Yo acuso



Tal y como el caso Dreyfus de finales del siglo XIX, conmocionó a la sociedad francesa de la época, hemos podido saber las vergonzantes historias que creíamos, en nuestra ingenuidad, que eran casos aislados y que no subyugaban tanto a la Iglesia jerárquica.

Pero no, el papa Francisco, reconoce los abusos a algunas monjas por parte de curas y obispos y dijo que trabaja para buscar soluciones contra esta situación, que «viene de lejos». En la rueda de prensa a bordo del avión que le trajo de regreso de su viaje a Emiratos Árabes Unidos el papa reconoció la existencia del problema, es decir, de algo enquistado:

«Es cierto, es un problema (...) Dentro de la Iglesia ha habido clérigos que han hecho esto (...) Ha habido sacerdotes y también obispos que han hecho esto», dijo Francisco sobre las denuncias de abusos de algunas religiosas. Continuó: «¿Hay que hacer algo más? Sí ¿Tenemos la voluntad? Sí. Pero es un camino que viene de lejos», señaló.

Pero la estrella del crucificado, que viene de más lejos, por muy radiante y afortunada que queramos vestirla, no son más que oropeles y se ve amenazada por la más vergonzosa a imborrable de las manchas.

No solo es inaceptable y antievangélico, como dicen desde la asociación de teólogas, es mucho más grave: por la indignidad de los delitos, por la destrucción profunda y radical de las personas de buena fe y por el uso y abuso de la libertad ajena.



La expulsión del estado clerical es poco para estos depredadores que se esconden detrás de una cruz. No pueden quedar sin el mayor de los castigos, la cárcel y la repulsa social.

Se han llegado incluso a crear comunidades, como la de Saint Jean —denunciada por el Vaticano— como una orden donde las monjas fueron esclavizadas por su fundador y otros sacerdotes bajo la «teoría del amor de la amistad», que utilizaban para asediar a las religiosas y justificar los abusos.

«Ha habido casos en los que los sacerdotes dejaron embarazadas a las monjas y luego las obligaron a abortar», denuncia Doris Wagner (activista por los derechos de la mujer en la Iglesia), que aporta datos de un informe, que apunta que «el 40% de las religiosas han sufrido abuso sexual, el 10% antes de unirse a la vida religiosa y el 30% después». Pero, ¿cómo es posible que obispos y sacerdotes católicos abusen y violen a niños/as y monjas? ¿Es suficiente con decir que también se hace en otros lares? ¿No tienen los obispos y sacerdotes católicos mayor responsabilidad para con el prójimo y para con el mundo?

No es solo un problema de patriarcado y clericalismo, que también tienen su retranca, sino de unas mentes abyectas, increyentes, cegadas por el poder y el deseo. De una percepción de sí mismos pagada de vanidad: son las huestes del anticristo.



Son consecuencia de las viciadas relaciones humanas que se instalan entre clérigos y laicos, es el poder jerárquico del que se usa y abusa sistémica y arbitrariamente.

Me viene a la mente que si esto ocurre con las monjas, si no ocurrirá lo mismo en algunas delegaciones diocesanas de enseñanza, donde las propuestas para enseñar en la escuela pública y privada están presididas por la arbitrariedad y el nepotismo, incluso con el beneplácito de las administraciones. ¡Quién sabe cuántas mujeres ¡y hombres! han podido ser ultrajados, directa o indirectamente, para obtener un trabajo…!

Lo cierto es que actualmente, los cardenales y obispos, además de algunos sacerdotes tienen a su servicio, como sirvientas, a congregaciones de religiosas. Solo rechazando ese servicio intolerable y de tipo esclavista creeremos que la jerarquía quiere atajar algunos de los problemas de la mujer en la Iglesia: Hic sunt dracones.

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