Las lecciones de Corea



Guillermo Gazanini Espinoza / CACM. 18 de agosto.- Grandes lecciones dejó la visita del Papa Francisco al Lejano Oriente. En Corea florece la Iglesia que ya no es extraña ni enemiga; si bien es minoría, crece a un ritmo envidiable, sobre todo por las extraordinarias conversiones, el compromiso y la fidelidad de un pueblo marcado por la división y la guerra en la península estratégica para los intereses de las grandes potencias en tenso conflicto.

La primera lección es la fe de Corea, la cuarta nación con el mayor número de santos y beatos. El 6 de mayo de 1984, Juan Pablo II elevó a los altares a 103 mártires quienes creyeron “por los libros traídos desde China”; los laicos misioneros bautizados en el gigante asiático fueron “la buena semilla (de la que) nació la primera comunidad cristiana en Corea, una comunidad única en la historia de la Iglesia en razón del hecho de que fue fundada en su totalidad por los laicos. Esta Iglesia naciente, tan joven y tan fuerte en la fe, soportó ola tras ola de feroz persecución. (JUAN PABLO II. HOMILÍA DURANTE LA CANONIZACIÓN DE 103 MÁRTIRES COREANOS. 06 DE MAYO, 1984).

Tres décadas después, 124 mártires fueron inscritos en la lista de los bienaventurados. No sólo los esfuerzos y acercamientos al Vaticano de la presidenta de la República de Corea, Park Geun-hye, formada en el catolicismo, produjeron los resultados anhelados en esta visita, también Francisco afianzó el poder de la Iglesia coreana realizada por los no consagrados para mirar más allá de las formas a las que estamos acostumbramos, las del laicado al servicio de una casta clerical privilegiada. En Corea, se rompió con el esquema de las beatificaciones donde, desde Benedicto XVI, se daba la facultad a un delegado pontificio para realizar dichas celebraciones; de esta manera, Francisco subrayó la validez del Concilio Vaticano II y precisó de esta “belleza y dignidad” de los laicos, la fuerza del Cuerpo de Cristo, en el testimonio de los mártires, ejemplos de caridad para cuestionar “las rígidas estructuras sociales de su época… para inspirar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar en armonía por una sociedad más justa, libre y reconciliada, contribuyendo a la paz y a la defensa de los valores auténticamente humanos en este país y en el mundo entero”. (FRANCISCO. HOMILÍA DURANTE LA BEATIFICACIÓN DE 124 MÁRTIRES COREANOS, 16 DE AGOSTO, 2014).

La segunda lección es la esperanza en aquéllos que están en las periferias. La Jornada de la Juventud Asiática demostró la pujanza de los jóvenes quienes, a su favor, tienen ese ímpetu natural de renovar todas las cosas, de construir un mundo más justo y vivir en solidaridad. No sólo el Papa se ocupó directamente de tres de ellos respondiendo a sus inquietudes, también anticipó el por qué de este anhelo por escuchar, de atender para que los laicos jóvenes rindan un testimonio coherente en Jesucristo, independientemente de la manera como realicen la voluntad de Dios, “la Iglesia tiene necesidad del testimonio creíble de los laicos sobre la verdad salvífica del Evangelio, su poder para purificar y trasformar el corazón, y su fecundidad para edificar la familia humana en unidad, justicia y paz… todo lo que hacen contribuye a la promoción de la misión de la Iglesia, asegurando que el orden temporal esté informado y perfeccionado por el Espíritu de Cristo y ordenado a la venida de su Reino”. (FRANCISCO, ENCUENTRO CON LOS LÍDERES DEL APOSTOLADO LAICO, 16 DE AGOSTO, 2014).

La tercera lección es la pujanza del catolicismo que puede derribar los muros divisores de los países donde la libertad de religión está soterrada por los sistemas políticos. China vuelve a ser foco de atención para que, en el futuro, la visita de un Pontífice y el restablecimiento de relaciones entre la Santa Sede y la República Popular China pueda ser una realidad y se reconozca a las comunidades católicas que viven en la clandestinidad. Ya Benedicto XVI había tratado estos deseos a través de una Carta dirigida a los católicos chinos confirmándolos en la fe con el deseo “de ver pronto establecidas vías concretas de comunicación y colaboración entre la Santa Sede y la República Popular China ya que la amistad se alimenta de contactos, de comunión de sentimientos en las situaciones alegres y tristes, de solidaridad y de intercambio de ayuda”. (BENEDICTO XVI, CARTA A LOS OBISPOS, PRESBÍTEROS, PERSONAS LAICAS Y FIELES LAICOS DE LA IGLESIA CATÓLICA EN LA REPÚBLICA POPULAR CHINA, 27 DE MAYO DE 2007).

La otra cara de la moneda es Corea del Norte cuyos signos de hostilidad fueron evidentes por el estéril amedrentamiento ocurrido en el primer día de la jornada de este viaje apostólico. Francisco, como en otras partes del mundo, tocó el muro de la división, la “cortina de bambú” levantada en el paralelo 38, que esconde las violaciones a los derechos humanos y las restricciones a la libertad de religión de doce mil protestantes, diez mil budistas y ochocientos católicos quienes, en 2002, convivían en la República Democrática Popular de Corea del Norte, de acuerdo a reportes de los organismos de derechos humanos de las Naciones Unidas.

La visita a Corea fue estratégica en el mapa de la fe, según los medios de ese país; sin embargo, más que obedecer a condiciones de geopolítica religiosa y del crecimiento extraordinario en los números de fieles católicos, la respuesta se circunscribe en la belleza de la Iglesia que crece en los países más agrestes y en las situaciones más conflictivas, donde el catolicismo irradia conocimiento, es fuente de cultura y de tolerancia capaz de tejer ecumenismo, construir sociedades justas e interpelando a las condiciones que puedan denigrar a la dignidad de las personas. Es también una lección a la confiada manera de vivir la fe cristiana en esta parte del mundo, gozando de cómodas garantías, endosando facturas que, sólo por los números, sostienen endebles fachadas que pueden derrumbar nuestra forma de ser católicos, renuentes a su cultura e ignorantes de las raíces, ocupados en la amargura y el vacío ocultando nuestros talentos, siendo contrarios en Latinoamérica a lo que el Papa animó en la República de Corea, a “sacar … los recursos espirituales para afrontar con altura de miras y determinación las esperanzas, las promesas y los retos del futuro”. La gran tentación de vivir, hacer carrera e instalarse en “la Iglesia acomodada para acomodados, una Iglesia del bienestar… no digo hasta llegar a la “teología de la prosperidad”, no, sino de la mediocridad”. (FRANCISCO, DISCURSO DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS OBISPOS DE COREA, 14 DE AGOSTO, 2014).
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