Cardenal Norberto Rivera Carrera concelebra acción de gracias de Onésimo Cepeda Silva Discreta celebración del obispo emérito de Ecatepec en sus bodas de plata episcopales

Discreta celebración del obispo emérito de Ecatepec en sus bodas de plata episcopales
Discreta celebración del obispo emérito de Ecatepec en sus bodas de plata episcopales

*Particular emoción del primer obispo de Ecatepec al recordar su llamado al sacerdocio.

*Ecatepec era como “una señorita” … recuerda Cepeda Silva.

*Dios dio a Onésimo una sabiduría que no tenía, dijo Norberto Rivera.

Una celebración discreta e íntima, no en la catedral que él construyó sino en un domicilio, con pocos asistentes. Ese fue el marco del festejo de uno de los obispos más polémicos de la Iglesia católica de México. Onésimo Cepeda Silva cumplió 25 años en el episcopado cuando, el 12 de agosto de 1995, fue llamado a ser primer obispo de la recién nacida diócesis de Ecatepec.

Presidiendo la mesa de la Eucaristía, misa concelebrada por el arzobispo emérito de México, cardenal Norberto Rivera Carrera, fue propicia para que la homilía de Cepeda Silva hiciera memoria de algunos hechos particulares de su llamado al sacerdocio y de algunos hechos difíciles en su persona y en el pastoreo de la diócesis de Ecatepec.

A través de la reflexión de las lecturas bíblicas del libro de Jeremías, del salmo 23, la segunda carta de Pablo a Timoteo y del evangelio de Marcos, todas en torno a la predilección de Dios, el obispo recordó los hechos de su vida que marcaron su vocación que surgió en su etapa de estudios de preparatoria, las dificultades de la familia particularmente por la enfermedad de su padre, el abogado Onésimo Cepeda Villarreal, y su alejamiento de la Iglesia después de que su confesor le espetó que el cáncer padecido por su progenitor era consecuencia de un castigo divino por no haber entrado al seminario, en un inicio, en la Compañía de Jesús. “Yo en ese Dios, en esa Iglesia y en ti, no creo”. Eso fue motivo para el joven Onésimo dejara toda vida eclesial para seguir los pasos del padre, estudiar derecho y hacer “una exitosa” vida empresarial. Pero el Señor llamó y tenía otros planes, Cepeda Silva inició sus estudios sacerdotales y “dejándolo todo” fue ordenado sacerdote por Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, quien le impuso las manos hace 50 años, en octubre de 1970.

Proclamar a Cristo vivo fue uno de los propósitos que realizaron el sacerdocio de Cepeda gracias a su pertenencia al movimiento de la renovación carismática que, según sus dichos, le llevó por todo mundo a predicar a Cristo y su Evangelio. En 1995, el arzobispo Girolamo Prigione le anunció el designo del Papa Juan Pablo II para ocupar la sede de Ecatepec, en ese momento recién nacida diócesis.

“Cristo quiere que sea obispo” le dijo el representante papal. El llamado era innegable, según Onésimo Cepeda. No se podía decir que no a la palabra de quien le estaba llamando. La homilía, salpicada de anécdotas, echó mano de aquella que el recién nombrado obispo dijo al nuncio apostólico cuando dijo que Ecatepec tenía una virtud y un defecto. Como esposa del obispo, esa diócesis era “como una señorita” porque nadie le “había metido mano”, “¿Y cuál es el defecto?” cuestionó el nuncio, “Que está horrible la desgraciada, por eso nadie le mete mano”.

“Cuando llegué a Ecatepec, no tenía ni dónde colgar mis calzones”, así se refirió para matizar la serie de dificultades que enfrentó en la construcción de la diócesis. El Señor “me inspiró”, así en uno de sus principales objetivos: construir la catedral, edificio que estuvo bajo polémica, “hizo mucho ruido”, pero que fue uno de los elementos que distinguieron su episcopado. “Sin vanidad”, dijo Cepeda, Ecatepec tuvo “un antes y un después” cuando fue elevada la diócesis y de la construcción de la catedral.

Llamando a los que Él quiere, Onésimo Cepeda insistió en que Dios pone a sus escogidos para ponerlos donde quiera. Y en broma, supuso que a él le hubiera gustado ocupar la cátedra de la arquidiócesis de México, pero “Dios no cumple antojos ni endereza jorobados” provocando la risa de los asistentes y del cardenal Norberto Rivera.

Para el obispo, la predilección de Dios fue un signo incuestionable del amor de Cristo que no está ajeno a los sinsabores, las calumnias y dardos de los que puede ser objeto cualquier pastor y así lo comparó, con un camino que se recorre con la cruz a cuestas para ser clavado en ella. “Ser obispo es una distinción” porque fue escogido por Dios a pesar de la miseria humana. “Así lo dice mi escudo episcopal, ‘Sé en quien he puesto mi confianza’, en Cristo y si Cristo está conmigo, ¿Quién contra mí?... Espero seguir siendo de Cristo, espero morir con Cristo, alabando su nombre porque no hay otra cosa más importante que ser escogido por Cristo…” concluyó en su homilía.

El arzobispo emérito de México mostró un buen ánimo, contento y agradecido durante la celebración asistiendo incluso en la liturgia a Cepeda Silva. Usando un cubrebocas debido a la pandemia, Rivera Carrera no ocultó su empatía que se reflejó en el momento del abrazo de la paz que mostró particular efusividad hacia el festejado.

Rivera Carrera. Agradecimiento.
Rivera Carrera. Agradecimiento.

Después de la comunión, dirigió una breve reflexión sobre el 25 aniversario, “El centro de esta reunión en torno a esta altar es Cristo Jesús… es darle gracias y alegrarnos con Onésimo porque lo eligió y acompañó en su ministerio episcopal con muchas cosas con muchas cosas, pero quisiera nombrar unas cuantas… Él lo asistió en cada momento, con una sabiduría que no tenía, para la cual no estaba preparado y así tomar algunas decisiones, en relación a sus sacerdotes, en relación a su feligresía, en relación a las autoridades civiles, etcétera.

Creo que esa sabiduría no es humana, no es algo que haya adquirido con la experiencia que tuvo como sacerdote, pero además que uno siente, es el Señor que está ahí presente… la fortaleza porque se tienen que tomar decisiones que son trascendentes para la vida de muchas personas, y hay que tomarlas y hay que decir cosas que, por supuesto, no agradan a muchos, es más uno mismo dice ‘tengo que decirlas’ con todas las consecuencias… Algo que también manera Onésimo tocó con el salmo 23 es esa presencia del pastor, es real y la siente uno e manera muy fuerte, pero también siente en ocasiones la ausencia de ese pastor, lo único que ve uno ahí es el cayado, ¿dónde estás Tú, Señor? Tiene uno que pasar por cañadas oscuras donde no alcanzamos a distinguir al pastor, ‘si Tú me mandaste a esto, ¿Por qué ahora me dejas aquí?

El Señor también nos manda noches oscuras, nos manda caminos tenebrosos, pero es el momento de reavivar la fe y creer en el Señor. Hay algo muy importante en el pastoreo del obispo. Sí como sabe va siendo cabeza de una comunidad, pero también uno siente que, sin un presbiterio, sin una multitud de fieles cristianos que realmente son creyentes, que realmente son activos dentro de su Iglesia, también con gente que quizá no muestra su creencia, pero que se acercan a uno y lo apoyan definitivamente para poder realizar cosas que no podría realizar uno solo con sus capacidades, sus medios o estrategias.

El Señor se hace presente también a través de muchas personas, por eso es muy digno y necesario que le demos gracias al Señor por ese acompañamiento que dio a Onésimo, que lo acompañemos en esa acción de gracias también porque lo hizo pasar por cañadas oscuras y así reavivar su fe, fortalecerse y tener una experiencia que después es gratificante durante toda la vida… Ese pastoreo de Onésimo que sólo Él conoce en la intimidad, Él conoce esos detalles de tanta gente que se hizo presente en su pastoreo y le damos gracias al Señor por todas esas cuentas también”.   

La celebración se extendió hasta la mesa. Norberto Rivera concluyó la misa: “Ahora sí a la gorra…” Cosa que Onésimo Cepeda secundó: “A la gorra, no hay quién corra”.

La misa completa por el 25 aniversario episcopal del obispo emérito puede verse aquí.

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