“Soy pillo, pero no tanto” Los motivos de Onésimo

Los motivos de Onésimo
Los motivos de Onésimo

¿Le hace falta la política al emérito de Ecatepec? ¿Renunciar al episcopado por la pendejada de una curul? ¿Vivir del erario para hacerse rico?

Lo que pretendió Fuerza x México con el fichaje de Onésimo Cepeda Silva, obispo emérito de Ecatepec, no es pura casualidad porque en la política todo tiene propósito. Pausar su retiro para incursionar en ese voluble mundo, no sólo por la caprichosa voluntad del electorado sino de compromisos y atisbos que cambian de la noche a la mañana, siempre tiene un cómo y para qué. Y más si se trata del fichaje de un polémico obispo quien motiva opiniones a favor, genera argumentos en contra, pero menos la indiferencia. Que un obispo católico incursione en política no es nuevo. Y las formas dicen mucho en la actual coyuntura de decenas de institutos políticos que prácticamente pulverizarían el voto en beneficio de las dos grandes coaliciones encabezadas por Morena y el PRI-PAN.

El mundo de la política no es desconocido para el obispo nacido en 1937. Su carrera mundana y divina se movió entre agentes del poder, con Dios y el diablo. Era capaz de congregar a los funcionarios de altos niveles y tener a su disposición a los burócratas de escritorio. Tutear a presidentes y echarles en cara sus errores. Gobernadores mexiquenses peleaban la foto con él y dudosos empresarios le tendían su afecto. Onésimo les cantaba amistad y se daba el lujo de retirársela, como dijo del expresidente Peña Nieto en la rueda de prensa de su presentación para competir a una curul. Onésimo no es de esos obispos que, como decían los salinistas de antaño, se podían tener contentos con una botella de vino, una buena cena y quizá, un subsidio cortesía del erario estatal. Onésimo Cepeda era la simbiosis del poder.

El abogado por la UNAM se forjó en el mundo de los negocios y empresas y para eso se puede ser todo, menos tonto y advenedizo. Según confiesa, su relación con la Iglesia no fue como la de muchos obispos y sacerdotes quienes, a tierna edad, ingresaron al seminario. Tampoco tuvo esos vaivenes vocacionales idílicos del profesionista universitario que dejaron todo por aspirar a los bienes más altos. De hecho, su incursión por actividades no tan santas fue debido al reproche y rechazo hacia un cura jesuita quien condenó al padre, Onésimo Cepeda Villarreal, a padecer el cáncer como castigo divino. “Yo en ese Dios, en esa Iglesia y en ti, no creo”, dijo el joven universitario para emprender el camino al mundo con los hábitos del empresario y fincar los negocios que hoy son imperios.

De él se han escrito ríos de tinta que el lector puede encontrar fácilmente en las redes. Anécdotas, relaciones con el poder, conflictos, pleitos políticos, demandas multimillonarias, antipatías del episcopado… amigos y enemigos del poder, todo es una radiografía del obispo cansado de los pendejos que alzan la mano en una curul, pero poco se sabe de su sentimiento de religioso y de sus inclinaciones por la renovación carismática.

Pero lo de la conferencia de prensa con la dirigencia de Fuerza x México, fue otra de esas perlas que dan motivo para la nota de clérigos tan decaída en estos últimos días. El propósito era claro. No era el partido el que daba fama al candidato, era el obispo quien da abolengo al partido. Para él, los reflectores; los demás, tramoyistas. Ni el presidente del partido, a pesar de presentarlo como amigo querido, pudo contener el  arrebato de quitarle el micrófono para echar incienso a López Obrador y que, para su vergüenza, Onésimo tomaría de nuevo, a la fuerza, para decir por quién doblan las campanas en Ecatepec; ni arriba de él, Armando Ríos Piter, exsenador y frustrado candidato a gobernador por Guerrero, ahora renegado perredista, ese partido contra el que el obispo Cepeda Silva enfiló sus baterías en un litigio en 2006 y del cual salió airoso dos años después, cuando el instituto del sol azteca lo indemnizó con la raquítica cantidad de 100 mil pesos, nada comparado con lo que exigía como reparación del daño moral exigible a Leonel Cota Montaño, presidente del PRD, quien espetó a Cepeda ser mercader de la religión y la política. Onésimo lo había demandado por la estratosférica cantidad de 750 millones de pesos. No ganó en lo monetario, pero lo apabulló en lo judiciario (con lo que el término implica).

Soy pillo, pero no tanto”, diría en entrevista por la fugaz aventura de una candidatura  que para Onésimo Cepeda fue eso, fugaz. Y las pillerías de la política son las que parecen exacerbar al obispo aquejado por ese tic nervioso de su rostro perturbando su habla, más no lo florido de sus palabras. ¿Le hace falta la política a Onésimo? No. ¿Renunciaría al episcopado por la pendejadade una curul? Ya dijo que tampoco. ¿Onésimo necesita del erario para hacerse rico? No es un pillo según sus palabras. ¿Poder? Por debajo de Onésimo, todos. Por encima de Onésimo, nadie… salvo Dios y el Papa.

Lo cierto es cualquier partido político, a cambio de votos, puede sentar al mismo Dios y al diablo juntos en una conferencia de prensa. Para Onésimo Cepeda, aparte de espectáculo, era tener de nuevo, aunque sea por un momento, esa sensación de poder y flashes encima. Y es una advertencia de lo que puede ser la degradada política urgida de mega-actores. Como bien escribe el brillante filósofo francés Fabrice Hadjadj: “El cómico imagina que hay que fabricar lo cómico para que aparezca lo divertido… Y lo que es más triste aún, al hacer depender esa existencia de sus contorsiones y sus buenas palabras, nos persuade de que nada nos resultaría interesante en cuanto dejara de parecer interesante. Sin duda, lo hace adrede. Provocando risas para no parecer risible… En el momento en que uno comprende esto, los cómicos aparecen como realmente son, aburridos hasta hacerte llorar”.

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