Ser gente de palabra Nuestro Dios es de manga ancha

Sembradores o invasores

Vivimos tiempos muy especiales, yo diría únicos. Todos lo son. Hoy la fe se va desangrando poco a poco en medio de nosotros y no sabemos cómo poner un torniquete eficaz a esta desventura, porque si perdemos la fe ya no podemos perder nada más valioso. El evangelio es una propuesta muy hermosa pero la hemos descafeinado a fuerza de sembrar poco y querer recoger mucho, a fuerza de alejarnos del evangelio para ser bien vistos de todo el mundo y mantener ese estatus de apariencia y poder que nos va alejando de Dios y acercándonos a nosotros mismos y no a los más pobres a lo que hemos sido enviados. Lo que importa es el reino y no tanto las instituciones. En la toma de posesión del hermano José Cobo, el día 8 de julio,  como arzobispo de Madrid, hemos asistido a una pasarela de púrpura y puntillas al más puro estilo medieval. ¡Dios mío! ¡Qué procesión de príncipes y que pocos pastores con olor  a oveja¡ No aprendemos  que hemos de sembrar desde la humildad y la no apariencia, desde  la naturalidad y no desde la artificiosidad. Muy pronto, el próximo domingo, el evangelio nos recordará la parábola del sembrador. ¿Os imagináis al sembrador en el campo arado, vestido de púrpura y armiño, arrojando las semillas? Algunos han pensado -y me consta- que el desfile del orgullo no había terminado todavía en Madrid.

Después nos alarmamos de que ya apenas los jóvenes se casen por la iglesia, de que esté bajando de manera alarmante los que se confiesan católicos y de que se estén perdiendo, si no se han perdido ya, los cauces de la transmisión de la fe. Conozco muy cerca de mí sacerdotes que se están esforzando de manera admirable por ser cada día más sinodales y menos clericales y se encuentran con noticias diarias de pederastia, ya sea en Montserrat,  en los jesuitas, en el Opus o en Mallorca, por citar algunos de los últimos, que deslucen, cuando no anulan, todo su esfuerzo evangelizador. Y algo parecido está sucediendo en las congregaciones religiosas cuando se niegan a una necesaria renovación y se instalan dispuestas a mantener más su institución que su carisma. Le estamos poniendo difícil al papa Francisco su tarea de renovación de la iglesia antes de que vengan nuevas olas -ya están aquí- antireformistas. Pero asentémonos en lo esencial. Cristo es la Palabra viviente que viene al mundo para que tengamos vida, y vida abundante. El Padre no ha hablado nunca tan claro a la humanidad como a través de su Hijo, que es el verbo, la Palabra hecha carne. Estamos hablando, por tanto, de un Dios cercano, que desea dialogar con la humanidad y pide una respuesta de cada uno de nosotros. Un Dios de todo y para todos que no excluye  a nadie, sea como sea, y piense como piense porque nuestro Dios es de manga ancha, o sea de manga llena de ternura y misericordia, ésa que la iglesia no siempre ha mostrado.

Somos el campo labrado y preparado para Dios, como aquella viña que el dueño cavó, regó y rodeó con una cerca para protegerla. Una viña que ha de estar dispuesta a dar frutos de buenas obras. Pero el dueño, cuando viene a la viña o a la tierra, que somos nosotros mismos, no siempre encuentra los frutos esperados.

 Con la parábola del sembrador Jesús quiere hacernos ver de una manera muy pedagógica y sencilla, que no podemos malgastar o desaprovechar todos esos talentos y cualidades que Dios ha sembrado en nuestra tierra para el bien de la comunidad y de la humanidad. Que no podemos perdernos en las apariencias y descuidar lo esencial. Que no es la mitra lo que es significativo en un pastor sino la entrega y el servicio callados.

  No estaría bien que nuestra tierra no produjera nada, como en este año de mala cosecha, pero estaría mucho peor si además de no producir nada producimos agrazones o malas obras de rencor, de violencia, de odio, de intolerancia, de fanatismo…

 No basta con escuchar la Palabra, con rezar o ir a misa cada domingo, si no la hacemos vida nuestra y vivimos sus valores en la coherencia que la misma Palabra nos exige. Ya sabéis lo que dice el viejo refrán castellano: “Predíqueme, Padre, que por un oído me entra y por otro me sale.”  Hablar de la Palabra es hablar del alimento de Dios para cada uno de nosotros. La Palabra y la Eucaristía son los dos grandes regalos que guarda la Iglesia para mantener viva la memoria del Señor Jesús. Y después viene nuestra coherencia para que sea todo sea eficaz.

 Es el momento de mirar cómo anda nuestra tierra:

¿Somos como la semilla arrojada al camino? Esto sucede cuando estamos secos, cuando no recibimos la palabra por la dureza de nuestro corazón y nuestra mente. Cuando nos negamos a abrirnos a la gracia y al perdón de Dios, cuando nos sentimos autosuficientes y no necesitamos de nada ni de nadie. Cuando nos creemos más doctores que discípulos, más dueños del cortijo que siervos inútiles que hemos hecho lo que teníamos que hacer.

¿Somos la tierra llena de piedras que termina agostando la semilla? Esto sucede cuando tenemos entre manos muchas preocupaciones e intereses prioritarios a la Palabra. Cuando nos preocupan excesivamente las formas, las apariencias, el lujo, los palacios…

¿Somos como la tierra llena de espinos donde la Palabra no puede crecer? Hay muchas cosas que nos aguijonean el corazón y el alma, intereses, negocios, injustas inmatriculaciones, desprecio a las justas demandas de los trabajadores de nuestras instituciones… Entramos en conflicto con la Palabra y ésta sale perdiendo.

¿Somos como la semilla arrojada en la tierra fértil? Es lo mejor que puede pasarnos. Los misioneros son hoy nuestros mejores valedores a los ojos de la sociedad y lo son por su coherencia. Cuando nos dejamos interpelar por la Palabra divina nos ponemos en camino de conversión y de renovación interior. No todos podemos producir igual. Aquella semilla en tierra buena produjo una el veinte, otra el ochenta, otra el ciento por uno. Dios no nos mide por lo que producimos sino por el interés que ponemos en dar fruto.

El ser humano es un conjunto de posibilidades inmensas que puede usar para el bien o para el mal. Y la decisión está en cada uno de nosotros. Si nos empeñamos en desterrar a Dios de la vida, de la calle, del colegio, estaremos tirando piedras en nuestro propio tejado. Porque Dios es lo mejor que puede pasar por nuestra vida y por nuestra historia.

Tal vez algún día, cuando hayamos conseguido desterrar a Dios de nuestra historia, -nos estamos empeñando en ello- descubriremos que con Él todo nos iba mejor y que sin Él la vida puede convertirse en un campo sembrado de sal y en una carrera para ver quién puede más.

Gustavo Adolfo Bécquer nos regala un hermoso poema:

 Patriarcas que fuisteis la semilla

del árbol de la fe en siglos remotos,

al vencedor divino de la muerte

¡rogadle por nosotros!

Profetas que rasgasteis inspirados

del porvenir el velo misterioso,

al que sacó la luz de las tinieblas

¡rogadle por nosotros!

Almas cándidas, santos inocentes

que aumentáis de los ángeles el coro,

al que llamó a los niños a su lado,

¡rogadle por nosotros!

Apóstoles que echasteis en el mundo

de la Iglesia el cimiento poderoso,

al que es de la verdad depositario

¡rogadle por nosotros!

Mártires que ganasteis vuestras palmas

en la arena del circo, en sangre rojo,

al que os dio fortaleza en los tormentos

¡rogadle por nosotros!

Vírgenes semejantes a azucenas

que el verano vistió de nieve y oro,

al que es fuente de vida y hermosura

¡rogadle por nosotros!

Monjes que de la vida en el combate

pedisteis paz al claustro silencioso,

al que es iris de calma en las tormentas,

¡rogadle por nosotros!

Doctores, cuyas plumas nos legaron

de virtud y saber, rico tesoro,

al que es caudal de ciencia inextinguible,

¡rogadle por nosotros!

¡Soldados del ejército de Cristo!

¡Santos y Santas todos! Rogadle

que perdone nuestras culpas

¡a aquel que vive y reina entre vosotros!

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