Cumple tres años al frente del arzobispado de México ¿Qué le faltó al cardenal Carlos Aguiar?

¿Qué le faltó al cardenal Carlos Aguiar?
¿Qué le faltó al cardenal Carlos Aguiar?

Hay muchas cosas en este arzobispado que lo mantienen francamente en un estado meritorio de intubación: la pastoral del decretazo y el desdén de los laicos; la apatía y la opacidad, el desmantelamiento de la pastoral y de la arquidiócesis misma, de traiciones y desprecio por el II Sínodo arquidiocesano…

Tres años atrás, el 5 de febrero de 2018, Carlos Aguiar Retes tomó el báculo pastoral de la arquidiócesis de México en medio de grandes expectativas, renovando un programa de consolidación de las estructuras pastorales, pero destacó más la manera como aterrizaba en la arquidiócesis como el hombre fuerte del Papa, dialogante, conciliador y capaz de dar un salto sin igual para poner en consonancia sueños y realidad. Volviendo la mirada, la retrospectiva nos sitúa en Aguiar como el producto bien envasado y prefabricado, el arzobispo moderno que pretendía conocer el cambio de época y de él se esperaba una "autorreflexión pastoral" para gobernar y apacentar no por sus propias capacidades sino conocedor de que la arquidiócesis de México requería, efectivamente, de una reingeniería, pero con la suma de los más notables talentos y del trabajo dedicado de los agentes de evangelización.

De hecho, decía en aquel momento el desaparecido semanario Desde la fe, la designación del nuevo arzobispo era continuación definida desde el II Sínodo Arquidiocesano, opción por la acción evangelizadora urgente para encarnarse en las culturas de la Ciudad de México. Esa autorreflexión debería darse un reimpulso de la acción misionera en la que se encuentra la arquidiócesis, de diálogo, testimonio y acción. La tarea parecía clara desde la dinámica que el entonces arzobispo de Tlalnepantla venía cantando, apacentar en una realidad dinámica y plural, una Iglesia en crecimiento, boyante e interpelada por la ebullición de una sociedad más crítica. Autorreflexión ante los cambios seculares y se creía que el cardenal Aguiar Retes sería el pastor capaz de gobernar y apacentar no por sus propias capacidades sino capaz de realizar el sentido de sinodalidad. Eso ha venido pregonando desde entonces, ahora plagiando un aderezo que no le es original: el de la revolución de la ternura.

El 5 de febrero de 2018, Carlos Aguiar anunció una especie de líneas programáticas en artículos de opinión en los principales diarios de circulación nacional, la mañana del inicio de su ministerio en la Arquidiócesis de México. Fue una estrategia comunicativa previa bien calculada para advertir, sobre todo a la clase política que lee el periódico todas las mañanas, los gestos y la mano tendida de la Iglesia hacia la unidad nacional como principal reto donde hay un mediador, el Primado. Reiterando su alegría por la designación, Aguiar desgranó su interés por conocer los problemas de la Ciudad de México “y contribuir a la unidad nacional… para sumar y construir nuestro destino juntos, aportando lo que tenemos y reconociendo lo bueno de los otros”. Opinión escrita que reiteró el “cambio de época” invitando a los lectores a multiplicar sinergias haciendo del arzobispo primado de México, el promotor principal entre los distintos actores sociales para la defensa de los derechos humanos. Para hacer de la Iglesia actora y sanar la fractura colocando a la “Ciudad de México en la construcción de un país fraterno y solidario” que irradie un poder regenerador a toda Latinoamérica y al mundo. Fue incluso la manera que resonó cuando Norberto Rivera Carrera entregó la arquidiócesis: “Te entrego esta arquidiócesis tan amada con la satisfacción del siervo que ha dado lo mejor de sí, pero que ha recibido más a cambio: el amor misericordioso de Dios, el amparo de mi amada madre Morenita de Guadalupe y el apoyo y cariño de los fieles laicos de Cristo Jesús; los obispos, presbíteros, diáconos y un ejército de consagrados y consagradas. ¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? No tengo como, sólo con el servicio de mi pobre ministerio, en el que quiero seguir hasta el fin de mis días”.

Pronto, el tren de la arquidiócesis se estrellaría contra un muro que prácticamente la ha dejado para el deshuesadero. En retrospectiva, los errores cometidos por el arzobispo de México han develado una forma rancia y anquilosada de ejercicio del ministerio para ubicar a Aguiar como un hombre del postconcilio de las ideas y novedades que ya han sido probadas y no tuvieron éxito para centrarse en lo que precisamente el Papa ha advertido como un peligro, el de la autorreferencialidad al límite de decir que el primado padece una especie de síndrome de Hubris que le ha hecho perder el contacto con la realidad.

Y en este momento de reflexión, hay cinco errores gravísimos quizá de imposible reparación. Esos mismos que han hecho del arzobispado un desastre pastoral:

1.- Imposición del núcleo aguiarista.

Bastó una semana desde su entronización para que Aguiar colocara a su equipo más íntimo, un círculo especial que viene a ser esa especie de protección para un arzobispo que en el fondo se siente más cómodo por la unilateralidad e imposición. Justo en la primera reunión con el presbiterio, Aguiar descubrió quién es realmente. La reunión previa a la cuaresma, el nuevo metropolitano hizo los cambios más notorios y mediáticos que vendrían a darse desde que en primera misa en Basílica de Guadalupe, había confirmado todos los cargos “hasta nuevo aviso”.

El inicio. Imposición.
El inicio. Imposición.

Sin consulta y ofendiendo al presbiterio, presentó al equipo cuya responsabilidad lleva una de las cargas más pesada por las decisiones que han costado mucho al arzobispado. De ellos, una pagó por los errores cometidos en cuanto a la comunicación social cuando Aguiar depuso los derechos de la Iglesia ante la Secretaría de Gobernación; los otros son quienes saben más del arzobispo y a esos hay que mantenerlos cercanos y protegidos.

2.- La incoherencia del dicho al hecho

¿Cuánto gana el cardenal? Esa es una de las eternas preguntas, siempre bajo la especulación. El 14 de diciembre de 2018, Aguiar sostuvo un encuentro con reporteros de la fuente religiosa, el primero y, al momento, el último. Ahí dejó saber, entre otras cosas, el salario del cardenal por el oficio de arzobispo de México: “La respuesta es muy sencilla. Realmente los salarios de los sacerdotes se van a reír ustedes porque no lo van a creer, son muy bajos. Andan entre 6 mil que es lo que teníamos en Tlalnepantla… y aquí están entre 12 y 15 mil pesos mensuales -680 euros- Yo ganaba en Tlalnepantla 12 mil y ahora ya me lo subieron a 18 mil al mes -818 euros- por ser arzobispo primado de México… No tengo ninguna dificultad en decirlo”. ¿Mintió?

En nómina. Ingresos mayores.
En nómina. Ingresos mayores.

Ahora se conoce que Aguiar pudo haber ingresos mayores, por lo menos, así consta en recibos de nómina expedido por la economía arquidiocesana de meses posteriores -marzo 2018- a su llegada cuando había ingresos antes de la pandemia, mientras que trabajadores y sacerdotes, por lo menos los registrados en nómina de curia, tuvieron ingresos infinitamente menores.

Esos documentos expondrían potenciales abusos incoherentes con lo manifestado a reporteros e incluso, los miembros de su círculo más cercano estarían ganando más que un obispo auxiliar. Todo eso deterioró su credibilidad.

3.- La Iglesia para devorar

Eso fue evidente cuando el arzobispo, faltando a su palabra, ordenó la opaca auditoría a las parroquias más promisorias de la arquidiócesis para saber el estado de las finanzas de la Iglesia local y de la cual, contrario a lo que se prometió, no se conocieron resultados y ni siquiera se supo cuánto costó a los fieles aunque Aguiar afirma que esto gracias a  la buena voluntad de la consultaría EY -Ernst & Young. Un desmantelamiento hecho a modo sacudiéndose, era deshacerse del lastre de déficits, problemas y pobreza, sacudirse de las iglesias pobres y de los problemas al desmembrar la arquidiócesis de México. Absorber Basílica de Guadalupe, hasta antes de la pandemia, la caja principal del arzobispado bajo pleno control de Aguiar en una vicaría territorial arrebatando las facultades al rector en el manejo financiero y, por último, la centralización administrativa y financiera contra el manejo descentralizado de la economía por vicarias, como era uno de los objetivos del II Sínodo arquidiocesano.

Antes de la pandemia. Para devorar.
Antes de la pandemia. Para devorar.

El frustrado plan del equipo económico del arzobispo quiso sacar agua hasta de las piedras catalogando a las parroquias por sus beneficios económicos. Aguiar consintió un golpe durísimo contra las maltrechas economías parroquiales de la Ciudad de México. En este blog se publicaron las proyecciones financieras del arzobispo primado para poner por delante la apertura de arcas antes que abrir la salvación a todos. Era un verdadero plan simoniaco. La “Clasificación Parroquial” conforme a ingresos parroquiales obligándoles al pago de una cuota fija, eufemísticamente llamada “solidaria” distinta a la del 10 por ciento variable. No sólo diseñó esta clasificación bajo criterios unilaterales y arbitrarios según la apreciación sobre parroquias “pudientes y fuertes” e ingresos de colectas especiales como la del Domund o la del Seminario. Era un plan que no veía a la a la iglesia, ambicionaba amarrar una empresa; no concebía la pastoral, era operar franquicias; no trataría con sacerdotes sino negociaría con empleados; no veía por la salud de las parroquias, ambicionaba arcas abiertas.

4.- Diálogo económico, no ecuménico.

Es sabido que Carlos Aguiar no es especialmente afecto al diálogo ecuménico. De hecho, en ese aspecto hay una parálisis, pero no en cuanto quienes pueden retribuirle a creces. Asociado a la creme de la creme de grupos proselitistas como los mormones, el arzobispo ahí parece estar a gusto, bien, contento, adulado, gratificado. Una reunión nada ecuménica dejó boquiabierto a quien no pudiera dar crédito de lo que se veía en la foto: un cándido Aguiar Retes que recibió complacido El Libro de Mormón, a los pies de la Bienaventurada Virgen María, un cardenal, juguete mediático cuando el apóstol viviente puso en las manos del inocente arzobispo un ejemplar, una dedicada y exclusiva copia del otro testamento de Jesucristo.  No se necesitaba más que dos dedos de inteligencia para saber el significado de esta foto magníficamente lograda.

Diálogo. Con quienes remuneran.
Diálogo. Con quienes remuneran.

La entrega del libro de mormón estampado con el nombre de su Eminencia como instrumento esencial de sus creencias y razón de su aguerrido proselitismo. En eso se inspira la Iglesia para soñar de Carlos Aguiar para diseñarla como modelo de negocios donde sus recursos, juró y perjuró, estarían destinados para “la pastoral y los pobres”; ese son las relaciones del primado de México, el impulsor del diálogo económico, no ecuménico.

5.- Lavándose las manos ante la crisis de la pandemia

Como en toda la Iglesia, el covid-19 ha sumido en la crisis. Y Sin temor al error, a tres años de su entrada, la pandemia es el equivalente a un Waterloo eclesiástico. Irresponsable, al principio el arzobispo se resistió al uso del cubrebocas y el agravamiento de las circunstancias desembocó en los recientes hechos relativos a la salud del emérito Norberto Rivera Carrera sacando a flote el abandono del presbiterio, lavándose las manos sobre las obligaciones de derecho. Aguiar Retes no sólo dejó a un emérito a su suerte, la situación reveló el manejo errático y sospechoso de la maltrecha economía y la deposición de su liderazgo que le ha puesto, sin temor a decirlo, como uno de los peores pastores que han dirigido el arzobispado.

Ordenaciones 2020. Sin cubrebocas.
Ordenaciones 2020. Sin cubrebocas.

A tres años, la fractura es enorme y se acrecentó aún más cuando la crisis el covid-19 prácticamente tienen asolado al arzobispo primado de México quien ahora busca una inútil enmienda a través de folletos, directorios de descuentos, subsidios en PDF para crear un artificial acompañamiento a los miles de presbíteros agobiados por las presiones de la economía de Aguiar y la pandemia que ha paralizado a las parroquias. Este momento le ha dado un golpe seco al corazón del arzobispado: Un obispo auxiliar y más de nueve sacerdotes fallecieron a causa de la pandemia.

Hay muchas cosas más en este arzobispado que lo mantienen francamente en un estado meritorio de intubación. Aguiar Retes llegó inflado a niveles estratosféricos y reventó por su incapacidad. La pandemia azotó al burócrata y príncipe; su experiencia en organismos eclesiales contrasta con el camino recorrido en tres años sin un plan pastoral, ni una visita ahora casi imposible por el virus, de la pastoral del decretazo y el desdén de los laicos; de apatía y opacidad, de crear grupúsculos de gobierno abriendo heridas muy profundas en el presbiterio, del desmantelamiento de las estructuras sinodales y de la arquidiócesis misma, de parálisis del diaconado permanente, de traiciones y desprecio del II Sínodo diocesano; de la detonación del Seminario Conciliar de México y erosión de las vocaciones sacerdotales, de la “toma” de Basílica y el abandono de los signos arzobispales, de satisfacerse por la virtualidad de likes como espejismo de eficiencia evangelizadora, de la creación de cargos de chocolate y ficticias recompensas para congraciarse y apaciguar conciencias y tener voluntades aplaudidoras… en fin, la lejanía de un arzobispo retraído quien en tres años, no ha dirigido siquiera una Carta Pastoral para cumplir con el munus docendi del obispo. Y muchos cuentan los meses que le quedan para reparar los lamentables daños, ruegan para que pronto llegué el 9 de enero de 2025.

Hubo un pastor al cual Carlos Aguiar no le llega ni a los talones. Conoció a las ovejas y él olía a oveja. Se puso cara a cara ante la autoridad secular y su talante, fe y confianza en el Señor Jesucristo lo ha hecho Siervo de Dios. Luis María Martínez vivió un cambio de época, la de la propia revolución para ser pacificador. Una frase encierra la clave de su identidad. Cuando llegó al arzobispado de México, el 20 de febrero de 1937, resumió todo en estas palabras: “Yo no vengo sino a prometerles una sola cosa: darles mi vida”. Esto le faltó don Carlos. Lo demás son apologías estériles para ocultar el fracaso, efectivamente puras cortinas de humo.

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