Pueblo mío, ¿a dónde vas? Cristianos asintomáticos

Estamos viviendo un tiempo de asintomatología cristiana muy preocupante

Que la vida cristiana se desliza hacia parajes descristianizados parece una evidencia.  Hay muchas causas, no es mera casualidad.  Ahora no voy a entrar en ellas; las he abordado en un libro que está a punto de salir en la Editorial “Nueva Economía Social” y que se llama: “Pueblo mío ¿A dónde vas?” Madrid 2020. Ahí quiero buscar algunas causas y, sobre todo, proponer algunas soluciones para remontar el momento actual. Resulta desalentador que los sacramentos vayan cada día más desprovistos de Cristo y más aderezados de cáscaras y superficialidades. Menos religiosos y más civiles, menos sencillos y más barrocos. Resulta terrible que la iglesia católica, o sea universal, ponga todavía etiquetas y condenas, sea a quien sea, en la boca de algunos pastores. Resulta incomprensible que las comunidades sean cada día más cumplidoras pero menos evangélicas. Resulta extraño que muchos pastores –no todos-  sean cada día más clericales funcionarios y menos testigos. Resulta chocante  que las mujeres sean mayoría absoluta en la iglesia y tengan tan pocas responsabilidades decisorias en ella. Resulta escandaloso que haya en la iglesia tantos casos de pederastia cuando si alguien debiera proteger y cuidar  a los  niños son los discípulos de Jesús.

Estamos viviendo un tiempo de asintomatología cristiana muy lamentable. En el coronavirus los infectados asintomáticos son capaces de contagiar sin presentar síntomas pero en la vida cristiana si no hay síntomas no hay manera de contagiar nada. Ésa es la diferencia entre Pandemia y fe cristiana.

Estamos llamados a mostrar síntomas de fe comprometida para poder contagiar a otros desde el testimonio coherente de la vida. Hay muchos que lo hacen y esos son los imprescindibles que nos lavan la cara del pecado todos los días ante la sociedad. En la P

Pueblo mío, ¿a dónde vas?
Pueblo mío, ¿a dónde vas? Lucía Ramírez/Eduardo González

andemia ha habido cristianos e instituciones, en primera línea de batalla contra el virus, dando lo mejor de sí mismos y todos los hemos visto y nos han convencido y han arrancado de nosotros un aplauso y una emoción oculta. Su testimonio no se olvidará.

La vida cristiana es una oferta de agua fresca en medio de los rigores del estío, de una belleza sublime ¿cómo hacer llegar a la gente de nuestro tiempo esa hermosa oferta? Tal vez no sepamos bien cómo pero sí vamos sabiendo cada día más cómo no va a llegar. El papa Francisco nos está dando pistas muy sugerentes cuando habla de clericalismo, trepas, incoherencias… pero nos parece que eso lo dice siempre por los otros. Y así no hay manera.

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