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En la vida de la iglesia ha existido siempre la tentación de quedarnos en las formas, en lo externo, en lo aparente, en la cáscara y descuidar el fondo e ir al grano. Ya Jesús nos alertaba ante los fariseos que alargaban las filacterias, ensanchaban el manto y rezaban en las esquinas para que los viera la gente. (Mat 23, 5) ¡Cuidado con los fariseos, nos decía!
Con frecuencia, no nos preocupa tanto cómo ser más eficaces al Reino, que era lo único que a Jesús le preocupaba, cuanto tener una imagen impoluta y llamativa. Por eso se extrañaban algunos, recientemente, de que lo primero que hacían los cardenales, recién nombrados, era encargar sus trajes purpurados aunque resultaban demasiado caros para el común de los mortales. Solo hay que dar una vuelta por ahí para ver los modelos que muchos purpurados visten y que hacen rechinar a estas alturas de la historia.
En la vida consagrada siempre ha existido la disyuntiva entre hábitos sí o hábitos no. Ya quisiera yo ver a algunos en territorios de misión a más de cuarenta grados en el trópico, moviéndose constantemente y con una hábito encima por muy simbólico que sea.
Por eso no me he sorprendido nada cuando el nuevo arzobispo de Valladolid, el reverendísimo y excelentísimo Don Luis Argüello, ha dicho a sus nuevos diáconos que “Reactiven la revolución de la sotana y que los frailes lleven hábito, las monjas sean reconocibles y los ordenados también lo sean”
A la luz de estas declaraciones se me ocurren algunas reflexiones. He conocido a su eminencia cuando era un simple cura de Valladolid en el barrio de “La Rondilla” y fui con él profesor en el Seminario Diocesano durante nueve años. En el recreo tomábamos juntos el café en muchas ocasiones y por cierto él no llevaba entonces el traje clerical. Yo ya adivinaba en aquellos tiempos que apuntaba maneras para llegar a donde ha llegado. Dios lo bendiga y le dé acierto y sabiduría. He decir que yo lo admiraba entonces por su compromiso social. Ahora ya no.
Su comienzo como obispo y secretario de la Conferencia Episcopal no fue muy brillante y decepcionó a muchos con sus palabras inadecuadas sobre los homosexuales. Dijo que los homosexuales no son completamente varones. Uno de los mayores disparates que se han dicho en los últimos años sobre este denostado colectivo. Uno de los grupos más marginados en la iglesia, donde, por cierto, abundan especialmente entre los ordenados, según un estudio reciente realizado por los Jesuitas.
Al hilo de todo esto se me ocurre lo siguiente:
Disculpen. No podía dejar de decir lo que pienso, sin acritud y con espíritu constructivo, desde el nuevo estilo sinodal al que los pastores y el papa nos animan: que hemos de decir lo que sentimos y nunca callar para que sea posible una iglesia que sea más de todos y menos clerical.
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