28 oct 2025
León XIV y la nostalgia del incienso: cuando la liturgia olvida al pueblo
Recuerdo —como quien vuelve a un paisaje antiguo de la memoria— aquellas misas de mi infancia. El sacerdote, de espaldas al pueblo, murmuraba en latín, y mi madre me hacía callar mientras yo pensaba: “no entiendo nada”
Por eso el Concilio Vaticano II fue un soplo de aire limpio. La misa se abrió al idioma del pueblo, el sacerdote volvió su rostro hacia nosotros, la palabra se hizo cercana. Aquellas primeras celebraciones en lengua vernácula eran fiestas, verdaderas reuniones fraternas, donde el pan partido tenía el sabor del Evangelio y del barrio
José María Castillo solía recordar que la misa solo tiene sentido si se convierte en celebración de vida, no en repetición de ritos vacíos
Quizá lo que olvidamos —o algunos prefieren olvidar— es que Jesús no instituyó la misa en un templo, sino en una casa, en torno a una mesa de amigos. No hubo incienso, ni acólitos, ni gregoriano: hubo pan, vino y una conversación profunda