Hay muchos agoreros del momento presente. ¿Dónde está Dios en Ucrania?

No creo en los "espirituales" que publicitan sus obras caritativas para ocupar titulares y ganar prestigio.

Muchas veces nos preguntamos si la obra de Dios ha merecido la pena. Cuando contemplamos la destrucción y violencia sobre Ucrania por decisión de un solo hombre frente a toda la comunidad internacional y la impotencia  de tantos para parar la guerra, nos preguntamos si el ser humano tiene solución o no. Y muchos han perdido la fe preguntándose dónde está Dios en medio de los campos devastados y el dolor de las madres y sus niños que sufren esta atrocidad incalificable.

Cuando nos llegan noticias de terrorismo, de explotación infantil, de perversiones humanas parece que el cielo se nos cae encima como si Dios se escapara de este escenario humano y se escondiera detrás de las bambalinas de la indiferencia o del velo del templo.

¿Dónde está, nos preguntamos, esa bondad divina que se deja traslucir en el relato de la creación “Y vio Dios que era bueno”? ¿Dónde está esa capacidad de amor gratuito y entregado que llevamos todos colgada del alma? ¿Para qué nos sirve?

No faltan quienes piensan ya en un diluvio universal, al estilo de Hiroshima. Un diluvio de uranio enriquecido, de energía nuclear, de protones y neutrones, de radioactividad, de Putin apretando un botón. No faltan agoreros de la humanidad que siembran el miedo y aprovechan para recoger las ganancias que el miedo ocasiona. No faltan en muchos lugares del planeta búnkeres impresionantes por si acaso. Estamos en un tiempo de transición. 

 En medio de este panorama desolador, de este sistema estructuralmente injusto hay señales inequívocas de bondad. Hay muchos Noés, muchos hombres y mujeres sensibles al drama humano y militantes por un mundo más justo, más humano, más fraterno. El amor sigue haciendo sus pinitos para regalarnos alguna caricia, alguna expectativa de gozo, alguna sensación humana digna de celebrarse, alguna compasión.

 La Escritura  nos recuerda, por si tuviéramos esa tentación del pesimismo, que “El señor bendice a su pueblo con la paz”  Estamos convencidos de que el Señor se sienta por encima del aguacero. Su mirada sigue acompañando y bendiciendo los pasos de esta humanidad niña.

  Estamos convocados al arca de la bondad y de la gratuidad. Podemos formar una comunidad de hombres y mujeres creyentes para ser signo en medio del diluvio de nuestro pueblo de que Dios sigue bendiciendo a su pueblo con la paz. Una comunidad que mantiene la esperanza y señala un horizonte cuajado de luz y de posibilidades compartidas.

 Un pesimismo que también ha entrado, como tsumani o diluvio, en el seno de nuestra iglesia y de la vida consagrada. Y ha entrado cuando menos motivos tenemos para la desesperanza. Porque estamos de Pascua. Si es verdad que vivimos tiempos de precariedad y de incertidumbre, no es menos cierto que hay en nosotros mucha utopía, mucha gratuidad y mucho deseo de servir. No es menos cierto que la búsqueda de Dios y la pasión por Jesucristo, como luz en lo alto del celemín, siguen iluminando nuestras vidas y nuestras instancias. No es menos cierto que seguimos empeñados en cultivar la fraternidad, en sentirnos hermanos, en acompañarnos y en cuidarnos. No es menos cierto que albergamos muchas inquietudes mientras navegamos en esta arca de la Iglesia con rumbo a la cumbre donde la paloma recogerá su ramita de olivo. Estamos empeñados en construir la paz desde la justicia. En este tiempo de amenazas y guerras, de rivalidades y violencias, de terrorismos y  manipulaciones, no estamos dispuestos a resignarnos ante el diluvio que puede venir.

 Estamos seguros de que Dios habita la realidad más humana de la vida; queremos ser testigos aquí y ahora  y salir al encuentro de todos con las actitudes de Jesús. Sin ingenuidades estériles porque la voz de Jesús resuena hoy con especial significación. “Tened cuidado con la levadura de los fariseos y de Herodes”

 Es posible que en este momento haya poco pan en nuestra barca. Hay poco pan en gran parte de esta barcaza que es la humanidad. Esta barca de la humanidad está escorada a babor porque la carga está mal distribuida. Hay un norte saciado y un sur ahogado.

Pero sabemos que no es problema la escasez de pan porque, si Jesús quiere y nosotros lo queremos, pueden sobrar cestas llenas de pan. La vida consagrada quiere ser conciencia y recordatorio de que otro mundo es posible, de que puede sobrar pan y justicia, de que es necesario subir a esa otra barca de la solidaridad que nos conduzca al puerto de la serenidad y la dignidad de todos los seres humanos, en nombre de Dios.

  No nos fiamos de la levadura de los imperios, de las grandes multinacionales que explotan a los pobres, del capital que quiere comprar nuestras mejores ilusiones y nuestro futuro. No nos fiamos de los especuladores y poderosos que, como nuevos Herodes, quieren apropiarse de la vida y del futuro de la humanidad más frágil. No nos fiamos de la levadura de los traficantes de mujeres y subsaharianos que han hecho del dolor humano su mejor negocio. No nos fiamos de los funcionarios de la religión que nos convocan a la guerra santa y a la intolerancia. No nos fiamos de los "espirituales" que hacen publicidad de sus obras caritativas en favor de los refugiados  para ganar fama y ocupar titulares, que los hay. No nos fiamos de la levadura del materialismo pero no dejamos de apostar, a la vez,  por la ingenuidad del Reino y por la fragilidad del Evangelio, convencidos de que no son los poderes del mundo los que tienen la última palabra, sino Cristo, El señor de la vida y de la historia, el resucitado.

 Podemos ser levadura de fariseos o de poesía. Así lo expresa Gloria Fuertes: 

¿Quién dice que en nuestros versos no hay pájaros?

¿Qué son estos gritos si no aves heridas?

No amar lo caduco,

lo seco, lo blando.

¡Los poetas amamos a la sangre!

A la sangre encerrada en la botella del cuerpo,

no a la sangre derramada por los campos,

ni a la sangre derramada por los celos,

por los jueces, por los guerreros;

amamos a la sangre derramada en el cuerpo,

a la sangre feliz que ríe por las venas,

a la sangre que baila cuando damos un beso.

Cantamos al amor.

A lo fresco.

A lo puro.

¡Estamos hartos de cuentos!

¡Y que aprendan los ñoños que el viento es el viento!

Y que cuando se ama, se ama,

y que sólo es pecado el mal comportamiento.

Etiquetas

Volver arriba