La muerte no es el drama de la vida Hasta pronto. hermano Carlos Amigo Vallejo, cardenal y servidor.

Gracias  por todos  los servicios prestados a la vida consagrada.

Una vez más la muerte llama a nuestra puerta recordándonos nuestra condición de huéspedes, de arrendatarios de la vida.  Estamos de paso como peregrinos incansables por los caminos al encuentro de nuestro santuario jubilar definitivo en los brazos de Dios.

  Y ahora ha llamado a nuestro hermano Fray Carlos Amigo en tiempo de Pascua, cuando la Iglesia celebra la seguridad de la Vida y la promesa de la resurrección.

  Con frecuencia nos creemos dueños de nuestros propios pasos, señores de nuestro futuro, pero la realidad de la muerte nos devuelve a nuestra condición de barro, hechura del alfarero divino, a quien debemos hasta el último aliento.

   Es momento de agradecer a Dios el don de la vida de nuestro hermano Carlos y de la vida de cada uno de nosotros.

   Porque sería injusto quedarnos en la queja y en el lamento por la ausencia de nuestro hermano cuando hemos disfrutado de su vida y de su entrega durante tantos años. Sintiendo hondamente su despedida no queremos dejar que la tristeza se superponga a la esperanza, ni la amargura al gozo que Dios nos ha regalado durante tantos años de su vida.

   En estos tiempos de increencia, de falta de horizontes, de concesiones al traidor materialismo, nosotros queremos afirmar nuestra fe inquebrantable en Jesús de Nazaret, el Cristo, el Señor de la vida y de  la muerte. Y a Él queremos confiar la paz definitiva de nuestro hermano Carlos Amigo. El fue siempre un hombre fiel y servidor, un pastor con olor  a oveja sin renunciar a su grandeza cardenalicia.

     Él ha querido vivir este misterio de amor a Cristo, acompañado siempre de la pequeñez y debilidad que acompañan todas las inquietudes de los hombres, pero a la vez con la firmeza de quien se sabe arropado por el amor de Dios que llena nuestras grietas, sana nuestras heridas y colorea de amaneceres nuestras batallas perdidas. ¿A dónde iremos, Señor? Tú solo tienes palabras de vida eterna.

     Ahora que recordamos su vida y su muerte no queremos dejar pasar la oportunidad de meditar sobre el rumbo de nuestra propia vida, el sentido de nuestros propios pasos y la respuesta de fidelidad que hemos de dar cada día a Dios, de quien somos criaturas e hijos de adopción por la entrega de su hijo. Para que cuando llegue la tarde y Dios vuelva a llamarnos al misterio claro oscuro de la muerte sepamos mirar cara a cara la realidad humana de morir y podamos así vivir en plenitud la realidad gozosa de vivir.

   No es la muerte el drama de la vida de los hombres; el verdadero drama de la vida es malvivir. Es ceder al chantaje del pecado y convertir nuestro rumbo en una oferta al mejor postor; hacernos cómplices del sinsentido, de la injusticia, del desamor y navegar, una y otra vez, por el mercado del egoísmo, comprando y vendiendo como quien vive de ofertas y saldos. Ésa sí es una muerte lenta y desgraciada. El cardenal Carlos Amigo nos ha dado ejemplo de este orgullo de ser cristiano entregando su vida a todos, en el diálogo y la escucha que han caracterizado su vida.

Sólo una autenticidad profunda, sólo una vida cimentada sobre la roca del Evangelio puede llenar de sentido el quehacer humano y convertir el momento de la muerte en un tránsito hacia el amanecer de Dios.

 En momentos como éste queremos acercarnos a la Palabra divina para sentir su consuelo y descansar en la coherencia de la vida y de la muerte de Jesús. De nada le sirve al hombre ganar el mundo entero si malogra su vida. Sin embargo aquel que es capaz de entregar su vida por el Reino la ganará para siempre. He aquí la paradoja del Evangelio que, como siempre, nos abre las puertas de la esperanza.

  ¿Dónde está la paz y la serenidad del corazón que nos ofrecen los poderosos de este mundo, los señores del poder y de la riqueza, los prototipos de la vanidad que tanto vende en las pantallas de la actualidad, cuando llega un momento como éste que todos saludaremos algún día?

  ¿Dónde podremos agarrarnos cuando nos azote el vendaval del sufrimiento, de la desgracia o del desamor, de la soledad o la amargura, si no llevamos llena la alforja del alma de los valores permanentes que no se desgastan con los embates del tiempo?

  La vida, sin duda, es un hermoso don que Dios nos ha regalado y que hemos de disfrutar en cada momento porque lleva el soplo de Dios que es amor sin medida. Pero la vida, como todas las cosas importantes, merece respeto; es una tarea que hay que construir entre todos; es una apuesta creciente de humanidad y lucha por la dignidad de todos los hombres. Convertirla es un objeto más de consumo es malgastarla y despojarla de lo más valioso: su huella de eternidad.

   Por eso, al despedir a nuestro hermano Carlos Amigo, lo hacemos serenamente. Su vida cristiana es su mejor aval ante el Padre, sabedor de su pequeñez y su pecado, pero también de su compromiso cristiano abrazado desde su bautismo y su consagración episcopal.

   Que el Espíritu de Dios que lo selló en su bautismo y lo llenó de fuerza y de gracia con sus sacramentos, lo acoja ahora en la llamada final para darle el premio que Él reserva a los que le son fieles. Yo te aseguro, le dijo un día el Maestro al buen ladrón, que hoy estarás conmigo en el paraíso.

   Nadie lo ha dicho más firme y más claro. Jesucristo es nuestro mejor aval, nuestra esperanza más sólida, nuestra alegría más auténtica.

  La Iglesia lo proclama solemnemente en la Pascua:

Quien diga que Dios ha muerto

Que salga a la luz y vea

 Si el mundo es o no tarea

De un Dios que sigue despierto

Ya no es sus sitio el desierto

Ni en la montaña se esconde

Decid, si preguntan dónde,

Que Dios está sin mortaja

En donde un hombre trabaja

Y un corazón le responde.

  Descanse en paz nuestro buen hermano, el cardenal Carlos Amigo Vallejo.  Gracias por todos los servicios prestados a la vida consagrada. Queremos poner a nuestro hermano Carlos en las manos de Cristo a quien sea la gloria, el honor y el poder por los siglos de los siglos.

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