo ve y lo mira fijamente. No lo acusa, no lo amenaza. Solo dice: «Tú también estabas con el Nazareno, con Jesús». Pedro se siente descubierto. Su respuesta es instintiva: «No sé ni entiendo lo que dices». Es más que una negación: finge no entender. Y no es una mentira: se distancia del significado mismo de la pregunta. Pedro sale precipitadamente al atrio. Intenta escapar. Pero no ha terminado de enfrentarse a esa pregunta.

La negación de Pedro

Una joven lo ve de nuevo y repite la acusación, esta vez delante de otros: «Este es uno de ellos». La escena se amplía, el zoom sobre Pedro se extiende al patio. Ya no es un intercambio privado, sino público. Pedro entonces niega abiertamente. Ahora la separación ya no es solo un malentendido o una huida. Es una toma de distancia. Algo se rompe.

Finalmente, todos los presentes le interpelan como un coro. Le reconocen por su acento galileo. Ya no es la joven quien habla de él. Es la multitud. Es la presión colectiva: «Tú eres uno de ellos; de hecho, eres Galileo». Es una identificación involuntaria, basada en un detalle: la forma de hablar. Pero esto basta para derrumbar toda resistencia. Pedro entonces comienza «a maldecir y a jurar»: «No conozco a este hombre del que habláis», dice nervioso. Ni siquiera lo nombra. Solo dice: «este hombre». Hay un rechazo total, no solo de la relación, sino de la identidad. Es la tercera negación de Pedro. La más clara, la más violenta.

Se oye cantar a un gallo. Es una señal, un toque de alarma, un despertar. La señal que Jesús había anunciado unas horas antes ha llegado: «Antes de que cante dos veces el gallo, me negarás tres veces». Pedro lo recuerda. El recuerdo lo atraviesa como un golpe. Vuelve a escuchar en su interior las palabras del Maestro. Y él había respondido: «Aunque todos se escandalicen, yo no»; «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». El abismo de la traición se abre ante un Pedro confuso, aturdido.

Rompe a llorar. Las palabras se apagan como una bombilla que se funde. Quedan las lágrimas que caen punzantes sobre el rostro de Pedro. Marcos no intenta comentar. No nos dice si se trata de un llanto de arrepentimiento, de vergüenza o de desesperación. Solo dice que el príncipe de los apóstoles llora. Pero es en ese llanto donde Pedro vuelve a ser verdaderamente él mismo, no Pedro contra el mundo, no Pedro superhombre, sino el hombre que ahora toma conciencia de la distancia entre su deseo y su capacidad.

La escena de la negación de Pedro es paralela al juicio de Jesús. Mientras Jesús calla ante sus jueces, Pedro niega incluso conocerlo. Mientras Jesús afronta las acusaciones y la violencia sin rehuir, Pedro rehúye incluso la simple pregunta de una joven que pasa por allí.

Marcos narra toda la tensión de un discípulo dividido. Pedro no es juzgado: no hay condena en el texto. Solo hay hechos desnudos y luego el llanto. Esas lágrimas nos dicen que el llanto es el primer acto de verdad después de la traición y dentro del fracaso. Ese derrumbe emocional es el comienzo de una posibilidad imprevista: no redime, pero reabre. Justo cuando la distancia entre Jesús y el discípulo se convierte en un abismo, se toma conciencia de ella y, por lo tanto, se supera.

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