Nuncio Franco Coppola pone un caso digno para los personajes de Actualidad Litúrgica ¿Incensar o no incensar? Un caso para Firminio y Liberio
Se trata de esa incensación al ofertorio que hacen según grados, obispos…, sacerdotes, laicos… Es un acto, una manifestación externa de clericalismo que no tiene ningún fundamento litúrgico, una manera desviada de concebir al clero, una deferencia y una tendencia a reconocerle una superioridad…”
| Guillermo Gazanini Espinoza

Firminio y Liberio eran dos curas que, en las exigencias de los tiempos de renovación o tradición, ponían en aprietos a los atribulados fieles para saber qué era lo correcto, lo más agradable a Dios.Firminio, chaparrito y regordete era el cura malhumorado tradicionalista de amito, sotana y bonete que echando mano del escrúpulo, ponía a temblar a los creyentes para actuar como máquina de la liturgia y contar hasta los pasos que el celebrante y acólitos debían dar en el presbiterio so pena de contaminar el acto sagrado. Para estos tiempos era el temido clericalista.
Liberio, es el cura posconciliar que ni por error se ponía sotana. De usar alzacuello, lo haría con camisas de colores pastel, nada de la sobriedad del negro. Contrario a su colega, la sonrisa iba de oreja o oreja. Formado en la renovación, la manga era tan holgada que se ponía al extremo. Para él, lo importante no era la forma sino la intención del espíritu. Alto y delgado, usando jersey de cuello de tortuga de la revolución de los 60, Liberio era el padrecito a la onda, los detalles están en el corazón de los fieles y no en los signos de la liturgia.
Firminio y Liberio fueron protagonistas de la revista “Actualidad Litúrgica” por casi 20 años desde 1980 a 1999. Los padres de los personajes, Alberto Aranda Cervantes, Misionero del Espíritu Santo y Antonio Serrano Pérez,de la Compañía de Jesús, enseñaban en cápsulas litúrgicas los dilemas que, en el fondo, no eran solo de Firminio y Liberio, podrían ser los mismos de obispos y sacerdotes en la eucaristía dominical.
Esta semana, en la asamblea de la CEM, el nuncio apostólico puso en la mesa lo que sería un buen debate entre Firminio y Liberio. Para Franco Coppola, es manifestación del virus del clericalismo poniendo en aprietos a más de un obispo por saber qué será correcto hacer al siguiente domingo cuando se ha dado un gentil “por favor, acaben con él”. Explica el nuncio: Se trata de esa incensación al ofertorio que hacen según grados, obispos…, sacerdotes, laicos… Es un acto, una manifestación externa de clericalismo que no tiene ningún fundamento litúrgico, una manera desviada de concebir al clero, una deferencia y una tendencia a reconocerle una superioridad…”

Según Mons. Coppola es signo de la superioridad y hace distinciones entre pueblo de Dios. En la asamblea, todos actúan “In persona Christi”. Quizá los expertos en liturgia hayan arqueado las cejas ante las aseveraciones del nuncio.
Quien haya sido formado en liturgia habrá pasado por los tormentos de manejar un incensario -turíbulo propiamente- y hacer maniobras con la naveta. Cuántos golpes -ductus- y cómo hay que balancearlo para que la cadencia desprenda la aromática fragancia. Sin embargo, lejos de todas estas circunstancias, la liturgia como servicio público viene a ser una manera de orar, incluida esa fóbica incensación.
Desde la sencilla y errática forma de los acólitos en un pueblito hasta las magníficas ceremonias pontificias, los signos, símbolos y artes del oficio litúrgico tienen orígenes milenarios que provienen también del antiguo culto a dignatarios y divinidades. En el culto cristiano son la forma pública donde se encuentra la evidencia comunitaria del servicio a nuestro Señor, cada quien en un papel, siempre orientados a la celebración del misterio pascual.
Tal vez haya signos más claricalistas que otros en la liturgia. Mons. Coppola dirigió sus obuses a una acción ceremonial con fundamentos bien explicados y personas definidas aunque él insista en la ausencia de fundamento litúrgico alguno.
Para mejor referencia, el sitio Liturgia Papal da a neófitos, creyentes y paganos, las mejores elementos para comprender la liturgia en cada uno de sus signos y símbolos. Con buenos subsidios, es el recurso al cual se puede recurrir con la certeza de estar haciendo lo correcto y en el punto medio, el justo equilibrio, como serían las moralejas litúrgicas de Firminio y Liberio.
El incienso tiene profundo significado bíblico. De las abundantes citas, el sitio al que se ha hecho referencia concluye con una alegoría que manifiesta la majestad de Dios y de sus santos: “Como oración y sacrificio, aparece en el salmo 141, en donde dice “Suba a ti, Señor, mi oración como incienso en tu presencia.”, y en el Apocalipsis se menciona que vino un ángel “que se ubicó junto al altar con un incensario de oro y recibió una gran cantidad de perfumes, para ofrecerlos junto con la oración de todos los santos, sobre el altar de oro que está delante del trono. Y el humo de los perfumes, junto con las oraciones de los santos, subió desde la mano del Ángel hasta la presencia de Dios.”
Tiene destinatarios específicos que, lejos de una gradación clerical y humillante de la Asamblea, identifican a los que actúan como Cristo Cabeza, autoridades y maestros -sin aprovecharse de esta especie de lucha de clases litúrgica insinuada por el nuncio.
Así puede leerse en la fuente citada: Con tres ductus -el número siempre es significante, subrayado nuestro- se inciensa: el Santísimo Sacramento, la reliquia de la Santa Cruz y las imágenes del Señor expuestas solemnemente, también las ofrendas, la cruz del altar, el libro de los Evangelios, el cirio pascual, el Obispo o el presbítero celebrante, la autoridad civil que por oficio está presente en la sagrada celebración, el coro y el pueblo, el cuerpo del difunto.
No deja lugar a dudas. Hay una correcta explicación y fundamento.¡Incluso la autoridad civil presente en la celebración goza de una incensación particular! ¿Para discriminar al pueblo? ¿Acaso la autoridad civil es clérigo? Desde luego que no. La razón es evidente.
Hay cosas más interesantes y urgentes que ahora meter en aprietos a los servidores del altar. Ya se estarán oyendo los argumentos el siguiente domingo: El señor nuncio nos pidió que ya no lo hagamos porque es clericalista.Pero habría mucho otros signos que, de sostenerse con ese simplismo, serían más clericalistas que otros. El beso inicial al altar, por ejemplo, ¿No haría una distinción entre la comunidad que celebra y los clérigos que confeccionan el sacramento? De ser así, todos deberíamos besar el altar porque celebramos la eucaristía.
Hay cosas más importantes que ver en las incensaciones, los vicios del clericalismo. Y en el polo opuesto, como Firminio y Liberio, acabar con esos signos, distraen el debate de lo fundamental simplemente porque al nuncio no le gustan esos gestos. Al final, ese elemento de culto y oración no nos puede atascar en dicotomías estériles ypolarizantes.
