En 2019, el prelado justificó el controvertido símbolo de la Pachamama Felipe Arizmendi Esquivel, un cardenalato para los pueblos indígenas

Felipe Arizmendi Esquivel, un cardenalato para los pueblos indígenas
Felipe Arizmendi Esquivel, un cardenalato para los pueblos indígenas

Con el prelado, se consolidó la teología y la pastoral indígena.

Francisco visitó Chiapas en 2016, ahí pidió perdón por los abusos cometidos a los pueblos originarios.

En junio pasado, Arizmendi Esquivel fue víctima de un fuego cruzado en el Estado de México.

Sorpresiva designación. Mientras las fichas del poder eclesiástico podrían haberse movido por alguna de las arquidiócesis con más influencia y peso en el Episcopado Mexicano, el estilo del Papa Francisco dirige la atención a esas partes donde lo que no es central, apunta a una preponderancia específica para que la Iglesia se deje ver como poliedro y mosaico, no sólo como algo plano y uniforme.

Y la Iglesia de México tiene ahora un nuevo cardenal. Tal como sucedió con el desaparecido Sergio Obeso, la designación del emérito de san Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel, apuntaría hacia el reconocimiento del trabajo pastoral de un obispo que por 17 años sirvió a esa diócesis; sin embargo, la trayectoria del obispo mexiquense tiene una explicación más profunda que una carrera eclesiástica cuando el sacerdote del presbiterio de Toluca fue elevado a la dignidad episcopal por voluntad de Juan Pablo II para ser obispo de Tapachula, apenas con 50 años de edad en 1991.

Una labor dedicada a los pobres y a la pastoral indígena que se asocia a la memoria del desaparecido Samuel Ruiz García, el impulsor de la teología indígena y de la defensa de los derechos de los pueblos y comunidades originarias. Arizmendi Esquivel fue relevado de la diócesis a los 77 años y así daba un legado del que destaca la conformación de la pastoral que generó también los libros litúrgicos para la celebración de los sacramentos en lenguas tseltal y tsotsil.

El reconocimiento litúrgico no fue un proceso sencillo. Inició desde 2007 y pasó por las instancias correspondientes de la Conferencia del Episcopado Mexicano y de la Congregación para el Culto Divino y de la Disciplina de los Sacramentos en Roma. Fue precisamente en la instancia romana de la que Arizmendi no tuvo plena confianza motivando un encuentro con Francisco a quien Arizmendi apeló en reiteradas ocasiones para reconocer los textos de la pastoral indígena.

El nuevo cardenal reconoció haber acudido directamente al pontífice ante el tortuguismo y la burocracia de la Curia Vaticana. Según el emérito de san Cristóbal, Francisco le dijo que “esta práctica debía cambiar, pues es imposible que en Roma se conozcan todas las culturas; no pueden definir allá lo que no se conoce. Desde hace más de tres años, nos dijo que serían las Conferencias Episcopales de cada país las que deberían aprobar estos textos, siempre en comunión con la Sede Apostólica, pues no se puede tener una auténtica liturgia católica sin esta comunión eclesial”.

La luz vino el lunes 15 de febrero de 2016 cuando el Pontífice oró y se postró ante la tumba de Samuel Ruiz García en la catedral de san Cristóbal, en una señal de reconocimiento a toda la pastoral y consolidación de la teología indígena y de la lucha por la defensa de los derechos humanos de los pueblos originarios. A esa fecha, Arizmendi vivía el “tiempo extra” de su ministerio en San Cristóbal al haber cumplido en 2015, la edad límite para la presentación de su renuncia ante al Papa como lo marca el derecho canónico, pero marcó “al antes y después”. No sólo el Papa daba el aval a la liturgia indígena, también daba pauta para acentuar los gestos de perdón hacia los pueblos y comunidades indígenas.

Esa visita marcó una situación excepcional que ahora ha sido traída al escenario político ante la exigencia del perdón del Papa a los pueblos indígenas. En la misa en el deportivo municipal de san Cristóbal en 2016, el pontífice subrayó la incomprensión que la cultura del descarte ha hecho de los pueblos indígenas además de la destrucción del entorno y del medio ambiente, justo al lado, el obispo Arizmendi parecía tener recompensa a los esfuerzos que venían desde hace décadas, con la evangelización de Bartolomé de las Casas, pasando por la lucha de Orozco Jiménez, “el Chamula”, y llevada a lo social por don Samuel Ruiz García.

Eso fue motivo también para escuchar el ansiado perdón que parece hoy olvidarse. Así decía el Papa: “Sin embargo, muchas veces, de modo sistemático y estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!, ¡perdón, hermanos! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita”.

Al haber llegado a la jubilación, Arizmendi se retiró a una vida que, según el mismo diría, transcurre en el Estado de México, su tierra natal. Entre predicaciones, retiros y opiniones a medios, el cardenal Arizmendi aún defiende esta teología indígena y respalda las decisiones de Francisco como aquella que le dio la vuelta al mundo cuando hizo una apología de la llamada Pachamama, justamente hace a casi un año, en noviembre de 2019. Incluso se le llamo el “obispo de la Pachamama” cuando explicó una cierta conversión que, en el fondo, pretendía reconocer estos aspectos de las culturas indígenas. Afirma Arizmendi, “En mi anterior diócesis, cuando yo escuchaba que con mucho cariño y respeto se hablaba de la “madre tierra”, me sentía molesto, pues yo me decía: Mis únicas madres son mi mamá, la Virgen María y la Iglesia. Y cuando veía que se postraban para besar la tierra, más me incomodaba. Pero conviviendo con los indígenas, comprendí que no la adoran como a una diosa, sino que la quieren valorar y reconocer como una verdadera madre, pues es la que nos da de comer, la que nos da el agua, el aire y todo lo que necesitamos para vivir: No la consideran una diosa; no la adoran; solo expresan su respeto y oran dando gracias a Dios por ella…”

Más reciente, el neocardenal fue víctima de la violencia cuando en junio pasado, en su tierra en el Estado de México, un fuego cruzado le hirió en el cuello sin consecuencias fatales.

El reconocimiento de Arizmendi Esquivel al cardenalato ya no es funcional, no trae aparejada labor específica en la curia cerca del Papa. Al tener 80 años, el purpurado prácticamente ha perdido todo derecho de elección, no puede votar ni ser votado en la designación de un futuro Papa; sin embargo, como sucedió con el emérito de Morelia, el cardenal Alberto Suárez Inda, arzobispo de esa tierra “tan caliente” agobiada por la violencia o del desaparecido Sergio Obeso Rivera, arzobispo de Xalapa, reconocido por su preponderancia en la conformación jurídica de la Iglesia mexicana, la designación de Arizmendi trata de volver los ojos a la Iglesia de las periferias, de una Iglesia tan antigua como la misma Evangelización de México.

Desde su nacimiento en 1539, la antigua diócesis de Chiapas y hoy la de san Cristóbal, ha tenido obispos excepcionales que dieron conformación a esa pastoral y teología indígenas: Bartolomé de las Casas, Francisco Orozco Jiménez o Samuel Ruiz García. A todos ellos, se les reconoce en la persona de Felipe Arizmendi y en el símbolo del cardenalato que, en el fondo, quiere decir que los pueblos y comunidades indígenas están en el pensamiento y corazón del Papa como afirmó en san Cristóbal en 2016: “En esto ustedes tienen mucho que enseñarnos, que enseñar a la humanidad. Sus pueblos, como han reconocido los obispos de América Latina, saben relacionarse armónicamente con la naturaleza, a la que respetan como «fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano”.

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