Feminismo de raza y Religión: conmigo o contra mí



La revista de enseñanza de CCOO (TE), de fecha 15 de marzo de 2018, publica un artículo titulado: «Breve decálogo de ideas para una escuela feminista».
Antes de comenzar la enumeración del decálogo con diecinueve propuestas, las autoras lanzan un aviso a navegantes:
«Si no entiendes alguna de estas propuestas o no estás de acuerdo con ellas, te sugerimos que leas autoras feministas (…). Si después de leerlas sigues sin entenderlas, te animamos a que te centres en los propios prejuicios sexistas que te atraviesan, échalos fuera y empieza a pensar de otra manera.» O lo que es lo mismo, que si no compartes alguna o ninguna de sus ocurrencias, tienes prejuicios machistas, ¡con dos cojones! (perdón por el sustantivo patriarcal...).
Podrían haber empezado por señalar los significados de feminismo antes de aportar sus lecturas sobre el mismo. Feminismo, según lo define la RAE (perdón de nuevo, porque bien es sabido que es una institución machista), es el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. En una segunda acepción, dice que es el movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo. Nadie en su sano juicio puede estar en contra de este movimiento.
Lo primero por lo que apuestan es por formar al profesorado (esa caterva de ignorantes irresponsables), y que utilicen «el femenino para hablar o el género neutro con la “e”, por ejemplo, “todes”.»

También apuestan porque los currículos se compensen incluyendo un mayor número de mujeres, que en muchos casos es harto difícil, pues aun reconociendo que se ha invisibilizado el trabajo de las mujeres, simplemente no nos han llegado o no existen los mismos. Lo cierto es que las mujeres que se citan son del siglo XIX y XX, con alguna excepción.


Se les ocurre preterir a Neruda, a Rousseau, a Javier Marías o Reverte, pero como alguien ha sostenido: « ¿Jean-Jacques Rousseau era algo misógino? Bien, admitámoslo. ¿Por qué filósofa equivalente podemos sustituir el legado de Rousseau? ¿La también ginebrina Madame de Staël? ¿En serio? ¿Han leído la obra de Rousseau y la de Staël? ¿Sustituimos a Javier Marías por Lucía Etxebarría? ¿Pero de verdad han leído a ambos? Tengo la sensación de que a veces hay quien cita sólo de oídas.» Absolutamente de acuerdo.
Dicen también que no hay que dar la heterosexualidad por supuesta, pues el mundo es enormemente diverso, y la escuela también. En mi opinión, no creo que los profesores den por supuesto nada. Ni es su cometido hacer valoraciones de ese tipo, ni les interesa si no es dentro del proceso de enseñanza-educativo, atajando y eliminando cualquier discriminación por la orientación sexual de sus alumnos.
Luego, de forma manida, insisten en la formación obligatoria del profesorado para impartir nuevas asignaturas: «(…) de educación sexual, así como de equidad de género en todos los cursos de todas las etapas. Estas asignaturas específicas contemplarán, además, la formación obligatoria del profesorado en estas materias.» Siguen con la ocurrencia de prohibir el fútbol en los patios de recreo, aunque sea verdad que la sobresaturación del mismo sea un «coñazo» (perdón una vez más por el lenguaje «discriminante»), o la eliminación de los códigos de vestimenta, que sitúan el discurso del artículo en su apropiado nivel.

La joya de la corona en mi opinión, y que viene avalado por la revista de CCOO, sindicato subvencionado y misógino sin una sola secretaria general confederal en su haber, es el de «cambiar los nombres de los centros educativos que sean católicos o hagan referencias a militares, políticos o juristas y sustituirlos por nombres de mujeres representativas del movimiento feminista o por nombres de elementos de la naturaleza».

Proponen «eliminar la asignatura de Religión católica, porque una escuela feminista es una escuela, necesariamente, laica».
No serían lo suficientemente «modernas» si no ofrecieran la sempiterna carnaza. Pero ¿qué tiene que ver una escuela laica con la exclusión de una asignatura, la Religión, de esa misma escuela? Es evidente que la pretendida homologación de la aconfesionalidad del Estado con el laicismo que predican estas autoras, no hunde sus raíces en el derecho sino en la ideología: ¿acaso la escuela pública y sus múltiples asignaturas se identifican o se inspiran en la moral de alguna religión? ¿Acaso las actividades o decisiones de la escuela pública están orientadas o impuestas por alguna confesión?

Su reivindicación o su meta es parecida a la señalada en 1937 en la exposición sobre el llamado arte degenerado, en el que había que prohibir al «pueblo» esas experiencias, ahora atribuidas a la Religión: «Purgaré a la nación de su influencia y no permitiré que nadie participe en su corrupción.»

En estos últimos apartados las autoras demuestran que no solo tienen ocurrencias parecidas a la muy famosa «es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde», sino que tienen profundos prejuicios religiosos y culturales —pese a que se presentan, o tal vez por ello, una como educadora y otra como profesora universitaria— cuando quieren eliminar de nuestro acervo cultural nombres de «católicos o hagan referencias a militares, políticos o juristas» (superestructuras en la teoría marxista), o cuando confunden laico y laicidad con laicismo rancio sin propuesta alternativa. Seguro que ambas habrán leído mucho de feminismo pero muy poco del quehacer que nos circunda. Como si la libertad —como criterio y voluntad propios— no se pudiera encarnar en los que profesan una religión. Solo hay que observar cómo piensan —en cualquier materia— o cómo viven los laicistas de puchero... Estas actitudes y ocurrencias se sitúan más en el postureo e incluso en el hembrismo que en el feminismo.

Volver arriba