¿Construyendo caminos de unidad? Hace tres años, Carlos Aguiar Retes se convertía en arzobispo de México

Hace tres años, Carlos Aguiar Retes se convertía en arzobispo de México
Hace tres años, Carlos Aguiar Retes se convertía en arzobispo de México

Carlos Aguiar Retes tomaba el báculo pastoral de Fr. Juan de Zumárraga. Su nombramiento era el futuro de una etapa de renovación que pronto colapsó. ¿Qué se esperaba del arzobispo de México? ¿Qué pasó con la Iglesia para soñar?

Hace tres años, el 7 de diciembre de 2017, se publicó en los medios informativos de la Santa Sede, una anhelada caída y un nombramiento casi de ensueño: Se cantaba la renuncia del cardenal Norberto Rivera y la preconización de un pastor para soñar, la del entonces arzobispo de Tlalnepantla, Carlos Aguiar Retes.

La llegada del nayarita fue aplaudida por medios de comunicación y especialistas como una de las mejores decisiones del Papa. Aguiar poco a poco tendría así una fama inflada hasta los límites: Hombre de diálogo, culto, inteligente, sencillo; hombre sin vínculos con la izquierda o de la derecha, pero explotando la supuesta amistad de la que según goza con Pontífice. Sus partidarios comenzaron la discreta, pero machacona construcción de un culto a la personalidad e incluso le dieron motes tan eufemísticos como ridículos: Pastor todoterreno, impasible, sobrio, sin ostentaciones, disciplinado, de magnética personalidad, nadie podía resistir a su encanto, sagaz, dialogante, sinodal...

Todo eso comenzó por fincar grandes expectativas después de la larga era de Rivera Carrera. Se vislumbraba una especie de golpe de timón para devolver una pujanza que se decía anquilosada en la otrora arquidiócesis más grande del mundo. La construcción del mito de Aguiar Retes puso incluso el camino para una nueva historia para un verdadero pastor como quiere el Papa Francisco.

Aguiar sería entronizado en Basílica de Guadalupe hasta febrero del 2018; sin embargo, poco a poco el eclipse de Rivera Carrera cedería al paso de un arzobispo al que se quiso ver menos hosco y más sinodal. Con luces y sombras se iniciaba el delicado proceso de transición arquidiocesana para buscar un reimpulso. En estado de misión permanente, esta Iglesia fue puesta como la mejor joya de la corona. Justo para adornar la mitra de Aguiar.

Se especuló sobre la forma de gobernar y la manera como debería cambiar el rumbo de un arzobispado controvertido y polémico. Don Carlos es un líder y maestro, don Carlos camina junto a los fieles por las calles, don Carlos es un padre cercano a sus sacerdotes, dos Carlos es un hombre sereno; don Carlos, un obispo nunca está incómodo ni fuera de lugar,  don Carlos se mete al barrio y va con la gente más sencilla… don Carlos, don Carlos don Carlos…

Entender a Aguiar Retes es compenetrar una oscura psicología que ha impactado seriamente estructuras pastorales de diócesis completas y también afectado muchas vidas. Quienes están cerca, los que forman parte de su innercircle son los que ven en arzobispo una especie de sabiduría incomparable Su biografía, con la cual llegó al arzobispado de México, fue la perfecta construcción del mito, del hombre que tuvo el camino adecuado para un destino predestinado con los peldaños justos hasta coronarlo con la mitra de Zumárraga y hacerlo factor de equilibrio temporal y espiritual en el principal arzobispado de México y quizá del mundo.

Nunca vaciló, siempre fue muy decidido, dicen sus familiares. Al punto, el exagerado incienso al nuevo arzobispo incluso lo puso como alguien quien penetra mucho la palabra de Dios, elegido y escogido para seguir los pasos de otro cardenal, su padre espiritual Adolfo Suárez Rivera, arzobispo de Monterrey.

Pero esta lisonjera y torcida construcción del mito contrastaba con la de otros quienes tenían una visión más terrena y menos zalamera. Aguiar, formado en ese ambiente posconciliar de ideas liberales, tuvo una carrera ascendente para ponerse en los reflectores y cobijar intereses. Poco a poco se darían sospechas de sus manejos opacos en la CEM a su paso como presidente y secretario; de su carácter autoritario cubierto bajo el manto del sinodalismo, del desmantelamiento de estructuras pastorales amparado bajo el trillado discurso del constructor de puentes, del aquí se hace esto porque creo que es lo mejor, aderezado con la dulce cubierta de diálogo sinodal. Del manejo de personas a su antojo, de premiar a incondicionales por la entrega de puestos a modo, de inventar cargos con novedosos y rimbombantes nombres para comprar afectos, nunca indicados por el derecho, pero creados porque eran voluntad de Aguiar. Monseñores ficticios nominados en contra de las disposiciones de la Santa Sede, cargos y más cargos para marear y embrutecer, nepotismo clerical y defenestración ignominiosa de sus adversarios, cosas que se recuerdan en Texcoco y Tlalnepantla con especial desgracia y ahora son Iglesias apacentadas por obispos más sencillos y reparadores que se han esforzado en sanar las secuelas más dañinas entre presbiterios francamente heridos por el paso de Aguiar quien en lugar de ser factor de cohesión, simplemente antepuso odios y rivalidades, desmantelando y aniquilado.

No obstante esta nube de incienso, pocos fueron quienes advirtieron que Aguiar era más lobo que pastor, más serpiente que zorro. Se denunciaron sus oscuras relaciones con el poder. La forma como Tlalnepantla fue usada para ser trampolín político hacia el cardenalato. La salida del anterior gobernador del Estado de México tuvo por colofón la entrega de terrenos al arzobispo para beneficiar a católico de zonas pudientes incluso forzando a que el Poder Legislativo estatal aprobara, al vapor, la cesión municipal de esos terrenos en favor del gobierno mexiquense y, a su vez donarlos al arzobispo Aguiar. Para nadie era desconocido que era el capellán del PRI y del gobernador. Esto valió que incluso las parroquias y movimientos de catequesis recibieran subsidios del gobierno. Ese era su propósito, congraciarse con el gobierno era deponer los derechos de la Iglesia para obtener lo que se quiera ¿incluso el cardenalato? Y por qué no, el mejor de los arzobispados, ese que, según las leyendas, es el más rico por la sencilla razón de tener al templo “más poderoso” de América, Basílica de Guadalupe.

El 7 de diciembre de 2017 fue recordado como el paso más importante de la vida de don Carlos. Sus aduladores pronto lo querían desmarcar del huraño y cuestionado obispo de Tepehuanes, incluso vistiéndolo de blanco. Cuando su nombre estaba en la quiniela de posibles candidatos, en falsa modestia, Aguiar señaló: “Yo preferiría, con toda honestidad lo digo, continuar en Tlalnepantla. Sé que la Ciudad de México es un gran desafío, y si a mí no me toca yo le doy gracias a Dios”.

Dios ¿y las influencias? Dieron un vuelvo en la historia. A tres años de la designación que suscitó grandes esperanzas, el contraste es evidente. Tres años han sido suficientes para asirse a un poder hecho a modo. Si, como se decía, el arzobispado de México estaba herido y lastimado por un supuesto desastre pastoral, Aguiar Retes puso prácticamente al paciente en estado vegetativo, intubado e inconsciente. Sus pretensiones lograron prácticamente el desmantelamiento de todo y la creación de nada. El paso de tiempo confirma el feudo en el que está convertida la arquidiócesis de México, ahora en una franca agonía agudizada por la crisis del covid.

El cambio de época alcanzó a Aguiar Retes. A la distancia, esa notable aprobación de su designación confirma ahora la artificial construcción de un destino. No sólo la mitra le ha quedado grande, la ha ajustado a sus ambiciones. Este presente y el próximo futuro es el de una Iglesia que Aguiar parece no entender. Su magnética personalidad es en realidad la de la anquilosada persona que se quedó en la época de los sesenta, de las relaciones oscuras y dudosas con esos antiguos y renovados encumbrados que se benefician ahora de la Transformación. Aguiar ya no habla de la Iglesia para soñar… para el desconocido arzobispo, esa Iglesia se quedó en el delirio de la mente.

Volver arriba