ÉTICA DE LO PÚBLICO, ÉTICA DE LO PRIVADO

Han comenzado a entrar, en este blog, una serie de comentarios en los que se repite machaconamente una misma idea, que, en el fondo, viene a decir: "lo que tenemos que hacer es centrarnos en el Evangelio, pero en el Evangelio interpretado tal como lo interpreta el papa, y nada más que el papa, teniendo en cuenta la siempre maravillosa y refescante liturgia...", etc, etc, etc. No pienso ponerme aquí a discutir ni una sola de esas afirmaciones. Respeto los puntos de vista de los demás, con tal que cada cual se exprese con el debido respeto, la debida tolerancia y la estima que todos los seres humanos merecemos.

Por eso, en lugar de decir: "Usted tiene razón, Usred no la tiene...", paso a presentar un problema que me preocupa. Y me preocupa mucho. Me refiero a la enorme importancia, que, en ciertos ambientes clericales, se le concede a la ética de lo privado y, al mismo tiempo, el desinterés por la ética de lo público. Es un problema que me llama mucho la atención. Y que me da que pensar.

Me explico. La "ética de lo privado" es la que se refiere a los asuntos que conciernen a la vida privada de las personas: las ideas, las convicciones, las creencias, las relaciones interpersonales, los sentimientos, la sexualidad, el amor y el odio, etc, etc. Por el contrario, la "ética de lo público" es la que se interesa por los asuntos que determinan la vida ciudadana, lo público; como es, por ejemplo, el dinero y la economía, la responsabilidad profesional, la política, la honradez y honestidad en todo cuanto afecta a la vida de la sociedad.

Hecha esta distinción, de forma muy sencilla y sin meternos en más profundidades, lo que aquí quiero decir es que me llama la atención, me preocupa y, a veces, me indigna la obsesiva procupación de la Iglesia y sus dirigentes por todo cuanto se refiere a la ética privada, al tiempo que se callan escandalosamente en casi todo lo que se refiere a la ética de lo público, por más que en ello estén en juego asuntos de suma gravedad. Lo estamos viendo. La insistente preocupación del papa y los obispos por los problemas relacionados con la sexualidad y, al mismo tiempo, el incomprensible silencio de esas mismas jerarquías en los asuntos que se refieren a la crisis económica o la corrupción política. Todo esto es algo que se hace duro de entender, por no decir que es incomprensible. Concretando más: la Jerarquía clama contra el aborto; y está en su derecho; y debe hacerlo, siendo fiel a sus principios. Pero, si es que es cierta su gran procupación por la defensa de la vida, ¿por qué el papa está callado ante el anorme genocidio que se viene cometiendo en ciertos países de Africa, por ejemplo en la región de los Grandes Lagos de África, que comprende la República Democrática del Congo, Uganda, Ruanda y Burundi, por causa de la voracidad criminal de las grandes multinacionales que se enriquecen con el fabuloso negocio del coltán (columbo-tantalina), del que se extrae el tántalo que es capital para la industria electrónica, en la fabricación de los condensadores que hacen posible el funcionamiento de nuestro teléfonos móviles? En la región de los Grandes Lagos, ya no es posible contar el número de millones de muertos, de pueblos enteros desplazados, los espantosos campamentos de refugiados, el hambre, la miseria extrema.... Y todo esto se sabe en Roma. Pero Roma calla escandalosamente. Es un silencio que clama al cielo. El papa estuvo en África y yo no sé cómo se las apañó, pero el hecho es que lo que más dio que hablar fue lo que dijo contra los anticonceptivos (ética de lo privado), al tiempo que no denunció, con la debida claridad y precisión, ante el mundo entero, el negocio canalla del coltán. ¿Por qué el papa no condena, de una vez, la pena de muerte, con la misma energía con que condena el aborto?

Hacer una lista completa de estas incoherencias sería interminable. Con lo dicho basta para que las personas, a quienes de verdad les preocupe la defensa de la vida y la dignidad y derechos de las personas, se pregunten (nos preguntemos todos) si en nuestros criterios morales, si en nuestra vida misma, lo que más nos interesa es defender la vida o defender al papa.

Condenar los pecados de la vida privada, es algo que no suele acarrear problemas al que condena eso. Condenar los abusos del gran capital mundial y los delitos de los más poderosos de este mundo, eso es muy peligroso. En ello la Iglesia se juega mucho. Seguramente mucho más de lo que imaginamos. De donde se sigue lo que todos estamos viendo: el papa en su trono, aplaudido y admirado por su fieles incondicionales; los desgraciados de África en sus campos de refugiados y en sus guerras, en sus hambrunas y en su miseria. Y nosotros, Vd y yo, amigos visitantes de este blog, tan campantes. Eso sí, discutiendo de nuestros ridículos enredos, para que quede claro que el papa tiene la última palabra, o quizá que la tiene el que se mete aquí como sedicente portavoz del papa. ¡Verdaderamente, damos pena! ¡MUCHA PENA! Por lo ridículos que somos. Y que quede clara una cosa: si digo todo esto es porque sé que el papa tiene una enorme autoridad moral en el mundo. Y digo estas cosas, no para desautorizar al papa. ¿Quién soy yo para eso? Lo que quiero es precisamente que el papado recupere la autoridad perdida. Y que ponga esa autoridad al servicio de lo que la puso Jesús: al servicio de los más desgraciados de este mundo. Ni más ni menos que esto.
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