Con el Papa, por teléfono




*Pbro. Miguel Domínguez García / El Semanario de Guadalajara. 03 de junio.- El antecedente de lo que voy a contar es una carta. Una carta para el Papa Francisco. Esta ocurrencia fue tomando fuerza en mi ánimo, motivado por dos convicciones: el nuevo Papa es muy cercano y sencillo; además, tengo algunas inquietudes relacionadas con su ministerio petrino y la primavera sacerdotal que puede provocar dicho ministerio. Así que decidí escribirle.

En la carta le comentaba mi alegría de que él haya sido elegido por el Espíritu Santo y por los Cardenales como el Sucesor de Pedro; le pedía su bendición para mí y mis compañeros que cumpliremos 25 años de sacerdocio el próximo mes de mayo, y le aseguraba mi oración ante el Padre Celestial y la Virgen de Guadalupe.

Pero el tema principal era pedirle que fuera un Papa cercano a los Sacerdotes; que nos incluyera en sus gestos y en sus acciones, bañadas de misericordia, gozo y esperanza.

Sacerdotes con necesidad de un Padre

Le decía, textualmente: “Hay muchos gritos pidiendo ayuda entre los Sacerdotes; hay muchas heridas, tentaciones y dolor. Somos hijos de nuestro tiempo y nuestra cultura; así que no podría ser de otro modo.

“Considérenos como parte de las periferias a las que el Papa gusta de atender y custodiar de modo especial. Necesitamos su benigna custodia de padre bueno, que no tiene miedo de amar con ternura a sus hijos menores en la Jerarquía de la Iglesia. Hablo, sobre todo, de los Presbíteros Diocesanos, pues no he tratado mucho a los Religiosos.

“Nosotros, en el esfuerzo de caminar a la periferia, en el intento de encarnarnos en las culturas y los ambientes, nos hemos empolvado demasiado, nos hemos ensuciado las manos y hasta el corazón. Necesitamos un Buen Samaritano, un Padre Misericordioso, un Hijo que nos lave desde adentro. Jueces ya tenemos demasiados.

“Necesitamos propuestas de una formación diferente, desde el Seminario, y luego en el sacerdocio de manera permanente, para caminar hacia la conversión integral, hacia la evangelización de toda nuestra vida, para ser Agentes eficaces en la Mies del Señor. Necesitamos palabras y gestos de aliento que entusiasmen nuestra entrega”.
Eso le escribía, entre otras cosas.

La respuesta, inesperada, pero esperanzadora

La famosa carta corrió con suerte, pues el lunes 15 de abril vino a presidirnos la Eucaristía, en el Pontificio Colegio Mexicano, un Monseñor que se ofreció a entregarla al Secretario Particular del Papa. Y enseguida, ¡lo inesperado!

El jueves 18 de abril, a las 9.20 de la mañana, recibí una llamada telefónica del Santo Padre Francisco. Estábamos a punto de iniciar la reunión semanal mis compañeros Sacerdotes del Equipo Directivo y un servidor. E insisto en este dato porque ellos fueron testigos de lo que voy a contar. Se trata de los Padres José Manuel Suazo, Víctor Ulises y Armando Flores Navarro, Encargado de Estudios, Ecónomo y Rector, respectivamente, del Colegio Mexicano en Roma.

Alexánder, Encargado de Recepción, me pasó la llamada del conmutador al salón de reunión. Pero antes, cuando Alexánder respondió el teléfono, le preguntó el Papa:
- “¿Se encuentra el Padre Miguel Domínguez García?”-

- “¿De parte de quién?”-, preguntó él.

- “De parte del Papa Francisco”-, respondió.

Yo le repetí, todo sorprendido –cuenta Alexánder-, entre la duda y el asombro:

-“¿De parte de quién?”-

-“Del Papa Francisco; no te asustes, no muerdo”-.

-“Sí, Santo Padre, lo comunico”-.

Alexánder me buscó en mi cuarto y no me encontró. Se puso nervioso porque “tenía en espera al Santo Padre”.
Por fin se dio cuenta dónde estábamos y pasó la llamada a la extensión del Salón de Juntas.

Respondió el Padre Suazo, quien, a su vez, me dijo:
-¡“Que te llama el Papa”!-
Yo me levanté a contestar, pero creyendo que eso del Papa era una broma.

Tomé el teléfono, y dije: -“¿Bueno?”- Alexánder, asustado, me comentó: -“Padre, le voy a pasar al Santo Padre Francisco”-.
No me dio tiempo de reaccionar.

Otra vez, dije: -“¿Bueno?”-, y de inmediato oí la voz del Papa, ya conocida y bien identificada por mí, pues lo he escuchado varias veces en vivo y en los Medios de Comunicación.
Me saludó y preguntó si era el Padre Miguel, el Director Espiritual del Colegio Mexicano.
Le respondí: -“Sí, Santo Padre… Buenos días. Casi ni la creo que usted me esté llamando. Pero, ¡gracias, y qué gusto escucharlo!”-

El Papa, pidiendo el apoyo del Sacerdote

Dijo que le gustó mi carta y que el asunto que le trataba en ella es un tema que también le preocupa a él. Pero que el problema es: ¿cómo hacerle?

Dijo, exactamente: -“Qué vamos a hacer, Padre. Cómo le vamos a hacer para seguir apoyando a los Sacerdotes y animando su ministerio?”-
Sólo acaté a reconocer: -“Pues, la verdad, no sé, Su Santidad. El problema de los cómo siempre es la cuestión”-.

Me dijo que si yo tenía algunas sugerencias; que en Argentina había algo, pero que no era suficiente.

Le dije que también en México había cosas interesantes, aunque insuficientes; pero que si pudiéramos conjuntar experiencias de Iglesias locales de varios países, se podría armar algo interesante y de mucho provecho en favor de los Sacerdotes.

Entonces me sugirió que tratara de indagar sobre algunas experiencias que se viven en Iglesias particulares y presentara algo concreto, estructurado, a partir de lo que surja de esta auscultación de experiencias, para que “luego podamos presentarlo a la Congregación del Clero”.

Me instruyó que le llamara directamente cuando tuviera algo, y que me presentara como el Director Espiritual del Colegio Mexicano, para comunicarle el resultado de mi investigación y, tal vez, acordar una fecha para entregárselo.

Un regalo inesperado

Luego me preguntó: -“¿Qué vas a hacer el 21 de mayo?”-, porque yo le comenté en mi carta que ese día cumpliría 25 años de vida sacerdotal, y que me encomendaba, junto con mi Grupo de Ordenación, a su oración y bendición.

Le adelanté que iba a celebrar en San Pedro, en la Capilla de la Virgen de Guadalupe; y que el sábado 25 festejaríamos en el Colegio Mexicano mi aniversario, y que lo invitaba.

Me preguntó si mis compañeros estarían en esas fechas por acá en Roma. Le comenté que no, pues ellos festejarían en México, aunque vendrían a Roma en el mes de octubre. Entonces, en el colmo de lo sorprendente, me señaló que nos convidaba a celebrar con él en su Capilla privada de la Residencia de Santa Marta, donde ha decidido vivir. Le respondí: -“¡Claro que sí, Santo Padre!, yo les paso su invitación a mis compañeros, y muchas gracias, de antemano, por ese regalo de aniversario”-.
Bien, a pesar de ‘lo que le pasó’

Le platiqué que lo mandaban saludar mis compañeros del Equipo Directivo, que en ese momento nos reuníamos, como cada ocho días. Dijo que si estábamos tramando “maldades”. Le expresé que estábamos tratando la manera de hacer las menos posibles, y le dio risa.

Luego se me ocurrió preguntarle, como a un antiguo conocido: -“¿Y, cómo está su salud? ¿Cómo se ha sentido en estos lugares?”- Me replicó, en tono bromista: -“Pues, mira, a pesar de lo que me pasó, estoy bien. A mi edad, ya es mucho no haber perdido la paz”-. Yo le recomendé que se cuidara y que se dejara cuidar y custodiar.
- “Ah, boludo”-, externó, y se rió.

Nos despedimos, le agradecí su llamada, y me reiteró que estaríamos en contacto para esa encomienda. Le aseguré que lo queremos mucho y que pedimos siempre por él. Se despidió diciendo: “Gracias, lo necesito”.

No le pedí su bendición, de puros nervios.

Así he vivido la experiencia

No alcancé a reaccionar de algún modo determinado. Ni la creía; pero era su voz, era él, el Santo Padre hablando conmigo. Y es que nadie espera que le llame el Papa.
Creo que todavía no asimilo esta experiencia, y menos la trascendencia de lo que me pidió hacer: ofrecer sugerencias concretas a la Sagrada Congregación para el Clero, en orden a favorecer la formación permanente del Presbiterio, la cultura de la formación permanente, los servicios para entusiasmar su entrega, etc.

Las horas siguientes yo no cabía en mí, y tampoco cabía en el Colegio. Sentía ganas de comunicar la experiencia, pero también sentía el impulso de guardarla un poco para mí, saborearla, dejarla madurar y asentarse en mi corazón y en mi alma. Luego vendría el tiempo de compartirla.

Los aprendizajes de este grato suceso

He reflexionado algunas cosas al respecto:

*El gesto en sí, la llamada amable y directa del Santo Padre, su detalle de cortesía e interés por mi carta.

*La invitación a trabajar en una propuesta en favor de los Sacerdotes, de su santidad y su mejora continua.

*El impacto positivo del testimonio del Papa, expresado en esta llamada telefónica: en la comunidad del Colegio, en mi familia, en mi grupo, en mis amigos y conocidos. Todo esto nos edifica a todos y nos hace sentir ganas de estar más cerca de él.

Tras constatar que el Papa se da tiempo para este tipo de cosas, me queda por asumir un compromiso: aprender de él a darme tiempo para las cosas importantes, en medio de agendas agotadoras.

Hay que sorprender a los demás con un gesto de caridad, con un signo de misericordia.
Es necesario incluir a los menores en proyectos mayores. Yo no sé qué siga después de que le entregue al Papa los resultados de mi modesto trabajo. Pero el hecho mismo de mostrar interés en la opinión de una persona, de un miembro de la Iglesia que expresa una inquietud válida, ya me deja motivado y me evangeliza. Y creo que eso es mucho en la vida de una persona, de un Sacerdote.

*El Pbro. Miguel Domínguez es sacerdote diocesano de San Juan de los Lagos y actualmente labora en el Colegio Mexicano, en Roma, como Director Espiritual
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