Ordenados este 19 de marzo en Basílica de Guadalupe Nuevos obispos para la arquidiócesis de México, la defenestración de Mons. Glennie Graue, el incendio de la Aparecida y otros presagios funestos

Nuevos obispos para la arquidiócesis de México, la defenestración de Mons. Glennie Graue, el incendio de la Aparecida y otros presagios funestos
Nuevos obispos para la arquidiócesis de México, la defenestración de Mons. Glennie Graue, el incendio de la Aparecida y otros presagios funestos

Discreta y surrealista celebración a puerta cerrada eleva a cinco el número de auxiliares al servicio del arzobispo primado de México.

En la celebración se anunció el fin de la carrera de Mons. Enrique Glennie, exrector de Basílica de Guadalupe.

Presagio funesto. Aparatoso incendio en la parroquia de Nuestra Señora Aparecida del Brasil, sede de la IV vicaría del arzobispado de México.

En todos lados se respira un clima de tensión. Incluso en los recintos de paz ahora tocados por la crisis sanitaria. Tensión y nerviosismo aun en lo que queda de celebraciones públicas, al parecer al borde de la prohibición por el enemigo invisible. En el día del patrocinio de san José, tres nuevos obispos fueron consagrados para la arquidiócesis metropolitana. En la burbuja y el idilio, el ensueño de la celebración nos sacó por el momento de la tremenda realidad que aun parece evadirse por las erróneas señales de invulnerabilidad.

Una celebración surrealista, blindada, pesadas puertas infranqueables para los bautizados de carne y hueso, pero no para el microscópico enemigo hecho de ADN. Los pocos obispos asistentes eran la muestra de que las cosas no estaban para aglomeraciones. Parecía una misa de ensayo a puerta cerrada con dos centenares de fieles invitados y con riguroso pase especial. Pero la realidad era otra para Luis Manuel Pérez Raygoza, Héctor Mario Pérez y Francisco Daniel Rivera. Era su momento, su llamado, ningún patógeno puede contradecir la voluntad divina para que ellos caminaran en pos de Dios Espíritu Santo y, por su gracia, ser inmunes al temible virus chino multiplicado por millones.

Basílica. El enemigo flota.
Basílica. El enemigo flota.

Consagrados por imposición de manos de Aguiar Retes, el nuncio Coppola y el presidente de la CEM, Rogelio Cabrera, eran resplandecientes hasta en los zapatos nuevos y lustrados. Nacieron de nuevo en la fe y en la plenitud del sacerdocio, al episcopado en un momento singular de la historia por el que quedarán marcados por el sacramento del orden y sacramentales modernos materializados en geles, pañuelos y cubrebocas. Sin embargo, el momento ameritaba una canita al aire tocando, abrazando, respirando… Pero tanto cielo en la tierra no podía ser eterno como en la transfiguración, roto pronto como devolviendo a la realidad de lo que afuera está pasando. El final de la celebración tuvo el obligado paseíllo de los obispos, el baño de pueblo y el pueblo tocado siquiera por la sombra de la mitra. Impartiendo la bendición de lejitos, a pesar de la insistencia de algún valeroso fiel empecinado siquiera en tocar la borla del manto.  Y para descubrir la personalidad de los obispos, el obligado mensaje de agradecimiento daría alguna luz sobre su estilo. Un enjuto obispo que desgranó alabanzas y agradecimientos, el discurso estremecido, casi místico, de voz grave, fraseando y parafraseando: ser Cristo, entrañas de misericordia, elogios a los compañeros, vivir para todos, ser de todos, pan partido… indignidad e insuficiencia… discurso paradójico que hacia afuera podría ser demolido por la crudeza de la realidad que quedaba extra muros; el segundo, de un obispo foráneo que, más realista, devolvió como golpe de mazo a los espectadores endulzados por el lumínico discurso, que lo que ahí se celebró era pompa y circunstancia: “Un reconocimiento especial a todos los que no pudieron estar aquí… ver esta Basílica casi vacía es muy significativo porque refleja el momento que vivimos como nación y humanidad…” y el tercero, el de un religioso que, según, le tocó la parte triste, las sobras de los discursos. De la misa a la mesa, dijo, pero ante la eventualidad, “hemos pedido cancelar el banquete” sin suprimir una comida más sencilla reservada a los más queridos y cercanos… Empero, fue él quien atizó el fuego tocando con el dedo una de las llagas más dolorosas y abiertas de la arquidiócesis: la Unidad.

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Pero ante la Guadalupana, la bucólica y triste celebración tuvo un colofón más degradante para quien por muchos años fue todopoderoso rector de Basílica de Guadalupe. Y más cuando el emérito de México, el cardenal Rivera Carrera, era testigo de las ordenaciones y las caídas. Enrique Glennie Graue era temido y reconocido. De buen linaje, el pedigrí le vino de una acomodada familia con un tío canónigo del cabildo guadalupano. Con 48 años de ordenado, la capacidad del padre Enrique le valió la confianza de obispos como el cardenal Miguel Darío Miranda para ser preparado en teología y espiritualidad en Roma en los momentos de transición más duros de la Iglesia.

Su carrera eclesiástica subió como la espuma gracias a sus ambiciones clericales para ganar cargos de mayor confianza que le posicionaron en el gobierno del cardenal Corripio Ahumada y le afianzaron con Rivera Carrera. Párroco de comunidades acomodadas, formador del seminario y finalmente rector, Glennie daba pasos para ascender a algo más prometedor que el presbiterado. Como vicario episcopal construyó, pero también se le recuerda por ser implacable. Quizá la organización del VI Encuentro Internacional de las Familias en la arquidiócesis de México le valió tomar la joya de la corona, la Basílica de Guadalupe, de la cual fue rector desde 2011. Glennie ganó simpatías y antipatías. Sus amigos lo recuerdan como un sacerdote muy capaz, letrado y leal; sin embargo, sus adversarios lo veían voluble, energúmeno y dispuesto a remover del camino a quien pudiera enfrentarle o hacer sombra. Le gustaba el poder y era amigo del poder. 

Mons. Glennie. No pudo.
Mons. Glennie. No pudo.

Pero no pudo con Aguiar. Monseñor fue pasto del incendio provocado por el arzobispo. En 2018, como en todas esas cortesías clericales que en la realidad política implican degradación, el todopoderoso rector fue removido para arrumbarlo a las sombras, en un puesto decorativo donde, impotente, sólo podía observar cómo Aguiar y su camarilla destruía todo lo que, en su momento, Glennie también edificó. Al punto, los rumores afirman que el exrector encabezaba una rebelión para denunciar al arzobispo los desmanes, errores y tropelías de los aguiaristas que empujan a la arquidiócesis al desastre. Últimamente, afirman, monseñor estaba desencajado y fúrico, apagado y triste. Resistiendo y aguantando vivir en casa ajena, eclipsado y sometido, este día de san José llegó al final la carrera de un hombre brillante y pragmático, en un escenario en el que tal vez, él mismo aspiró a ser protagonista en el episcopado. El pago a tantos años de servicio a su amada arquidiócesis fue una frase de rigor y protocolo: “Que Dios nuestro Señor le recompense todo su servicio a la Iglesia”.  Para un maquiavélico, maquiavélico y medio.

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Quienes saben leer los signos de los tiempos saben en dónde estamos metidos. Todavía hay buenos sacerdotes, aquéllos que como rara avis vuelan entre la historia y aterrizan sobre la tierra del presente para reemprender el vuelo al futuro. Y es que, mientras la comida privada y sencilla por los nuevos obispos extendía la discreta alegría de la celebración, Nuestra Señora Aparecida de Brasil, sede de la IV vicaría episcopal san Miguel Arcángel, ardía y la espesa columna de humo podía divisarse desde cualquier punto del oriente de la Ciudad.

Aparecida. Fuego funesto.
Aparecida. Fuego funesto.

Al punto, mientras los medios -claro no los del arzobispado que siempre llegan tarde, al final y parcializando todo- difundían el aparatoso incendio, un sacerdote me hizo saber:“Curioso. Justo 500 años atrás, antes de la llegada de los españoles, el templo de Huitzilopochtli ardió de tal manera que nadie podía apagar”. El cura hablaba del gran fuego del templo mayor mexica, uno de los presagios funestos que anticiparon la llegada de los españoles que acabó con el antiguo orden indígena dando paso a una civilización mestiza y cristiana, conquista que diezmó a la población natural de estas tierras por la peste y enfermedades. ¿Paralelismo?Para los antiguos mexicanos, los presagios eran formas de comunicación entre los dioses y los hombres, señales en diferentes momentos de la vida e historia. Para este buen sacerdote, ese incendio en la parroquia de la Aparecida puede tener un significado que lo compara con aquel de los presagios prehispánicos. Algo es cierto, en medio de la enfermedad, la peste y el incendio, los tres nuevos obispos inician un ministerio que debe escrutarse a la luz de estos signos. Una cosa es segura, este moderno presagio funesto les amargó el digestivo.

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