Artículo en 'La Civiltá Cattolica' sobre la "pesada carga" de pastorear El buen obispo según san Agustín: "El Evangelio me asusta"

San Agustín
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Hacia el año 400, Agustín reflexiona con franqueza sobre su misión pastoral y concluye que la tarea de ser pastor es ardua y que la responsabilidad del Evangelio lo sobrecoge

(La Civiltà Cattolica).- «El Evangelio me asusta […]. Nadie más que yo desearía una existencia segura y tranquila […]. Nada más dulce que escudriñar el tesoro divino […]. En cambio, predicar, reprender, corregir, edificar, ocuparse de cada uno es un gran peso, una pesada carga, un arduo trabajo. ¿Quién no huiría de este esfuerzo? Pero el Evangelio me asusta»[1]. Hacia el año 400, Agustín reflexiona con franqueza sobre su misión pastoral y concluye que la tarea de ser pastor es ardua y que la responsabilidad del Evangelio lo sobrecoge. El término «carga», en latín sarcina, aparece con frecuencia en sus escritos, cuando el aniversario de su consagración lo impulsa a reflexionar sobre el episcopado.

El episcopado: una pesada carga

Unos años después, este pensamiento regresa: «Mi cargo me atormenta, desde que esta carga [sarcina] fue impuesta sobre mis hombros»[2]. El término sarcina parece ser particularmente afín a Agustín: indica la alforja que contiene lo necesario para un viaje, el equipaje del peregrino o la mochila del soldado. Agustín también precisa que esa carga son los fieles: «¿Qué es esta carga mía [sarcina] sino vosotros mismos?»[3].

No debía de ser fácil la tarea de obispo en una ciudad como Hipona, en África, a inicios del siglo V: una ciudad comercial, en cuyo puerto desembarcaba gente de todas partes, donde se encontraban vendedores y compradores, campesinos del interior y personajes ilustres, católicos y donatistas, un pueblo religiosamente y socialmente dividido… Agustín es obispo de esta ciudad, un obispo singular y excepcional. Por paradójico que parezca, nunca amó el episcopado, aunque lo aceptó por obediencia y lo ejerció con amor. Sin embargo, desde que se convirtió en obispo, su vida se transformó radicalmente: ahora la pasión por los fieles es su razón de ser, y ruega al Señor que le dé la fuerza para amarlos hasta el heroísmo, «ya sea con el martirio, ya sea con el afecto»[4].

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Frente a tales expresiones uno queda sorprendido. La sinceridad y la espontaneidad de Agustín resultan desarmantes. ¿Cómo valorar estas afirmaciones? No es fácil responder; y tampoco es sencillo decir quién es el «pastor» en Agustín. A diferencia de otros Padres, él no dedicó ningún tratado al sacerdocio o al episcopado; sin embargo, en las obras y homilías que documentan su relación cotidiana con los fieles se encuentran largos pasajes centrados en su misión. Algunos hablan de ello claramente, como el discurso De pastoribus, mientras que otros solo hacen alusión marginal al ministerio sacerdotal, aunque no por ello resultan menos sugerentes. Los fieles de Hipona no esperaban ningún tratado sobre el episcopado, sino que él hablara y escribiera como obispo. Agustín lo hizo; y también nos dejó muchas páginas introspectivas dedicadas al tema, algunas de las cuales se cuentan entre las más fascinantes que escribió[5].

La primera alusión

La primera obra en la que aparece el significado de ser pastor es quizá el libro de las Confesiones, redactado entre 397 y 401. En él hay una solicitud singular dirigida al obispo por parte de los fieles, quienes desean conocer «la confesión de su intimidad»[6]: ahora que Agustín es pastor, dada su vida pasada, ¿cómo puede dominar las pasiones? ¿Y cómo combate las tentaciones que son inevitables en todo ser humano?

Agustín acepta esta incómoda pregunta, pero también acoge el espíritu que la inspira: este revela una relación humana, viva, personal, confidencial, quizás incluso indiscreta, entre los fieles y el pastor. Ciertamente, la relación no está marcada por una curiosidad morbosa, sino por el Espíritu de Dios. Por eso Agustín se pregunta si la confesión sincera ante Dios no puede tener alguna utilidad para sus hermanos. Esta puede hacerlos partícipes de su itinerario interior, donde el bien pedido en la oración, a pesar de su miseria, se ha hecho realidad. En cualquier caso, pide a los fieles comprensión y caridad hacia él.

San Agustín
San Agustín agustinos.es

La respuesta revela el corazón del obispo. Estamos hechos para la felicidad, fuimos creados para amar: «Te amo, Señor, hermosura tan antigua y tan nueva. ¡Tarde te amé!»[7]. Luego, el obispo de Hipona accede al detalle que los fieles desean, y habla de las pasiones y de los placeres pasados: «Sobreviven en mi memoria […] las imágenes de esos deleites, que la costumbre ha impreso en ella. Vagan débilmente mientras estoy despierto; pero durante el sueño no solo provocan placer, sino incluso consentimiento y algo similar al mismo acto»[8]. Pero es distinto —continúa Agustín— el tiempo de la vigilia del del sueño, y los distingue la gracia y la misericordia del Señor, que otorgan paz y serenidad. Al obispo le interesa la confesión de alabanza por el prodigio que se ha realizado en su vida: un compartir singular que define su ser pastor.

«Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano»

 Hacia el año 410, Agustín describe de forma positiva la misión del obispo en la Iglesia:  «Si me asusta lo que soy para vosotros, me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano»[9]. No se trata solo de una confidencia, sino de una confesión. Agustín ha citado Mt 11,30 («Mi yugo es suave») y al apóstol Pablo, Gál 6,2 («Llevad los unos las cargas de los otros: así cumpliréis la ley de Cristo»), y luego comenta: «Sostenedme también vosotros, para que, conforme al precepto del Apóstol, llevemos mutuamente nuestras cargas y así cumplamos la ley de Cristo. Si él no las lleva con nosotros, desfallecemos; si no nos lleva, caemos»[10]. Finalmente, resume: el episcopado es el título de un encargo recibido; en cambio, el ser cristiano es una gracia; por eso, aquello es un peligro, esto es la salvación.

He aquí la misión del pastor: el servicio a los fieles siguiendo el ejemplo del Maestro. «Somos jefes y somos siervos: somos jefes, pero solo si somos útiles»

La idea vuelve en De pastoribus: «Estamos investidos de dos dignidades: […] la dignidad de cristianos y la de obispos. La primera, es decir, el ser cristianos, es para nosotros; la otra, es decir, el ser obispos, es para vosotros […]. En el hecho de ser obispos, lo que cuenta es exclusivamente vuestra utilidad»[11]. Agustín deduce de ello que su disponibilidad para la misión recibida lleva el signo de una entrega total: «Según el mandamiento del Señor, me comprometeré a ser vuestro siervo […]. Al servicio de todos […]. Porque el Señor de los señores no desdeñó hacerse nuestro siervo»[12]. He aquí la misión del pastor: el servicio a los fieles siguiendo el ejemplo del Maestro. «Somos jefes y somos siervos: somos jefes, pero solo si somos útiles»[13].

El servicio humilde es una preocupación constante en Agustín. «La cátedra de Cristo está en el cielo, porque antes su cruz estuvo en la tierra. Él nos enseñó el camino de la humildad al descender del cielo para luego ascender, al visitar a quien yacía en lo bajo y al elevar a quien deseaba unirse a él». Agustín concluye: «Así debe ser el buen obispo: si no es así, no será obispo»[14].

«Ser pastor»

Algunos discursos, como el 46 (De pastoribus) y el 47 (De ovibus), pueden definirse con propiedad como un tratado sobre el ministerio sacerdotal[15]. En la tradición del Antiguo Testamento, la imagen del pastor designa a los jefes de Israel e incluye tanto el rasgo de la autoridad como el de la vigilancia sobre el rebaño; en el Nuevo Testamento se aplica a Pedro y a los presbíteros[16], pero allí se le añade la abnegación total en seguimiento de Cristo, que es el «verdadero» pastor, aquel que da la vida por sus ovejas (Jn 10,11). De él reciben Pedro y los demás pastores la tarea de apacentar el rebaño y velar por él. En esta perspectiva, Agustín comenta el capítulo 34 de Ezequiel, donde el profeta denuncia a los malos pastores y los destituye para dejar espacio al Señor. Él es el pastor que reúne al rebaño, lo conduce a los pastos y lo separa de los carneros y de las cabras tumultuosas.

"Visión de San Agustín", Botticelli
"Visión de San Agustín", Botticelli

El tono enérgico de Ezequiel se presta bien, para Agustín, a un inicio vivo del discurso: los malos pastores se apacientan a sí mismos y no a las ovejas, beben su leche y se visten con su lana; no se preocupan por el rebaño y lo abandonan, descuidan a las ovejas enfermas y a las que se pierden, e incluso son capaces de matarlas para su propio beneficio[17]. Ante una conducta tan absurda, Agustín cita el ejemplo de Pablo, quien, a pesar de tener derecho a ser sostenido por la comunidad, renuncia categóricamente a ello y se mantiene con el trabajo de sus propias manos[18].

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