Cada cinco minutos un cristiano es asesinado
Editorial. Semanario Desde La Fe / 16 de junio.- Desde hace varios años, algunos medios de comunicación nos han venido informando, de forma esporádica, de la dramática situación que sufren millones de cristianos en China y en los países de Medio Oriente, así como en otras naciones de mayoría musulmana; sin embargo, dichas informaciones constituyen sólo la cresta visible de incontables e inhumanas tragedias cotidianas, tras las cuales está el odio a la fe cristiana y la intolerancia religiosa, el deseo de imponer el islam a través de la violencia, la coerción y las amenazas o, incluso, mediante estrategias políticas y económicas.
Las cifras hablan por sí solas: cada año son asesinados 100 mil cristianos, lo que equivale a una muerte cada cinco minutos, aunque hay estimaciones serias que elevan el número de homicidios, el cual podría ser de entre 130 mil a 170 mil. Estos son los cristianos que pierden la vida, pero a este drama se suman millones de personas que sufren algún tipo de persecución o restricción de sus libertades por el sólo hecho de haber sido bautizados.
En Siria –donde a finales de abril fueron secuestrados dos obispos, cuyo paradero aún se desconoce– los cristianos son objeto de constantes ataques y sufren la expulsión y la destrucción de sus templos y monasterios; en Irak, las persecuciones han provocado el exilio de más de 650 mil bautizados en los últimos diez años y la muerte de dos mil; en la India, el hinduismo radical ha arrasado con pueblos cristianos completos; tan sólo en el 2008, 54 mil cristianos quedaron sin hogar y sin templos, y fueron asesinadas, en unas cuantas semanas, más de 500 personas en la costa Este de ese país. En tanto, en Egipto han perdido la vida 1,800 cristianos, de 1980 a la fecha, y en poco más de dos años han tenido que emigrar más de cien mil bautizados.
La situación en Pakistán es también alarmante, ya que muchas mujeres y hombres cristianos son fieramente perseguidos, asesinados, y algunos se encuentran encarcelados al amparo de la Ley de la Blasfemia, que puede llevar a la muerte –mediante acusaciones falsas y juicios amañados– a cientos de personas, pues esta ley es utilizada para obligar a los cristianos a renunciar a su fe o acceder, incluso, a exigencias degradantes e inmorales.
Destaca el caso de la católica Asia Bibia, a quien una corte local condenó a la horca por supuesto delito de blasfemia contra el profeta Mahoma. Actualmente está encarcelada –a la espera del fallo de un tribunal superior– y cocina sus propios alimentos para evitar ser envenenada, toda vez que algunos fanáticos musulmanes han ofrecido jugosas recompensas por la cabeza de esta mujer cristiana.
La intención integrista islámica es clara: limpiar de cristianos y judíos a los países musulmanes, y en este deleznable hecho, la ONU y las democracias occidentales guardan un incomprensible silencio que raya en la complicidad de estas atrocidades. Los números son contundentes: hasta el año 1000 d.C. la mayoría de los habitantes en los países de Oriente Próximo eran cristianos; hoy sólo existen 11 millones, y se estima que en los próximos años la cifra se reducirá a seis millones.
Mientras tanto, en la ingenua Europa, la presencia islámica crece a pasos agigantados a través de la migración derivada del colonialismo histórico, y del hecho de que los musulmanes sí están interesados en procrear hijos, a diferencia de muchas parejas occidentales, cuyo egoísmo, aunado a las leyes proabortistas, han reducido considerablemente la tasa de natalidad.
Como podemos constatar, contrario a lo que ocurre en el mundo islámico, las autoridades occidentales, al amparo de la libertad religiosa, han abierto los brazos y cobijado jurídicamente a personas de todos los credos, sin exigir reciprocidad de esta misma libertad a los países islámicos, donde la intolerancia fanática y criminal cobra a diario nuevas víctimas inocentes.
Ante esta situación, es evidente la necesidad de ejercer una eficaz presión mundial para buscar reciprocidad en cuanto a libertad religiosa se refiere, pero la ONU, los organismos internacionales y los países poderosos callan –por conveniencia política o económica– frente a estos vergonzosos crímenes e inhumanas persecuciones.
Los integristas islámicos y de cualquier religión son, como ha dicho el líder de la Iglesia Ortodoxa Antioquena en México, el arzobispo Antonio Chedraui, quienes no han entendido lo que es la religión, y la malinterpretan haciéndola a su modo y conveniencia, con fatales consecuencias, y lo peor de todo, es que lo hacen invocando el nombre de Dios, un “dios que ciertamente no es el verdadero Dios, porque de Éste sólo fluye amor, paz y alegría”.
Los cristianos clamamos por la paz y la libertad religiosa en el mundo, pero esto es impensable mientras el mundo cristiano y la comunidad internacional no levantemos la voz con fuerza y compromiso, y mientras Occidente siga poniendo por encima del valor y la dignidad de la vida humana sus intereses económicos y políticos.
Por lo pronto, millones de cristianos en los países de mayoría musulmana tendrán que seguir eligiendo todos los días entre profesar su fe y la posibilidad de perder la vida.
Las cifras hablan por sí solas: cada año son asesinados 100 mil cristianos, lo que equivale a una muerte cada cinco minutos, aunque hay estimaciones serias que elevan el número de homicidios, el cual podría ser de entre 130 mil a 170 mil. Estos son los cristianos que pierden la vida, pero a este drama se suman millones de personas que sufren algún tipo de persecución o restricción de sus libertades por el sólo hecho de haber sido bautizados.
En Siria –donde a finales de abril fueron secuestrados dos obispos, cuyo paradero aún se desconoce– los cristianos son objeto de constantes ataques y sufren la expulsión y la destrucción de sus templos y monasterios; en Irak, las persecuciones han provocado el exilio de más de 650 mil bautizados en los últimos diez años y la muerte de dos mil; en la India, el hinduismo radical ha arrasado con pueblos cristianos completos; tan sólo en el 2008, 54 mil cristianos quedaron sin hogar y sin templos, y fueron asesinadas, en unas cuantas semanas, más de 500 personas en la costa Este de ese país. En tanto, en Egipto han perdido la vida 1,800 cristianos, de 1980 a la fecha, y en poco más de dos años han tenido que emigrar más de cien mil bautizados.
La situación en Pakistán es también alarmante, ya que muchas mujeres y hombres cristianos son fieramente perseguidos, asesinados, y algunos se encuentran encarcelados al amparo de la Ley de la Blasfemia, que puede llevar a la muerte –mediante acusaciones falsas y juicios amañados– a cientos de personas, pues esta ley es utilizada para obligar a los cristianos a renunciar a su fe o acceder, incluso, a exigencias degradantes e inmorales.
Destaca el caso de la católica Asia Bibia, a quien una corte local condenó a la horca por supuesto delito de blasfemia contra el profeta Mahoma. Actualmente está encarcelada –a la espera del fallo de un tribunal superior– y cocina sus propios alimentos para evitar ser envenenada, toda vez que algunos fanáticos musulmanes han ofrecido jugosas recompensas por la cabeza de esta mujer cristiana.
La intención integrista islámica es clara: limpiar de cristianos y judíos a los países musulmanes, y en este deleznable hecho, la ONU y las democracias occidentales guardan un incomprensible silencio que raya en la complicidad de estas atrocidades. Los números son contundentes: hasta el año 1000 d.C. la mayoría de los habitantes en los países de Oriente Próximo eran cristianos; hoy sólo existen 11 millones, y se estima que en los próximos años la cifra se reducirá a seis millones.
Mientras tanto, en la ingenua Europa, la presencia islámica crece a pasos agigantados a través de la migración derivada del colonialismo histórico, y del hecho de que los musulmanes sí están interesados en procrear hijos, a diferencia de muchas parejas occidentales, cuyo egoísmo, aunado a las leyes proabortistas, han reducido considerablemente la tasa de natalidad.
Como podemos constatar, contrario a lo que ocurre en el mundo islámico, las autoridades occidentales, al amparo de la libertad religiosa, han abierto los brazos y cobijado jurídicamente a personas de todos los credos, sin exigir reciprocidad de esta misma libertad a los países islámicos, donde la intolerancia fanática y criminal cobra a diario nuevas víctimas inocentes.
Ante esta situación, es evidente la necesidad de ejercer una eficaz presión mundial para buscar reciprocidad en cuanto a libertad religiosa se refiere, pero la ONU, los organismos internacionales y los países poderosos callan –por conveniencia política o económica– frente a estos vergonzosos crímenes e inhumanas persecuciones.
Los integristas islámicos y de cualquier religión son, como ha dicho el líder de la Iglesia Ortodoxa Antioquena en México, el arzobispo Antonio Chedraui, quienes no han entendido lo que es la religión, y la malinterpretan haciéndola a su modo y conveniencia, con fatales consecuencias, y lo peor de todo, es que lo hacen invocando el nombre de Dios, un “dios que ciertamente no es el verdadero Dios, porque de Éste sólo fluye amor, paz y alegría”.
Los cristianos clamamos por la paz y la libertad religiosa en el mundo, pero esto es impensable mientras el mundo cristiano y la comunidad internacional no levantemos la voz con fuerza y compromiso, y mientras Occidente siga poniendo por encima del valor y la dignidad de la vida humana sus intereses económicos y políticos.
Por lo pronto, millones de cristianos en los países de mayoría musulmana tendrán que seguir eligiendo todos los días entre profesar su fe y la posibilidad de perder la vida.