Reflexión en plena Cuaresma Cuaresma, tiempo de deshacer.

Llenar la vida de nombres

Cristo pan
Cristo pan Desconocido

Esta tarde, en el rato de silencio de la oración de vísperas, me he planteado muy seriamente: ¿Oye, tío, qué vas a hacer de especial para que se note que es tiempo de cuaresma? ¿Más de lo mismo?

         Realmente no sé muy bien qué he de hacer para que la Cuaresma sea un tiempo de gracia y me haga cosquillas allí donde más lo necesito.

          La Cuaresma es en mi vida como el círculo del eterno retorno. O a lo sumo un conjunto de tópicos, cada año los mismos, de los que no consigo salir. Tal vez porque esos tópicos calman mi conciencia y la duermen para que no me dé mucho la lata y coja el sueño enseguida.

           Y me he dicho que tengo que dar alguna limosna, que tengo que ayunar un poco aunque no sea del todo porque tomo mucha medicación, que puedo intensificar mi oración, que he de ser más sereno y cercano a mis hermanos, que tengo que vencer las tentaciones más particulares y tradicionales, que tengo que hacer…

            Pero no me he convencido del todo. Porque eso ya lo hice el año pasado y no he notado un salto cualitativo o una ración añadida de gracia. Tal vez no se trata de hacer nuevas cosas sino de deshacer muchas otras. Tal vez no se trate de hacer obras de caridad sino de ser caritativo; tal vez no se trate de hacer obras piadosas sino de ser piadoso; tal vez no se trate de recitar muchas oraciones sino de saber ponerse a la escucha.

             Y me he preguntado si esto de la cuaresma no tiene que ver más con la mentalidad que con las acciones. Tal vez lo que me pide la cuaresma es que cambie la mentalidad conformista y acomodada, segura en sus verdades y, por eso, lejana de la realidad, de la calle, de la gente, de Dios.  Creer de verdad en Dios no es cuestión de tareas sino de actitud de confianza y de amor filial.

             No sé por qué en cuaresma nos entran tentaciones especiales por convertirnos en Simón el estilita y convertirnos de todo lo malo sin acabar de dar un paso hacia lo bueno. Nos cuesta entender aquello de “misericordia quiero y no sacrificios” Y preferimos hacer algún que otro sacrifico en lugar de cultivar un amor sacrificado. Leer el evangelio es como hacer una síntesis de misericordia y compasión. Lo que más necesitamos es misericordia, ternura, afecto… y eso es lo que Dios quiere darnos.

             Pero entonces ¿ qué he de hacer para que la cuaresma no me sorprenda otra vez como un ocupa de la vida espiritual?

             Y he pensado que no voy a hacer nada nuevo sino que voy a hacer todo lo que hago de manera nueva. Tal vez sea más que suficiente descubrir la vocación a la libertad a la que he sido llamado como consagrado. Libertad para ser y para sentir, para obrar y para decir. Esa libertad que produce una completa serenidad del corazón que es lo que más me está haciendo falta. Una libertad que me sitúe por encima de mis horarios y obligaciones, de mis horarios y compromisos, para ser yo mismo, para respirar profundamente y no dejarme presionar por el mañana.

             Cuaresma puede ser tiempo de gracia si consigo llenarlo de nombres, de encuentros, de miradas transparentes, de amistad sin calificativos.

              Me voy a tumbar en la camilla del enfermo para dejarme llevar por mis amigos hasta el techo de la casa, para abrir un boquete, y dejarme bajar hasta Jesús. Voy a romper mis esquemas.

             Cuaresma es tiempo de éxodo, de salida. Y voy a salir.

Si no consigo llegar a la Pascua tal vez seas porque no me he puesto en camino, porque sigo instalado en mis saberes, en mis ideas, en mis verdades, en mis esquemas… los mismos del año pasado.

 No hay peor muerto que el que se resiste a caminar. “Levántate y anda”

 No hay peor creyente que el que se siente seguro en sus verdades y se niega a escuchar la vida que pasa.

  No hay peor penitente que el que juzga y condena, descalifica y etiqueta, y no quiere ser como aquel publicano de la última fila de la sinagoga.

  Tal vez un ejercicio saludable pueda ser empezar a ponerme en la piel de los otros. De esos a los que descalifico y detesto. Si soy de derechas puedo empezar a pensar como los de izquierda, si soy de izquierda voy a pensar como piensan los de derechas, si soy creyente voy a ponerme en lugar de los ateos, si soy hombre voy a ponerme en la piel de la mujer, si soy consagrado voy a sentirme por algún tiempo como los laicos, si soy sacerdote voy a sentir como siente un padre de familia, si soy heterosexual voy a meterme en la piel de un homosexual, si soy un burgués voy a meterme en la realidad de un mendigo, si pertenezco al estado del bienestar voy a revestirme de la realidad de un africano…

   Tal vez así pueda entender que otro mundo es posible según el corazón de Dios y que la cuaresma no es sólo un conjunto de juegos malabares aunque sean virtuosos. Tal vez pueda entender que tengo mucho que cambiar para sentirme inmerso en este mundo de Dios de una manera encarnada y no burguesa.

 Tal vez mi cuaresma pueda ser este año un paso, un salto, un cambio del corazón y de la mente que me acerque a Dios porque antes he conseguido acercarme a los hermanos.

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