Carta a un amigo escéptico en este tiempo de “Coronavirus”

- Este Dios que nos descoloca-

Querido amigo escéptico:

Estamos viviendo un tiempo inesperado, sorprendente  e inquietante. Esta Pandemia nos tiene descolocados a todos, a los que creemos en un Dios poderoso y lleno de ternura y a los que no creen,  a los hombres de la política y de la iglesia, a los científicos y a los albañiles. Todos estamos sintiendo que nuestros pies resbalan porque no tenemos respuestas para casi nada. Nadie tiene respuestas. Este virus es inquietante.

Aprovechan algunos listillos el río revuelto  para llevar el agua a su molino ideológico, en una de las actitudes más necias y poco cimentadas que he conocido. Ante la invitación a la oración de muchos creyentes en tiempos difíciles de Pandemia, como ha hecho el papa Francisco y tantos sacerdotes y consagrados en sus lugares de trabajo, algunos “listos” han reaccionado diciendo, en las redes sociales,  que la oración  es algo inútil que no hace falta para nada porque lo que tenemos que hacer, si tenemos síntomas, es ir al médico que es quien puede ofrecernos alguna solución. Siempre la misma historia y no aprenden. Como si fueran cosas incompatibles. ¡Que no! ¡Que no! Que los creyentes cuando tenemos síntomas vamos al médico porque no somos tontos y, además, rezamos.  Claro que nos cuesta entender que nuestro Dios,  lleno de amor y ternura, que ha dado su vida por amor, no nos  eche una mano y erradique  esta pandemia de la faz de la tierra. Se lo suplicamos todos los días y nos sentimos, como Jesús en la cruz, abandonados por el Padre: “!Dios mío, Dios mío, ¿Por qué nos has abandonado?”. Pero hemos aprendido, con el tiempo, a saber que Dios tiene sus momentos y sus maneras, sus misterios y sus estilos y que nuestra misión, por imposible,  no será nunca  entender a Dios. Y, además, que nuestro Dios no es un “tapa agujeros” que acude allí, como un mago, a reparar las averías de la naturaleza, que es también una criatura imperfecta como nosotros. Por eso acabamos, como Jesús, diciendo “Pero que se haga tu voluntad y no la mía” o como María, en su noche oscura, “Hágase en mí según tu Palabra”. A los creyentes nos cuesta entender lo que está pasando, igual que a todos,  pero no necesitamos cuestionar a nadie para vivir  este momento con lucidez, serenidad y esperanza, confiando en Dios. No hay oposición entre ciencia y fe. Son dos maneras distintas de entender la vida y la realidad, se iluminan mutuamente. No en vano muchos y grandes  científicos son y han sido en la historia, destacados creyentes. Y todo lo que nos ilumine en momentos así es bienvenido.

Yo sé que el tumor cerebral  del que fui intervenido, hace unos años, con un alto riesgo de muerte, no podía dejarlo solo en manos de la oración, tenía que someterme a los neurocirujanos. Y así lo hice. Pero sé también que la fuerza de la oración que me acompañó en aquellos días fue algo decisivo en el éxito de mi operación porque sé que hasta los neurocirujanos, hoy mis amigos, rezaron para que Dios les diera fuerza y acierto en aquella delicada batalla. Y sé también, que la fuerza de tanto apoyo y  oración mantuvo fuerte y enhiesta a mi madre y a toda mi familia que aguardaban el desenlace con gran dolor y preocupación. Hoy puedo decir que mi vida es fruto de la ciencia y de la oración de muchos y jamás se me ocurriría decir que la oración fue inútil. Sería una necedad. Y de estas necedades estoy oyendo en estos días bastantes. Y es que cuando alguien está sometido a la ideología, sea la que sea,  pierde los puntos de referencia para ser objetivo y valorar lo que otros valoran, aunque no lo compartan,  sin descalificarlo.

 Otro ejemplo evidente, en estos días, es el de los que preguntan, insistentemente, como un dardo envenenado, qué está haciendo la iglesia contra la Pandemia. Como acusándonos de inútiles. Y aquí viene muy bien aquel refrán que dice que “no hay peor ciego que el que no quiere ver!”. Tengo a muchos amigos capellanes en centros médicos, que están acompañando a los enfermos en primera fila, tendiendo la mano a los que están solos en su despedida, conozco muchas comunidades de consagrados que han ofrecido sus espacios, comunidades de consagradas, atendiendo residencias de mayores en primera fila y sin medios, contemplativas que se dedican a hacer mascarillas de manera altruista para quien no tiene. Párrocos y comunidades que se han organizado para transmitir el consuelo espiritual, que tanto reconforta a los creyentes, a sus fieles de manera virtual. Yo, por ejemplo, lejos  de mi comunidad por tener que acompañar a mi madre mayor y sola, en estos tiempos de crisis,  puedo seguir las misas y la Liturgia de las horas  de mi comunidad mercedaria de Salamanca cada día. ¡Y no sabéis cuánto lo agradezco! Y así en muchos lugares más.

La iglesia, en su conjunto,  es hoy un frente vivo contra la pandemia y en favor de la vida porque en eso es experta aunque a algunos no les guste. Aquí en Europa y en las aldeas más remotas de los países del tercer mundo para  los que solo el papa ha pedido la condonación de la deuda externa para que puedan reponerse, miles de misioneros se dejan la vida por servir y promocionar a los más pobres. En estos casos, siempre recuerdo las palabras de quien  fue vicepresidenta del gobierno socialista con Zapatero y hoy presidenta del Consejo de Estado, María Teresa Fernández de la Vega, cuando nos convocó a distintas organizaciones  comprometidas con los inmigrantes, a una reunión en la Moncloa, a  donde acudí como presidente, que yo era entonces, de Confer. Nos dijo allí: Lo misioneros son los mejores embajadores de España en el  mundo. Su obra me ha impresionado allá por donde he ido.

Y esto solo no lo ve quien no quiere verlo.

Así que, amigo escéptico, guarda las flechas en tu aljaba. No ocurra que seas tú quien no esté haciendo realmente nada, ni siquiera rezar, contra la pandemia. Que esto suele pasar. Ni haces ni dejas hacer. Al menos vive y deja vivir.

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