¿Estamos de vuelta? Emaús, decepción y esperanza

 El encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús  es uno de los relatos pascuales de apariciones más encantadores e interpelantes. Lucas, que es bastante descuidado a la hora de dar detalles, nos ofrece aquí un concierto de ellos que hacen de la escena una verdadera representación plástica.

  La escena comienza con un fuerte tinte de desencanto.  ¿A qué nos suena esto en el día de hoy? Desencanto en la iglesia, en la vida Consagrada, en las parroquias, desemcanto…Dos discípulos que vuelven de nuevo decepcionados a su aldea de Emaús, pensando que todo lo vivido al lado de Jesús no había merecido la pena. Se habían hecho muchas ilusiones  pero todo había acabado en un fracaso: “Nosotros esperábamos que Él fuera el liberador de Israel”

 En esos momentos de inseguridad y amargura surge la tentación de dejarlo todo. Hoy cientos de jóvenes y adultos están  abandonando las filas  de la  iglesia y, en ocasiones por razones serias.  Y ellos abandonan la comunidad de Jerusalén y deciden seguir un camino individualista y personal. Pero Jesús les sale al encuentro. Nos sale al encuentro cada día cuando nos empeñamos en caminar lejos de Él y de su comunidad. Y en el encuentro se van calentando los corazones y las esperanzas. Es el desencuentro el que nos mata, el que nos aleja de los hermanos, el que nos hace estar “de vuelta de todo”

 Jesús se propone pero no se impone y hace ademán de seguir adelante. Los discípulos de Emaús tienen ya el corazón preparado y le invitan a quedarse: Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día va de caída. Y Jesús se queda; estaba deseando quedarse.

 En la cena, cuando comienzan las bendiciones judías,  los discípulos de Emaús van sintiendo que aquello era demasiado familiar. Lo habían compartido con Jesús muchas veces y terminan reconociéndolo. Entonces Jesús desaparece porque ya no es necesaria su presencia física. Ahora tienen el pan bendecido, su presencia viva de resucitado entre ellos. Cristo se ha vuelto Eucaristía.

 Y de la decepción primera surge la esperanza. Encontrarse con Jesús significa abrirse a la esperanza, encontrar sentido a los pasos inútiles que vamos sumando. Y esta seguridad de tener a Jesús les hace volver de nuevo a la comunidad de Jerusalén. Es necesario compartir esta grata experiencia con los hermanos. Aquí se llena de sentido la Iglesia. La fe se hace comunitaria, la confesión del nombre de Jesús no puede esconderse en la intimidad como si fuera una cuestión privada.

 Hay muchos cristianos en nuestro días que “están de vuelta”, que han renunciado a las exigencias de su propio bautismo; tal vez decepcionados, como lo de Emaús, porque no ven demasiado claro. Pero seguir a Jesús no es cuestión de claridades y seguridades sino de confesión de la fe y apuesta por la comunidad. No somos cristianos para tenerlo todo más seguro sino para abrazar la inseguridad de los testigos que creen contra toda esperanza y no necesitan ver y tocar, como Tomás, para reconocer al Señor presente en la vida y en la historia.

  Hoy somos todos caminantes hacia Emaús, tú y yo. Vamos buscando el sentido pleno de nuestra vida, de nuestros afectos, de nuestros trabajos. Y no siempre es fácil iluminar el momento presente que vivimos cuando percibimos  a nuestro lado soledad y amargura, decepción y cansancio. Este tiempo nuestro de las seguridades es, sin embargo, un tiempo propicio para la inseguridad interior. No tenemos más remedio que apostar por algo o por alguien. Mantenernos al margen de los retos y de los otros es como volver de nuevo decepcionados a Emaús. Apostar sólo por nosotros y por nuestras cosas es quedarnos en Emaús para siempre.

Tenemos la posibilidad de encontrarnos entre nosotros y con Jesús. No es bueno cerrarnos al amor y al afecto; no es bueno cerrarnos al encuentro.

 El tiempo pascual que estamos viviendo es un sendero que baja hacia Emaús o sube hacia Jerusalén, hacia nuestro mundo o hacia el mundo de los otros. Con Jesús volveremos a Jerusalén porque Él nos anima con su Espíritu.

Vamos a dejarnos caldear el corazón por su Palabra, a sentirnos invitados a su mesa, dejémosle entrar en nuestras vidas y en nuestros corazones para que podamos descubrirlo vivo y resucitado. El camino recorrido hasta ahora ya está visto y bien visto, arriesguémonos a volver a Jerusalén para celebrar la novedad de la Pascua.

 POEMA DE EMAÚS

(José Luis Martín González)

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Con perezoso paso cabizbajos y desesperanzados, -lamentando el fracaso- regresan apenados a Emaús, y un tanto avergonzados. Un peregrino extraño, se puso a caminar cabe a su vera: -¿Qué es ese rostro huraño y esa voz lastimera, y cuál la discusión que os altera? -¿Ignoras qué ha pasado aquí, en Jerusalén, en estos días? ¿cómo han crucificado, entre mil villanías, al profeta Jesús, nuestro Mesías? -"¡Qué torpes en creer cuanto dicen las santas Escrituras: cómo iba a padecer la cruz y sus torturas, para entrar en su gloria en las alturas!" -¡Ya hemos llegado a casa, ya se acabó, por fin, nuestro camino! Ven con nosotros, pasa amigo peregrino, comparte nuestro techo, pan y vino. Sentados a la mesa, toma Jesús el pan y lo bendice; lo parte, y ¡oh sorpresa! aquel gesto predice que está vivo y presente, ¡el pan lo dice! Y con su fe pascual, -que es fe viva y recién resucitada-, con ánimo jovial, corriendo a gran zancada, vuelven a desandar la ruta andada. Su hondo, alegre gozo, se vio en Jerusalén centuplicado un grito de alborozo: "¡está resucitado!

¡Se apareció a Simón, y él lo ha afirmado!

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