Ecce Homo y religión



En los inicios de año, tan propicios para los buenos deseos, siempre es positivo la aspiración de un nuevo y, a veces repetido, compromiso vital, y por ello me parece muy atinada la figura distorsionada del “Ecce homo” conforme se va fijando la mirada hacia la derecha y que preside este post.


Es una metáfora de la misma distorsión que se percibe del catolicismo en algunos lugares, fundamentalmente en España, con motivo de su presencia pública (social y política).


La alegría del Evangelio, no la de las grandilocuentes palabras hueras y mentirosas, sino la que sale del corazón, tantas veces turbio y limitado; aquella que recorre todos los poros de la piel y nos sumerge en la realidad con una sonrisa falta de cinismo, la hemos dejado aparcada, en repetidas ocasiones, en el garaje de las sombras. Más bien, y de ordinario, nos sale un enorme Pilatos que todos/as llevamos dentro para lavarnos las manos ante el sufrimiento de nuestro entorno, sin necesidad de preocuparnos en lanzar miradas allende.


La Iglesia jerárquica e institucional (también los católicos peatones), en los últimos lustros no ha cejado en su empeño por alejar de sí a los más necesitados, alineándose con posturas más cómodas, pero regresivas e intolerantes, con los influyentes y poderosos, lo que ha provocado que esa fuese la percepción de lo católico para la inmensa sociedad española, creyente o no.


Todavía recuerdo con vergüenza, aunque no es el sitio para extenderse, como una grave muesca desfiguradora que atentó contra la dignidad de las personas, lo que ocurrió a finales de junio de 2012, cuando el Arzobispado de Madrid llamó a la Delegación de Gobierno para que desalojara a un grupo de personas que se habían encerrado en la Catedral de la Almudena de forma simbólica para llamar la atención de la opinión pública sobre el drama social de los desahucios. Se llegó a decir, por representantes eclesiásticos, que “estaban profanando un templo sagrado”, o que “si ahora atendemos a estos, mañana tendremos aquí a muchos más”.





Este gesto, a mi parecer absolutamente excéntrico del “olor a oveja”, de la caridad y de la justicia, sitúa la visión del hombre como un contrario, un enemigo desestabilizador de la comodidad; visión a la que hay que hacer frente porque “es preferible una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”. Y también porque “el obispo debe estar a veces delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones caminará detrás del pueblo para ayudar a los rezagados”.


La denuncia profética del Papa Francisco puede explicar las causas por las que la necesidad de alegría “Evangelii gaudium”, como verdadera doctrina cristiana sobre el hombre, no se muestre de forma clara al mundo:


Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica… antes que sociológica... Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos… cercanía real y cordial”.

Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres… no se resolverán los problemas del mundo”. “La política, tan denigrada… es una de las formas más preciosas de la caridad… ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad…. la vida de los pobres!”.





En tantas ocasiones nos ocurre como en el cuento de Hans Christian Andersen, “El rey desnudo”, cuando algunos charlatanes nos embaucan con unas presuntas telas más suaves y delicadas que pudiéramos imaginar. Esas prendas, decían, tenían la especial capacidad de ser invisibles para cualquier estúpido o incapaz para su cargo.


Pero los estúpidos e incapaces son los que no admiten su necedad y dicen ver la prenda y alaban la misma, por lo que, consecuentemente, el resto de los mortales tampoco queremos admitir ser lo suficientemente ineptos o estúpidos por las mismas razones. Es necesario que un niño diga: “¡Pero si va desnudo!”.


Aun así, escuchando y sabiendo lo que es verdad, tantas y tantas veces terminamos el desfile aunque lo hagamos avergonzados. O cambiamos la percepción de nosotros mismos o se nos impondrá una “religión privada”, es decir, sin manifestación pública alguna.

Volver arriba