Fake news: noticias falsas

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El término de moda hasta fechas recientes era el de posverdad, que la RAE califica como una «distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales». Ahora se ha impuesto el término fake news con la proliferación de redes sociales, correos electrónicos y whatsapp que extienden los bulos, los datos falsos, las manipulaciones interesadas y los discursos retorcidos a conveniencia.

La posverdad y las fake news son las dos caras de una misma moneda: la mentira (apariencias, medias verdades y falsedades completas), es decir, «la manifestación de lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa».

Pero no nos referimos a la llamada mentira piadosa; tampoco aquella mentira que resulta de un estado evolutivo de supervivencia. No, se trata de aquella que busca un resultado egoísta a través de la manipulación de emociones y pasiones para distorsionar la percepción de la realidad.

Desde la experiencia podemos señalar que para combatir esas noticias falsas, sobre todo si tienen una importante carga emotiva, no es suficiente con desmentirlas o señalar su falsedad. Muchas personas, quizás demasiadas, prefieren creer la noticia falsa, a veces intuyendo su falsedad manifiesta, a todas luces inventada o manipulada, pero que coincide con sus prejuicios, con su ideología o su religión. Las fake news, para los dispuestos receptores, son una especie de bálsamo de conciencias manejables y pueriles, que refuerzan las inseguridades u opiniones inamovibles y dogmáticas.

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La fake news no solo se dan en las redes sociales o en los medios de comunicación, sino en nuestros entornos más próximos: el trabajo y la familia.

Basta con lanzar una «noticia falsa» y repetirla ante los voceros adecuados para que una víctima inocente se vea en la tesitura de escuchar: «Inocente, ¿de qué?». Es entrar en el mundo kafkiano, donde las fake news serían la negación de la libertad pues manipulan las libres decisiones, como en su obra El proceso, donde se busca un castigo para una culpa inexistente: es la inversión del Estado de Derecho.

Con las fake news, a la postre, se afirma que el ser humano es naturalmente culpable de no se sabe qué, al menos como miembro de una especie, frente a un poder, que ahora no es el de Dios, sino de un proceder infame incapaz de ser desvelado.

Reconoces una fake news porque quien la propaga alcanza una ventaja o una prebenda con ello. Una palabra aquí, una insinuación allá y se construye un edificio con cimientos de papel al que miramos con regocijo, aunque intuyamos la verdadera realidad: que es mentira. Pero la mayoría de las veces no nos importa porque es una mentira que aprovecha a los nuestros.

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¿Cómo cambiar la percepción de una fake news si con ella me aprovecho, me deleito con el avidez de los acosadores, o barnizo una vida aburrida?

No es posible o cuanto menos difícil, sino con un cambio del corazón de piedra por un corazón de carne, para iniciar la búsqueda de la verdad con un sentido crítico sin vanos espejismos edulcorantes y reflexionar sobre si la información tiene una intención desestabilizadora, si daña la reputación de alguna persona (física o jurídica), y si eso beneficia a quien ha propagado la información. En caso contrario podemos estar ante una mentira con consecuencias graves y muy reales.

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